"Hacía años que no viajaba. Comencé a hacerlo hace poco", escribe Bernardo Conde Narváez Elía al comienzo de su nuevo libro de viajes, Enhebrando relinchos (2017). Entre la enumeración de los viajes que se fue animando a hacer figura el viaje a Santiago del Estero que es el tema de Madre de Ciudades. Crónicas de nuestro viaje a Santiago del Estero, julio de 2013, publicado el año pasado.

Viajero, escritor y activo gestor cultural, nacido en la provincia de Entre Ríos y radicado en el barrio rosarino de Fisherton, Conde Narváez escribe para celebrar las circunstancias de su vida. O deplorarlas, como en su libro Zara se fue, publicado en 2014 y dedicado a una mascota canina, cuya alma él recuerda al sobrevolar las nubes en uno de los tres viajes emprendidos ese mismo año. Con un amable prólogo de la poeta Jorgelina Paladini, la trilogía incluye un paseo con amigos a la costa uruguaya fuera de temporada, una visita a las Cataratas del Iguazú y otra a unos sitios turísticos en Ushuaia.

El primero de los tres relatos, "Soulas", ambientado en una casona de José Ignacio (José Ignacio es el nombre de la localidad, de "292 personas"), es el más optimista. La historia detrás le inspira las reflexiones más personales, los arrebatos líricos más hondamente existenciales. En los otros dos (si bien hay apuntes notables, como el que celebra la belleza de las mariposas) va tomando cada vez más espacio la acumulación enciclopedista de material informativo que el lector podría hallar en Internet aunque el autor no se lo facilitara.

Sin embargo, a medida que el viajero narra su utopía realizada inicial, el lector lo va conociendo. Es un narrador muy creíble, y le creemos. Le creemos que junto al océano en invierno hace frío, aunque no se le caiga una sola queja; al contrario, no tiene más que gratitud para con la estufa, las infusiones calientes, el consomé y las mantas. Esa forma selectiva de expresión lo define. Es un viajero civilizado.

En el segundo relato cita al naturalista Charles Darwin, un naturalista horrorizado por los salvajes. ¿Quiénes son los salvajes de la actualidad? No los aborígenes, por supuesto. Conde Narváez descubre a uno de estos especímenes, los nuevos salvajes, en un avión de línea: es una mujer echada que ocupa tres asientos. "Qué horror", anota. Los nuevos salvajes son aquí los turistas. Un viajero no es un turista.

Un viajero trata con sumo respeto los lugares que atraviesa y agradece con palabras elogiosas la hospitalidad que sus anfitriones le prodigan: esta etiqueta define al viajero, al menos al tipo de viajero que el autor ejemplifica. Algo del ideal racionalista de la novela dieciochesca, donde lo particular se presenta como caso de una ley general, aparece aquí. Conde Narváez, más que narrar viajes, inculca una ética del viaje. En este sentido un viaje por el espacio no sería muy distinto a un viaje fantástico por el tiempo, donde (como todo buen lector de ciencia ficción sabe) es preciso moverse con mucha cautela, ya que en virtud del efecto mariposa el menor error podría destruir el propio universo. Los turistas forman parte de un mismo infierno de horrores de la modernización junto con los genocidios y el tráfico de aves; el viajero, en cambio, educa en el cuidado de estos seres copiando las instrucciones de una reserva ecológica de especies. El viajero no destruye el universo sino que ayuda a cuidar el planeta.