Era muy difícil que la unión creativa del matrimonio compuesto por el coreógrafo Angelin Preljocaj y la realizadora Valérie Müller diera como resultado algo distinto a Polina, danser sa vie. Lanzado internacionalmente en el Festival de Venecia del año pasado, y con estreno nacional asegurado para este jueves, el film amalgama elementos provenientes del universo de la danza y el cine para mostrar el proceso madurativo, tanto artístico como personal, de la Polina del título, una joven bailarina clásica (Anastasia Shevtsova) que aspira a ingresar al ballet del Bolshoi. Se trata de un ámbito archiconocido para el codirector, catalogado como uno de los mejores coreógrafos de danza contemporánea del mundo y de amplia experiencia docente sobre las tablas de la prestigiosa compañía rusa, lugar de donde partió con el objetivo de fundar su propia escuela en París. “Queríamos que la película describiera todo un mundo profesional, un recorrido de emancipación y descubrimiento que podría haber sido el de, por ejemplo, un deportista. Intentamos salir del estereotipo de la bailarina mostrándola con una vida relativamente parecida a la de cualquier chica de su edad, con salidas, amigos y pareja”, dice Müller durante la entrevista junto a su marido con PáginaI12, realizada en el marco de la última edición de Pantalla Pinamar.

El recorrido de Polina no será sencillo. A los cuestionamientos propios de la adolescencia y los problemas económicos de la familia, que incluyen una deuda con un prestamista de dudosa calaña, se le sumará el constante rechazo de sus instructores primero, y la dolorosa soledad de sus viajes por el resto de Europa en busca de una oportunidad después. Oportunidad que, igual que en su momento ocurrió con Preljocaj, encontrará en la danza contemporánea, de la mano de una profesora interpretada por Juliette Binoche. El codirector asegura que ella fue varias semanas a su compañía para verlo en acción y “que su personaje estuviera lo más cerca posible de lo que es un coreógrafo actual”, y aclara: “Hoy en día no es la caricatura que muestran algunas películas, no anda por ahí señalando a los bailarines y diciéndoles ‘vos sí, vos no, vos sí’, sino que es alguien que trabaja en colaboración con ellos y que mantiene un intercambio”.

–¿Encontraron puntos de contacto entre los lenguajes de la danza y del cine?

Angelin Preljocaj: –Creo que el cine tiene dos cuestiones muy importantes, que son el ritmo y el movimiento, y yo, como coreógrafo, estoy familiarizado con ellos. La diferencia es que en una película se relacionan con la ubicación de cámara, la puesta en escena y el montaje. Con esa idea nos propusimos filmar la danza de los cuerpos y también la que se produce entre ellos, porque muchas veces se focaliza exclusivamente en los bailarines y no en lo que sucede en el espacio que los separa.

Valérie Müller: –La cámara tiene el poder de leer los cuerpos e ir creando un relato a través de esa lectura. Pensamos mucho cuál era la mejor forma de filmar la danza porque queríamos trabajar con distintos estilos y cada uno requería una forma particular de ubicar al espectador. 

–¿Cambió la forma habitual de pensar una coreografía sabiendo que se usaría en una película y no en el escenario de un teatro?

A. P.: –Sí, fue bastante distinto. La cámara nos permitía ampliar algunos detalles que en un escenario no llamarían tanto la atención. Ahí el público está más atento a la imagen global antes que a lo particular de cada movimiento. Acá, por ejemplo, podía hacer un trabajo sobre los hombros o los pequeños gestos, y eso me resultaba interesante y desafiante. Traté de hacer una coreografía como si estuviera en la cabeza de Polina. Con esa partitura yo hubiera creado algo diferente, más vanguardista, pero acá tenía que hacer algo coherente con su recorrido y esa sucesión de decisiones que la lleva hasta donde llega. Hay algunas desgracias en la vida que pueden parecer destructivas, pero años después uno se da cuenta que en realidad fueron fundadoras. Por eso la idea del guión de Valérie era mostrar que ella se construye gracias a sus capacidades y también a los golpes que le fue dando la vida. En mi carrera me crucé con bailarines muy capaces y dotados, pero para ser un artista no alcanza sólo con técnica.

–¿Por eso los profesores le marcan tanto cuestiones técnicas como otras relacionadas con la búsqueda de inspiración y motivaciones?

A. P.: –Es que la técnica es importante, pero si sólo se tiene eso sería gimnasia y no danza. Un artista tiene que hablar del mundo, y para eso se necesita una capacidad de apertura y sensibilidad que no se aprende practicando en una barra, sino en el contacto con lo que lo rodea. Ese también es uno de los aprendizajes de Polina. Ella al comienzo es bastante hermética, pero se va abriendo a medida que avanza el relato. 

–Para todo eso resulta fundamental el trabajo de la protagonista, Anastasia Shevtsova. ¿Cómo dieron con ella? 

V. M.: –Sabíamos que la película iba a depender en gran parte de la actriz protagónica, así que con Angelin arrancamos buscando chicas que tuvieran un pasado de bailarina. Pero la danza exige una disciplina cotidiana, y muchas veces ellas tenían otros trabajos que les impedían alcanzar el nivel que buscábamos. Entonces decidimos hacer un casting “salvaje”, como le decimos en Francia, convocando a más de 500 bailarinas en París. Así y todo no la encontramos, y terminamos yendo a San Petersburgo, donde finalmente dimos con Anastasia. Ella tenía una presencia y una comodidad para moverse frente a la cámara que nos llevó a elegirla. 

A. P.: –Uno de los grandes desafíos era que todos los intérpretes asumieran la danza y la actuación. Nos parecía una herejía elegir una actriz para después cortar y poner el cuerpo de una bailarina, íbamos a perder parte de la sustancia si hacíamos eso. Buscábamos que los cuerpos hablaran para que el sentido circulara a través de ellos. Por eso los actores practicaron varios meses. 

–¿Juliette Binoche también?

V. M.: –Ella siempre está muy interesada en la cuestión física y tenía algo de experiencia previa en danza, pero era la primera vez que hacía una película en la que tenía que bailar. Trabajó con un entrenador belga y un coreógrafo inglés, e hizo una gira con ellos para ver cómo era ese mundo desde adentro. Fue un trabajo muy exigente, estuvo diez meses practicando para estar a la altura.

–La película muestra la danza contemporánea de forma mucho más luminosa que la clásica. Angelin, ¿eso responde a un interés suyo?

A. P.: –La intención no fue poner un acento particular que hiciera que una parezca más luminosa que otra. Sí quisimos mostrar que la danza clásica exige un trabajo con el rigor, algo que a veces puede confundirse con la restricción. Pero Stravinsky decía que rigor significa libertad, y eso es cierto, porque aparece un virtuosismo que a uno lo hace sentirse vivo. Polina es muy poética en su cabeza, y la idea era concretar ese imaginario mediante el lenguaje del baile. Es más una articulación entre distintos métodos de danza que terminan creando la inspiración en ella.