Beanpole

(Dylda)

Rusia, 2019

Dirección: Kantemir Balagov.

Guión: Kantemir Balagov, Aleksandr Terekhov.

Montaje: Igor Litoninskiy.

Fotografía: Kseniya Sereda.

Intérpretes: Viktoria Miroshnichenko, Vasilisa Perelygina, Andrey Bykov, Igor Shirokov, Konstantin Balakirev.

Duración: 130 minutos.

Disponible en Mubi.

9 (nueve) puntos

Con premios en el Festival de Cannes y en otros certámenes internacionales, la película rusa Beanpole ofrece una muestra magnífica de un cine de tradición ejemplar. Habrá que pensar en los grandes maestros del cine ruso para situar, entre ellos, al muy joven Kantemir Balagov (1991). Discípulo de Alexandr Sokurov, éste es apenas su segundo largometraje. Y de acuerdo con la genealogía a la que el propio Sokurov obliga, será menester pensar en otros cineastas importantes como Tarkovsky, y desde ya, Eisenstein. Beanpole dialoga de manera inevitable con ellos, dada la filiación y sus elecciones estéticas.

Situada en Leningrado, con la Segunda Guerra apenas concluida, Beanpole elige su comienzo sobre el rostro quieto de Iya (Viktoria Miroshnichenko). El sonido parece ahogado. Un silbido acompaña. Ella detenida, congelada. Alrededor suyo, se adivina un movimiento que cobra una dimensión mayor a medida que los sentidos retornen. Iya sufre de estas parálisis de manera frecuente, quienes le acompañan ya lo saben. Es así en el hospital y en el edificio donde vive junto a muchas personas.

A partir de esta primera imagen, con el sonido congelado también, el film comienza a rodar, a abrir sus fronteras, a descubrir lo que rodea a Iya. Alta, desgarbada, callada. Su tarea como enfermera es diligente. El director del hospital parece ser siempre atento con ella. Le da la ración de comida del paciente fallecido, para que alimente a su hijo. Los personajes surgen y, así, explican sus relaciones. Pero nada es lo que parece, hay secretos que se develan de modo gradual. El niño de Iya no es suyo. La madre, Masha, está en el frente de combate, y en cualquier momento volverá. Iya también estuvo allí, pero sus problemas de parálisis la obligaron a abandonar ese lugar. Ahora, cuida del niño de Masha mientras trabaja en el hospital.

En el edificio, un señor mayor intenta en vano resultarle agradable. Desea a Iya y le inventa juegos de palabras con su nombre, la acaricia sin permiso. Pero esto es casi nada. Pasará algo terrible, y tiene que ver con todo lo que se ha referido. No vale revelarlo, para eso se debe ver la película y admirar la maestría con la cual su director resuelve la tragedia.

Dada la situación, puede decirse que Iya es la madre que no es, la madre trunca. Ya en La madre, una película rusa esencial, basada en la obra de Gorki, el realizador Vsévolod Pudovkin situaba de manera dilemática el rol materno. Vale recordar, a su vez, otras dos madres dolidas, caídas junto a sus hijos, durante la balacera de la escalinata de Odessa en El acorazado Potemkin, de Eisenstein. Si en Eisenstein la oclusión del porvenir venía dada por el dominio zarista -si la madre muere, si es asesinada, ya nada queda, ¿qué futuro pensar?-, en Beanpole la guerra ocupa este mismo lugar. Guerra en la que se ha vencido, paradójicamente. De esta manera, podría aquí pensarse en el stalinismo como paráfrasis del zarismo. La película no lo dice, pero el vínculo entre las grandes obras del cine ruso lo permite.

En todo caso, Leningrado está tan devastada como Roma o Berlín, según Roberto Rossellini en Roma, ciudad abierta y Alemania, año cero. A diferencia del registro neorrealista, en Beanpole hay una recreación plástica en donde sobresale el gris ceniza con algunos pocos colores, saturados, meditados, que se atreven (entre ellos el rojo y el verde, hay que atender al personaje de Masha). Como sea, la guerra hace estragos. Quienes la sobreviven son siempre víctimas. Y es en este mundo de fantasmas que quieren recobrar sus cuerpos donde habita Iya. No lo hará sola. Cuando arribe Masha (Vasilisa Perelygina), la madre del pequeño, las dos habrán de sobrellevar el destino de sus días. Cada una, podría decirse, guarda historias inconclusas. Las dos, perseguidas por un rol o deseo materno frustrados, no es tan fácil distinguirlo. Justamente, hay que ver la película y descubrir estos matices, que el argumento deja entrever de manera justa y equilibrada.

En ese sentido, aun cuando Iya sea la protagonista elegida por el film de Balagov, habrá un momento especular, allí cuando la película haya recorrido su mayor parte y deposite la atención mayor en Masha. Por primera vez, Iya quedará en un absoluto fuera de cuadro. Y lo que de Masha sabremos dirá tanto sobre ella como acerca de su amiga. Quiénes son y a qué sobrevivieron. De esta manera, y de acuerdo con lo que la historia de Masha revele, podrá constatarse que los altos mandos del ejército propio, así como los del enemigo, son gente de mismas costumbres.

Al respecto, es de suma importancia ver cómo Beanpole culmina por delinear un retrato de mujeres solas. Víctimas de una guerra pero también, por eso mismo, de un orden machista. Militar y machista. Es lo que también surge de la secuencia a través de la cual Masha conoce al joven que ahora le pretende, cuando éste y su amigo las abordan por la calle, de noche. Que ellas fueran parte del frente de lucha no es algo que les importe. De lo que se trata es de salir de cacería sexual.

Es por eso que los vínculos que el film propone están, así como los decorados y la ciudad, derruidos. Beanpole, no casualmente, es una película sin música: sólo en una escena y de manera diegética, así como durante los créditos finales y a través de una melodía interrumpida. Hay que volver a encontrar y forjar estos vínculos, pero sin olvidar que se está bajo la égida stalinista. Iya, casi sonámbula; Masha, de sonrisa encantadora y mirar oscuro.

Entre las dos, también, lo que el cine (no sólo) ruso no podía ni debía mostrar: un flirteo íntimo. El momento cuando éste suceda, de manera plena, es sintomático sobre lo que cada una hace y lo que a cada una le sucede. Dos mujeres que se quieren, pero no deben. Sucede como otro matiz, intenso, que atraviesa el film y adhiere una capa de sentido que deberá tenerse presente cuando la historia concluya, luego de su camino dolorido, y después de que las propuestas de pareja más seguras parezcan desvanecidas porque, tal vez, ellas sean lo mejor para ellas mismas.