Hambre de poder: 7 puntos

(The Founder. EEUU, 2016)

Dirección: John Lee Hancock.

Guión: Robert D. Siegel.

Fotografía: John Schwartzman.

Música: Carter Burwell.

Montaje: Robert Frazen.

Reparto: Michael Keaton, Nick Offerman, John Carroll Lynch, Laura Dern, Patrick Wilson, B.J. Novak.

Duración: 115 minutos.

Distribuidora: Diamond Films.

 

 

Si no fuera por el magnetismo que despierta Michael Keaton, Hambre de poder podría ser abandonada en su primera media hora. La verborragia del actor está a tono con un montaje elíptico, apurado, de cara a un cincuentón que persigue la idea salvadora que le gane la pulseada al tiempo. Si se tiene en cuenta que el asunto en cuestión, ni más ni menos, apunta al establecimiento ‑-circa años '50‑- de la desconocida firma McDonald's como franquicia, el rictus se acentúa. Ni qué decir cuando se señala el descubrimiento de la "cómida rápida" como "revolucionario", en la línea del también "revolucionario" Henry Ford.

Pero a no dejarse engañar, porque allí cuando podría especularse una publicidad de 120 minutos, lo cierto es bien distinto. De manera tenue, la película de John Lee Hancock (Un sueño posible, El sueño de Walt) despierta el costado agresivo de su personaje. Ray Kroc (Michael Keaton) es un vendedor a domicilio, con ideas extravagantes y sin suerte, como lo significa la batidora múltiple que se empecina en ofrecer. Hasta que repara admirado en el local de los hermanos Richard y Maurice Mc'Donalds, en California. A partir de allí, surge en él la convicción de que en el sistema de cocción rápida, "familiar e higiénica", de los hermanos, descansa la oportunidad ansiada.

Entre contratos y diálogos atropellados, Kroc escala posiciones y socava paulatinamente lo que le rodea. El costo personal o afectivo no le importa, aspecto que refiere una paradoja inevitable con la retórica "familiar y americana" que promueven los "arcos dorados". Kroc está convencido -‑quién podría discutirlo-‑ de que esos "arcos" están a la altura simbólica de las banderas y cruces que habitan en todos los pueblos y ciudades estadounidenses.

Vale contemplar que se trata de los años '50, con la delación e individualismo a flor de piel. Son tiempos de macartismo y cuando Kroc va al cine, lo hace para ver Nido de ratas, el film de Elia Kazan, a la sazón, colaboracionista del Comité de Actividades Antiamericanas. Su película, a tono con las demandas ideológicas de la época, criminaliza la organización de los trabajadores. Basta ver el "coaching" que idean los hermanos McDonald's y que Hambre de poder grafica, para vincular esa prédica: el trabajador deviene un engranaje eficiente, de sonrisa prefabricada, inmerso en una coreografía sin música y con movimientos vigilados.

Es ésa la "gran idea" que Kroc se apropia y universaliza en forma de hamburguesas. Junto al secreto sonoro, dice, que guarda la pronunciación de la palabra "Mc'Donalds". Sin estridencias, la película de John Lee Hancock culmina con dignidad, como una radiografía social tal vez algo insegura, pero con el logro nada desdeñable de haber atisbado los condimentos verdaderos.