Se ha dicho mucho y bien que, además de traer sus problemas y desafíos propios, la pandemia sobre todo amplifica con crudeza desigualdades y problemáticas preexistentes. Lo mismo vale para las fortalezas.

La demostración reiterada, exacerbada y dolorosa de que la agenda del debate público en Argentina sigue mayoritariamente en manos de los grupos económicos y sus voceros/as es una buena prueba de lo primero. Máxime cuando ello ocurre más de una década después de la sanción de una ley que venía a terminar con ese problema. Menos dicho y más necesario de visibilizar es cómo el trabajo de los medios comunitarios y populares en la pandemia viene dando también contundente evidencia de lo segundo, sus fortalezas.

En todo el país y en todos los formatos existen, subsisten y crecen experiencias de comunicación contra hegemónica que son diversas y sólidas. Existen nuevas y otras que llevan años y décadas funcionando. En muchos casos afrontan con dignidad el contexto, manteniendo programaciones mínimas, espacios necesarios para la expresión directa de voces del pueblo, a veces más o menos elaborados, combinando roles en el medio con otras tareas urgentes que la realidad impone a la organización, comunidad o institución que lo gestiona.

En muchos otros, siempre con recursos irrisorios en comparación, también se producen contenidos que nada tienen que envidiarle en su factura técnica a las costosas tribunas de operaciones con que los medios concentrados inundan pantallas, aires y redes. En esas producciones comunitarias no sólo aparecen problemáticas del barrio narradas en primera persona por sus protagonistas, sino además otras excelentes propuestas de actualidad nacional e internacional, política, economía, culturales, artísticas, educativas, deportivas, entretenimiento, ficción.

Es necesario subrayar esto porque existe una “tentación solidaria” de reducir la mirada sobre los medios comunitarios en la pandemia a una lista de sus padecimientos, que sin duda los hay. Muchos de estos problemas son acumulados y compartidos con el conjunto del pueblo durante los últimos años (tarifazos, recesión y ahogo económico del entramado social que sostiene al medio). Otros son directa consecuencia de haber enfrentado en el mismo período al cerco informativo macrista (desde marginación de la distribución de pauta hasta clausuras e ilegalizaciones arbitrarias). A todo lo dicho se sigue sumando la falta de una política pública de comunicación que entienda a los medios comunitarios como sujeto estratégico a fortalecer y no sólo a asistir eventualmente.

Las medidas posibles y necesarias que deberían constituir esa política también están dichas y escritas, inclusive en las páginas de este diario y de esta sección: desde consolidar parámetros para la distribución democrática y federal de la pauta publicitaria en todos sus niveles, hasta el desarrollo de líneas específicas desde organismos vinculados por temática (niñez, juventud, trabajo, cultura, salud, género, agricultura familiar entre muchas otras) y/o carácter organizativo o identidad (cooperativismo, economía popular, pueblos originarios), pasando por la legalización del amplio espectro todavía pendiente, aplicación total del fomento establecido por ley, iniciativa de fomento a la diversidad, garantía de acceso a infraestructura y conectividad.

Si las políticas necesarias están dichas y escritas desde antes, una mirada informada sobre el trabajo de nuestros medios comunitarios en la pandemia tiene que poder ahora concretar la urgente implementación de una política que no se limite sólo a la asistencia, sino que reconozca sobre todo -y aún en el peor de los contextos- la existencia de la capacidad instalada para proponer otra comunicación en todo el país. Se trata de fortalecer la base existente para mejorar en serio las posibilidades de que el sector crezca, dispute y construya otra agenda pública, o seguir preso de los procedimientos de quienes hoy siguen haciendo operaciones mediáticas. Hacerlo o no es una decisión política de Estado.

Los medios comunitarios no necesitan lástima o limosnas. La democracia necesita medios comunitarios fuertes. Y lo demandan sobre todo los proyectos democratizadores, tanto en términos de comunicación como de garantía de derechos básicos universales, redistribución de la riqueza, igualdad de posibilidades, o sea, de democracia completa.

* Presidente del Foro Argentino de Radios Comunitarias (FARCO).