A veces los entrevistados salen de la norma y dejan algo más que las declaraciones de casete. Entregan un plus. Una charla en la que se suman una opinión, un recuerdo, una reflexión que quedan flotando, la sensación de que no todo terminó cuando se apagó el grabador. Lamentablemente, no es un fenómeno habitual: muchos artistas están dispuestos a promocionar su obra más reciente y, en el medio de una rueda de prensa o de entrevistas personalizadas, no siempre se genera el clima indispensable como para hablar de todo, a veces por una cuestión de tiempos y en otras ocasiones porque sólo importa lo del momento. Pero hay otros que pueden hablar de su trabajo más reciente y también dejan filtrar no sólo sus pensamientos sino también sus análisis y sus reflexiones; sobre todo, sus sensaciones y esa emotividad en el discurso gracias a la cual se comprueba –una vez más– por qué son grandes artistas. Tal el caso de Mercedes Morán y Jorge Marrale, de quienes no hace falta mencionar sus pergaminos porque se sabe del talento que han desplegado a lo largo de sus vastas trayectorias televisivas, teatrales y cinematográficas. Pero sí es necesario resaltar la empatía que generan en algo que excede la entrevista periodística, para convertirse en diálogo con dos personas que no se dejaron obnubilar por las luces del estrellato.

Morán y Marrale son los protagonistas de Maracaibo, largometraje dirigido por Miguel Angel Rocca, que se estrenará el jueves 6 de abril. Ellos componen a un matrimonio feliz con su hijo. Gustavo (Marrale) es un prestigioso cirujano y Cristina es oftalmóloga. Cuando Gustavo descubre que su hijo Facundo (Matías Mayer), de 22 años, es homosexual, empiezan a volver a la mente del padre los prejuicios con los que seguramente sus propios padres lo criaron a él. Cristina es más abierta en ese sentido. Todo se precipita cuando dos ladrones entran a robar en la casa familiar a punta de pistola y matan a Facundo en medio de la trifulca. Ahí se viene el mundo abajo para los dos padres. Si bien la película muestra el dolor de los dos, se focaliza más en la penosa vivencia de Gustavo, que no sólo lamenta la ausencia sino también el no haber podido ni sabido tener esa conversación que se debía con su hijo. Y lo llena de culpa.

“Me atrajo el riesgo de un guión que lleva a cabo un drama familiar. Me gustan mucho las historias que se arman a partir de los vínculos. Eso es algo que genera siempre mucha empatía. Poder investigar como actriz el tema de la pérdida de un hijo me pareció muy atractivo”, reconoce Morán en la entrevista con PáginaI12. A su lado, Marrale agrega: “Además, ese guión no tenía tanta letra. Más allá de lo vincular que dice Mercedes, lo que sucedía lo tenía que sentir, no lo tenía que hablar. Les tenía que pasar a los personajes en general. Fue un hermoso desafío estar al servicio de la sensación, del sentimiento. Y me pareció que era un relato histórico de este vínculo, con un quiebre brutal con la muerte del hijo, que valía la pena meterle el cuerpo y el alma”.

–En relación con lo que dice, ¿cómo es el trabajo interno de un actor para no sentirse afectado por lo que está interpretando? ¿O también debe conmoverse?

Jorge Marrale: –Es muy difícil, sobre todo porque los dos somos padres, distanciarnos de la trágica suposición. Uno siempre es un ser afectado trabajando, no es que trabaja con un fantasma propio. Uno trabaja con uno y con todo lo que es uno. Hay películas donde el uno de uno está más en carne viva y, en otras está más aplacado o tiene más margen. Acá no había mucho margen porque el uno y el personaje van sobre las brasas todo el tiempo. Pero, al mismo tiempo, es muy liberador, porque pasás por arriba de las brasas pero después sentís que fue bueno transitar eso, que fue trascendente. A mí me trasciende el trabajo. No es lo mismo haber hecho Maracaibo que si no lo hubiera hecho. Hay algo en mí que se modifica. 

