La crisis de las economías regionales no es algo nuevo. Entre las variadas complejidades a las que se enfrentan los diferentes entramados productivos, de mayor anclaje en el interior del país, se encuentran factores tributarios, cambiarios, de demanda externa, pero también institucionales, de actividad interna y de políticas públicas. 

El abordaje de la problemática por parte de presidenciables en 2015, implicó grandilocuentes discursos, amplia condescendencia en la retórica y promesas de soluciones rápidas una vez asumido el poder. No obstante, una vez implementado el programa económico del nuevo mandatario, su intervención se redujo a una módica quita de retenciones y una devaluación superior al 50 por ciento.

 Dada la existencia de cadenas de valor con esquemas de competencia muy disímiles a niveles regionales, la aplicación de un herramental “urbi et orbi” es evidentemente insuficiente para atacar los problemas de índole estructural. Más en particular, el combo de devaluación recesiva, inflación de costos y condiciones climáticas adversas, terminó rebalsando los escasos beneficios de la acotada quita de retenciones a las exportaciones primarias y una mayor competitividad cambiaria. Vale aclarar que ambas políticas favorecen sobradamente a los nichos exportadores y no derraman hasta los productores y arrendatarios.

Para ilustrar un poco este contexto de la realidad sectorial, conviene analizar el caso de dos de las economías regionales más representativas, tanto por su escala como por su relevancia en la creación de puestos de trabajo y potencial de eslabonamiento hacia adelante. En primer lugar, la actividad láctea, que presentó durante el 2016 una significativa baja en sus niveles de producción primaria, un descenso de la elaboración de subproductos de la leche y una intensa caída en el consumo doméstico. 

Este complejo escenario de la coyuntura láctea puede ser explicado a partir de una combinación de múltiples factores. En primer término, es posible enfatizar lo sucedido con el nuevo contexto inflacionario nacional, particularmente desfavorable para el sector lácteo, dado el aumento en el precio de los granos (más que proporcional que la inflación general) utilizados como insumo para la alimentación del ganado. 

Como subproducto de la devaluación de diciembre de 2015 y de la subsiguiente eliminación de los derechos de exportación de la mayoría de los cereales agrícolas, se produjo un desacople entre los precios de venta de la producción primaria hacia el entramado industrial y los costos productivos del tambo. 

El aumento en los insumos de la producción primaria redundó en una caída de la rentabilidad, ya que la suba de costos no pudo ser trasladada íntegramente a la industria, dada la baja poder de fijación de precios de este estrato de la cadena. Con esto, la caída en la producción del 2016 (-14,2 por ciento interanual) fue la más pronunciada de desde 1970. Además, en 2016 se produjo una baja significativa en el consumo de leche. Se consumieron casi 6 litros menos de leche pasteurizada por persona (interanualmente). En porcentaje, la baja en el consumo supera el 25 por ciento. En cuanto al consumo per cápita de leche pasteurizada, se ubicó en niveles exiguos en términos históricos, siendo incluso más bajo que el vigente en el período de la crisis económica del 2001/2002. 

Por su parte, el comercio exterior se desplomó como consecuencia de una disminución interanual en las exportaciones lácteas cercana al 40 por ciento. Las exportaciones de leche y derivados totalizaron 712 millones de dólares, cifra menor a los 1173 millones exportados durante el 2015.

Otro sector muy castigado por la evolución de la economía es el complejo frutícola. En particular, los productores de peras y manzanas del Alto Valle de Río Negro y de Neuquén. Ocurre que en los últimos años se perdieron mercados de exportación, mientras que en 2016 el consumo interno y la industria de transformación primaria presentaron un marcado deterioro. Todo esto, además, se encuentra traspasado por un fenómeno estructural de inequidad al interior de la cadena de valor frutícola. 

Este fenómeno, que se repite en más de una economía regional, tiene que ver con una estructura de mercado en la que confluyen un número muy alto de productores de poca escala, un número menor de empacadoras, conservadoras e industrias de transformación, y por último un número mucho más reducido de comercializadoras y exportadoras. En esta dinámica, la posibilidad de fijación de precio recae sobre el último eslabón de la cadena, derivando en la compresión de los márgenes de rentabilidad para los agricultores de frutas de pepitas. Es así que la producción de peras y manzanas en 2016 fue la peor de los últimos 10 años y un 15,5 por ciento menor al promedio de la última década. En cambio, el resto de los competidores directos de la producción nacional aumentaron un 5 por ciento su oferta en el mismo período. En materia de exportaciones, se comerciaron un 9,6 por ciento menos de frutas en 2016. Alguna de las mermas más significativas de las economías regionales son las ventas de ciruelas de San Juan (-96,4%), duraznos de Neuquén (-73,2%), peras de Mendoza (-46,7%) y manzanas de Río Negro (-18,2%). También aumentaron las importaciones, ya que desde un 2015 de compras al exterior virtualmente nulas, se pasó a importar más de 4000 toneladas de frutas de carozos y pepitas en 2016.

En un contexto internacional con excedentes de oferta y países competidores con estructuras de costos más competitivas y con un rol del Estado que favorece el sostenimiento y fortalecimiento de la cadena de valor y de las capacidades, es acuciante la aplicación de programas de sostenimiento de las economías regionales por medio de subsidios directos, mecanismos de precio sostén y recomposición de los márgenes de rentabilidad a productores. En otro caso, en algunos años nuestra producción puede ser desplazada por países con políticas activas de fomento o simplemente por aquellos de salarios más bajos, y precios contra los que no se podrá competir.

* Universidad Nacional de Avellaneda (Undav) e integrantes de EPPA.