De mi madre heredo el amor por el género de terror. Linda Blair torciendo en noventa grados su cabeza, en la mitad de la cama. Una imagen que vi entre dedos –no los de mi madre, los propios– a mis seis, siete años. Quizás exagero, aunque creo que no. Lo que se proyectaba en el televisor de la casa familiar sin censura, como dibujos animados, era la filmografía completa de Hitchcock, películas como El ente, Poltergeist, El resplandor, Los niños del maíz. Mi madre nos estimaba valientes. Aunque de más grandes, en el video club –en el que alquilábamos películas los fines de semana– con mi hermano nos habíamos estado asustando, durante un rato largo, en sus pasillos oscuros. De regreso, en la soledad de los asientos traseros del auto, no pudimos soportar el miedo que nos provocaba la gráfica de la tapa de la película y la tiramos por la ventanilla del auto: Los pájaros, pesadilla recurrente que tengo y no sé si se gestó, antes o después de ver el clásico.

Ya para la edad de los pijamas parties con amigues, mi hermano y yo éramos los soldados de batallas más importantes. Los niños gritaban por su vida, volvían a sus casas traumados. Para mi era como arrancarme una cascarita. Un día madre me acercó el mayor de los amores: El bebé de Rosemary. Una mujer ama de casa pueblerina y su joven marido se mudan a un departamento de ensueño en la gran ciudad. Nueva York en los 60. El Dakota, con sus nichos, balcones y balaustradas. Edificio maléfico de la Gran Manzana, si los hay. Incluso antes de la muerte de Lennon. Ya con los créditos, al principio de la película, en rosa y cursiva, mi corazón bombeó sangre, alucinado. Esto era terror sofisticado. Mia Farrow, embarazada y andrógina, lleva a cuestas, en el vientre, al Anticristo. John Cassavetes encarna a Guy, el marido de Mia, un actor en ascenso. Hace el pacto con unos particulares vecinos, Minnie y Roman, una pareja medio anciana y caricaturesca, que vive en el mismo edificio y pertenece a una secta que venera al demonio. Guy droga a su mujer al final de una cena romántica y la entrega a un rito satánico en el que el mismo diablo la viola y la embaraza.

El horror se manifiesta sutil en una estética de ensueño. Una fiesta llena de gente de la escena artística y neoyorquina de los 60. Lecturas entre líneas de ediciones de libros bellísimos, de tapa dura, sobre ritos demoníacos. El colgante que contiene la extraña raíz de Tanis. ¡Y todos y cada uno de esos vestidos! La clásica escena de Mia sorteando arrodillada en el living, con las piezas del Scrabble, el anagrama que encomendó su amigo Hutch antes de que, con un embrujo mortal, la secta lo borrara del mapa. Mia y sus rodillas chuecas. El juego con el simbolismo onírico de Rosemary: el colegio de monjas, el Papa, el momento en el que le pregunta “¿Me perdona padre?”, a lo que el Papa le responde “¿Confiesas que te mordió un ratón?”, como si le preguntara “¿Confiesas que tiene sexo no consentido?” La Iglesia, y el sexo permitido sólo para la reproducción. Rosemary destinada a ser madre y ya. Por otro lado, cuando el Anticristo finalmente nace, Polanski toma la decisión de no mostrar el rostro del recién nacido. Rosemary entra a la habitación, rompiendo en llanto y horror, al ver a toda la secta reunida, alrededor de una cuna negra. El niño llora y llora. En algún momento Rosemary se acerca, dando idea de que el amor de madre es lo más grande, como si estuviera dispuesta a criar al hijo de Satanás pase lo que pase. Aunque algo de la escena, también remite bastante a un velorio. Podría ser una gran alucinación. Sobre todo teniendo en cuenta que, en la mitad del film, Rosemary se preocupa porque el bebé no patea.

El bebé de Rosemary se reprodujo en el dvd player de la casa de mi madre en distintos momentos de mi vida. Hace un tiempo, muy deprimida, me instalé en su casa durante algunas semanas, mientras me recuperaba. Entonces yo fui bebé demonio. La primera noche, mientras me acomodaba en la cama de una plaza, madre encendió el televisor, con la delicadeza con que se prepara una mamadera tibia. Volcó el cd boca abajo y le dio play al reproductor. La música de los créditos empezó a sonar, como suena una canción de cuna.

Antonella Saldicco (1986) es actriz y escritora. En cine protagonizó La muerte no existe y el amor tampoco (2019) y El vecino alemán (2016). En 2016 viajó como becaria al Theatertreffen Forum Berlín donde tomó un workshop con el director de teatro japonés Akira Takayama. También obtuvo la Beca Nacional Sagai en 2018. En teatro actuó en Los Nadadores de Laura Santos en Espacio Zelaya y en la Ópera Beatrix Cenci en el Teatro Colón dirigida por Alejandro Tantanian. Publicó Querido Gregory (2019) en el fanzine Padres Muertos de Ediciones Luismi y Bebé demonio sabe esperar (2020), Cuál es el pez que tiñe el mar, en Revista Atletas (2020). Cursa la Maestría en Escritura creativa en la UNTREF.