Mercedes Morán: –Como actriz, siempre intento utilizar el trabajo como una oportunidad para indagar algunos temas que personalmente me interesan. Este es un tema que me asusta tanto por el dolor que, si imagino lo que puede provocar semejante circunstancia, no hago la obra o la película. Era una oportunidad genial de introducirme en ese universo y, de alguna manera, empezar a elaborar una fantasía, un miedo que vive en la cabeza y en el corazón de todos los que somos padres. Además, asumir un riesgo en un trabajo siempre es interesante porque es lo que te garantiza terminar modificado. Y está bueno que un trabajo logre eso, lo cual no tiene nada que ver con el folklore de que uno queda tomado por el estado anímico. Somos actores y comprometemos, como dice Jorge, toda nuestra naturaleza, pero sabemos que es un código de juego. Es un juego. Y toda tu persona queda pensando, sobre todo cuando hacés cine. Porque el cine es un compromiso corto, acotado en el tiempo, pero de una intensidad muy grande porque estás una cantidad de días, metido muchas horas. Empezás a nadar esas aguas. Y claro que estás modificando, pensando, asociando, pero siempre resulta muy sanador meternos en esas aguas. 

–Si bien la historia podría haber derivado hacia un policial, Maracaibo es ante todo un verdadero drama. ¿Ustedes también lo ven así?

M. M.: –Sí, absolutamente. El tema básico del que habla es el de la paternidad; de lo que le pasa a un padre con un hijo varón, más específicamente. Y el desencadenante de la tragedia sirve para agudizar algún conflicto que estaba en la historia con el que esta familia podía aparentemente seguir una vida funcional, con todas las falencias, negaciones, con todo lo que ese padre no quería ver. El detonante de la pérdida del hijo hace que eso aflore. Me preguntaban si era sobre el tema de la inseguridad. Nada está más alejado: si este hijo se hubiera muerto en un accidente, sería igual. 

J. M.: –La película no se aloja en lo que podría haber sido la zona cómoda de un relato policial. No le incumbe eso al director ni hacia dónde dirige la película. Al contrario: lo introyecta todo en lo familiar. Eso también me parece rico, porque no cae en algo que podría haber sido una solución. Indaga en el alma y habla sobre nuestra vulnerabilidad, nuestra fragilidad: aunque seas un cirujano maravilloso y te vaya bien, o que seas también una oftalmóloga, la vida pasa por otro lugar. No importan tanto los éxitos personales. ¿Qué hacemos con los seres queridos a los que amamos pero, a veces, no los queremos del todo como son?

–Y con los prejuicios, ¿no? Porque es una película que habla también de los prejuicios de los padres sobre sus hijos. ¿Creen que hay mayor aceptación del mundo adulto sobre las elecciones sexuales de los jóvenes que hace veinte años o la sociedad argentina está experimentando un nuevo retroceso?

M. M.: –A partir de que se han oficializado, legalizado, institucionalizado algunas leyes, aparece en la cultura una ruptura interesante sobre el prejuicio. De todas maneras, no son cosas que se caigan de un día para el otro, pero sí creo que hay una aceptación o una conciencia de que las personas somos mucho más que nuestras elecciones sexuales. La película se mete en eso con la dificultad de unos padres con mayor o menor posición de aceptar la elección sexual de su hijo. Y cuando están luchando sucede algo todavía mucho más grande que, de alguna manera, lo resignifica y pone las cosas en su lugar, en la importancia de la vida.

J. M.: –Frente al hecho trágico, hay un pasado que se pone en un lugar inaccesible. Eso también es el valor de la vida. Cuando sucede algo y miro atrás, ¿para qué miro atrás si ya no hay posibilidades? También es una reflexión acerca de hasta dónde somos amplios, generosos en el sentido del aceptar. Respecto de lo que pregunta sobre los años que han pasado, creo que, sobre todo las generaciones más jóvenes, por suerte viven con mucha más tranquilidad lo que antes era casi una persecución. Hoy veo que eso ha avanzado muchísimo, lo cual no significa que no haya algún resquicio en donde todavía las resistencias, los prejuicios sigan funcionando. 

–La película aborda más el proceso doloroso que atraviesa el padre, como que el dolor de la madre es complementario de su vivencia. ¿Creen, en ese sentido, que tiene una mirada más masculina sobre la pérdida de un hijo?

M. M.: –No creo que sea una mirada masculina. Habla sobre la paternidad y no sobre la maternidad. Habla sobre lo que le pasa a un padre con un hijo, con el proyecto de vida de ese hijo, con la elección sexual de ese hijo. Es un padre que tiene la imposibilidad de aceptar a un hijo que es diferente a él, desde la elección profesional hasta sexual. Cuando está luchando con eso, obviamente la madre juega su rol componedor, como suele suceder, y trata de acortar como puede esas distancias entre el padre y el hijo. Claramente, habla de la paternidad.

