Juan y Mario van todos los días de la semana al basural a cielo abierto que está a 9 kilómetros del pueblo. Se trasladan en un motocarro que lograron comprar gracias al apoyo de una Iglesia local. Allí se pasan toda la mañana seleccionando los residuos valiosos, plástico y cartón, que luego llevan a su galpón, donde lo limpian y lo procesan para vender. “¡Hasta los feriados trabajamos!”, me dicen orgullosos. Trabajan mucho, le hacen un favor al medio ambiente, pero no les alcanza para llegar a fin de mes.

Cristina tiene una máquina de coser industrial que logró comprar hace diez años. Un prestamista le prestó el dinero, en tres meses tuvo que devolver el doble. En el barrio todos la conocen y es la referente para muchas familias y muchas generaciones, hace 50 años que arregla y confecciona ropa. Ella dice que ha realizado los vestidos para todos “los 15” de los últimos 3 años. En el 2019 se intentó inscribir en el monotributo, principalmente porque le preocupa su jubilación, claro, nunca “hizo aportes” porque siempre trabajó por su cuenta en la “informalidad”. Le pidieron tantos papeles en AFIP y Rentas que desistió. Además, era mucha plata.

Cientos de mujeres en toda la provincia sostienen a diario merenderos y comedores en comunidades indígenas, asentamientos, barrios populares, etcétera. Algunas lo hacen hace décadas, otras fueron “multiplicando panes y peces” en los últimos años de crisis y hambre, años de generosidad y creatividad de los y las de abajo. Algunas tuvieron la posibilidad de acceder al Salario Social Complementario gracias a la lucha de los movimientos populares y la Ley de Emergencia Social que se sancionó en el Congreso de la Nación en el 2016. La mayoría de estas compañeras no llegan a juntar por mes ni el monto del salario mínimo, vital y móvil. En este contexto de la pandemia las desigualdades se agudizaron, las tareas de cuidado particularmente, y las referentas de merenderos y comedores estuvieron en la primera línea de batalla, sin aplausos.

La realidad de Juan, Mario, Cristina, Liliana, Micaela, Fátima, Ricardo, Oscar y cientos de miles de salteños y salteñas es similar. Son trabajadores sin derechos, trabajadores debajo de la línea de pobreza o que apenas la pasan, los y las que si no trabajan un día no llevan dinero a la casa, que si se enferman o accidentan peligra el sustento de sus familias. Que cuando llega la edad de jubilarse (si es que llegan) tienen que rezarle a algún santito o virgen para que haya alguna moratoria, porque nunca “aportaron” para un sistema que cuenta los “aportes” de una manera particular, midiendo únicamente lo que a algunos/as les conviene. ¿O acaso en el PBI se miden las horas de trabajo de merenderos y comedores? ¿O la cantidad de toneladas de plástico y cartón que los Juan y Mario le arrancan a la basura en favor del planeta tierra? Todo índice es político.

Hace más de diez años que desde los movimientos populares y algunos espacios académicos de Argentina venimos nombrando este sector de la clase trabajadora como trabajadores y trabajadoras de la Economía Popular. Aquellos hombres y mujeres que trabajan por su cuenta, solos, asociados o en familia. Algunos que fueron aprendiendo y practicando el oficio de generación en generación, carpinteros/as, zapateros/as, artesanos/as, y sigue la lista. Familias campesinas e indígenas con un modo de producir y de vincularse con la tierra ancestral y abismalmente diferente del agronegocio

En América Latina el trabajo no ha devenido suficientemente en empleo. No lo ha sido durante el Estado de Bienestar y sabemos que la tendencia de la época neoliberal ha sido la disminución del empleo y el aumento del trabajo denominado no formal. El trabajo como mercancía invisible ha obligado a trabajadores y trabajadores de todo el mundo a, luego de ser excluidos del “mercado laboral”, tener que inventarse su propio trabajo para sobrevivir. El paso de ser trabajadores explotados a ser trabajadores que el mercado no necesita explotar. 

El trabajo asalariado ha dejado de ser la relación social predominante del sistema capitalista. La globalización excluyente ha llevado la injusticia social a tal extremo que ser explotado en las condiciones legales vigentes parece ser un verdadero privilegio. El paso de los “trabajadores desocupados” de los 90, que nunca dejaron de trabajar para llevar el pan a la casa, que se inventaron su trabajo y que hoy en Argentina sabemos que son más de 5 millones, que conforman el inmenso y variopinto mundo de la Economía Popular.

Esta semana celebramos el lanzamiento del ReNaTEP: el Registro Nacional de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular. Un esfuerzo en conjunto entre el presidente Alberto Fernández, el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, la UTEP y los movimientos populares. Este registro busca reconocer, formalizar y garantizar los derechos de los trabajadores y trabajadoras de la economía popular para que accedan a herramientas que les permitan potenciar su trabajo. Ser parte de ReNaTEP les permite acceder a programas de trabajo, seguridad social y capacitación; participar de redes de comercialización y tener acceso a herramientas crediticias y de inclusión financiera.

Los derechos se conquistan, y el ReNaTEP viene a hacer visible lo que antes para la sociedad y el Estado era invisible. La existencia de un amplio porcentaje de la población económicamente activa que se inventa el laburo día a día, que producen bienes y servicios, que sostienen familias, comunidades y barrios, que no tienen derechos, que mueven la economía, que las crisis los golpean con fuerza, que no tienen ningún amparo legal, que lo que van conquistando lo hacen a la fuerza, esperanzada y tozudamente. Hoy esos millones de hombres y mujeres estarán registrados, tendrán un certificado y podrán acceder a herramientas importantísimas.

Mucho se reflexiona y dialoga sobre la nueva normalidad, Boaventura de Sousa Santos indica que “las alternativas entrarán, cada vez con más frecuencia, en la vida de los ciudadanos a través de la puerta trasera de crisis pandémicas, desastres ambientales y colapsos financieros”. He aquí una de las alternativas que entran con fuerza en este tiempo de pandemia, el Registro Nacional de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular. Construido y peleado por muchos y muchas durante varios años, y seguimos gritando fuerte: NINGÚN TRABAJADOR SIN DERECHOS.

*Movimiento Evita UTEP