J. M.: –Tiene que ver con algún aspecto de lo masculino. La mirada es abrir un poco ese mundo educultural que tenemos los hombres sobre todo respecto de nuestros hijos varones. Los mandatos. Hay algo de la continuidad que si se quiebra parecería un fracaso. Para mí, es esencialmente cultural y educacional. Y, además, milenario.

–Cuando uno ve una película como Amour, de Michael Haneke, con una historia desgarradoramente dolorosa, sale conmovido del cine, pero satisfecho por el peso de la historia y la excelencia de las actuaciones. Maracaibo es una película en la que el espectador va a sufrir. ¿Cómo se lo convoca? ¿Tiene que ver con la idea de lo que sucede con la película de Haneke que, a veces, sufrir no significa que no se aprecie un gran trabajo actoral o que despierte la reflexión?

M. M.: –Como espectadora, creo que cualquier hecho artístico –una película, una obra de teatro, un concierto, lo que fuera– que te modifica, que derriba algún prejuicio, que te alerta sobre una manera de utilizar tu libertad y el tiempo, es gratificante. Me gusta gratificarme de cine con entretenimiento puro, con comedias, y también con este tipo de películas. Es interesante que en el cine argentino puedan convivir films de género, de entretenimiento, comedias y cine de autor. Es también una manera de valorar al espectador, porque ese folklore de que el espectador no quiere ir a sufrir o sólo quiere diversión me parece medio adolescente. Y esta producción y este director tienen otro pensamiento respecto del espectador. A mí me gusta pensar las películas como si yo fuera una espectadora. Esta película que menciona, Amour, para mí fue inolvidable. Si vemos Maracaibo, y volvemos a casa, vemos a nuestros hijos y nos sacamos de la cabeza ese pensamiento de que tenemos toda la vida para hablar con ellos y abandonamos cualquier plan para estar con ellos, creo que es bueno, aunque no sea el típico manifiesto de tradición, familia y propiedad. Creo que hay algo de lo vincular, del amor y de la importancia de la vida que es refrescante, que no te tira para abajo, sino todo lo contrario.

J. M.: –En realidad, sufrir sería una última consecuencia. Me parece que es una película de reflexión. Si sufrís, es por vos y por lo que te pasa, no solamente por lo que está pasando en la pantalla. Es una película muy especular, en el sentido de que es muy espejo para el espectador, que no trabaja sobre una generalidad. Al echar foco sobre un protagonista, ese uno después termina siendo muchos. La elección que hace Miguel Rocca (el director) de encontrar en Gustavo alguien que va guiando desde su sufrimiento es también para dar luz sobre qué sentimos con lo que le pasa a este hombre, qué es lo que nos pasa cuando nos sentimos ahí con el otro al lado. ¿Qué hijo tendrá o qué hijo sueña que tiene? ¿Qué hijo perdió? Tiene que ver con eso. Yo aliento mucho este tipo de cinematografía. 

–Ustedes estudiaron sociología (Morán) e ingeniería (Marrale), dos carreras muy alejadas de la profesión que finalmente eligieron. ¿Cómo llegaron a la actuación?

M. M.: –Descubrir la vocación es fantástico porque te organiza mucho en la vida. Como padres lo sabemos muy claramente. Cuando un hijo propio tiene una vocación definida, para uno es una tranquilidad enorme porque eso te organiza en la vida. Para mí, haber descubierto la actuación fue la mayor dicha que tuve. Es tener un trabajo del que me puedo mantener enamorada, con el deseo vivo, con el que siempre tengo ganas de hacer, que me hace sentirme muy afortunada, muy bendecida, como diría la gran Borges, de haber descubierto que esta era la vocación y también de haber podido llevarla a cabo, porque hay mucha gente que la descubre y que todavía no puede manifestarla.

J. M.: –Yo estaba afuera del eje y me metí (risas). Cuando ingresé al conservatorio, saliendo de una universidad y no aguantando más lo que vivía porque no aguantaba más, le encontré sentido. 

M.M.: –¡Eso porque habías caído en la universidad pública! (risas).