Desde París

El otoño vendrá enmascarado como el verano que se acaba. La progresión imparable del coronavirus condujo al Ejecutivo francés a reforzar las medidas de protección y distancia social en todo el país. El porcentaje de infecciones es inapelable: casi 6.000 casos en las últimas 48 horas y un diagnóstico resumido este jueves por el primer ministro francés, Jean Castex: ”la epidemia gana terreno y es ahora cuando hay que actuar”. 

La cifra difundida por la Agencia de la Salud pública es la más elevada que se registra desde mediados de abril y traduce un alza de más del 60% con respeto al martes. 19 departamentos franceses fueron declarados “zonas rojas”, lo que, con París y las bocas del Ródano, lleva a 21 departamentos donde la tasa de incidencia superó los 50 casos por 100.000 personas. En París, el tapabocas será obligatorio en todo el territorio de la capital desde este viernes, incluidos los ciclistas. Antes, su uso estaba restringido a ciertas zonas de la capital. Frente a este cuadro, Bélgica agregó París a la lista de destinos europeos a los que no se permitirá viajar. El mismo día, Alemania calificó de “zonas de riesgo” varias regiones de Francia, entre ellas Ile de France, donde está París.

Esta es, en las distintas temporalidades que se sucedieron desde marzo de 2020, una de las más delicadas. El confinamiento decretado entre los meses de marzo y mayo congeló la circulación y la actividad, luego, en junio, comenzaron las vacaciones. La verdadera hora de la verdad se da en este momento cuanto la gente regresa de vacaciones y debe volver al trabajo en condiciones inciertas. Teletrabajo, asistencia con máscaras, empresas que trabajan con una actividad muy reducida, desempleo, cierre de empresas, problemas en la educación nacional de cara a la reanudación de las clases. El futuro tiene un horizonte muy corto. Pese a las amenazas que se ciernen por todas partes, el presidente francés, Emmanuel Macron, excluyó la alternativa de un nuevo confinamiento generalizado. Si se endurecen las medidas como en marzo será en zonas localizadas. Los mensajes el gobierno suelen ser contradictorios. Francia excluyó por ejemplo el suministro de máscaras gratis en la educación nacional cuando se sabe muy bien que la adquisición de los tapabocas supone un costo muy elevado en el seno de las familias.

El virus en sí no deja ver con claridad las alternativas, tanto más cuanto que si la tasa de infecciones se eleva los efectos no son los mismos que en febrero, marzo, abril y mayo. Mientras una cifra sube, las infecciones, otras dos se mantienen estables: los ingresos a los servicios de reanimación y los fallecimientos. Laurent Toubiana, epidemiólogo en el INSERM (Instituto Nacional de la Salud y la investigación médica) dijo al canal BFM-TV que “el virus circula, pero una epidemia sin enfermos no sé lo que es”. Este cuadro paradójico esboza un interrogante: ¿acaso el alza de las contaminaciones es un predecesor de la tan temida segunda ola del coronavirus ?. No hay respuesta. Karine Lacombe, jefa del servicio de enfermedades infecciosas en el hospital Saint-Antoine de Paris, explicaba a los medios que “la historia de un virus menos transmisible o menos grave es una historia totalmente construida. Por ahora no sabemos nada”. Otras fuentes médicas matizan la situación con dos datos. El primero: a finales de agosto se realizaban 90 mil tests por día frente a los 5.000 a mediados de marzo. El abanico para encontrar más infecciones es entonces más amplio. Comparativamente, el porcentaje de personas positivas pasó del 1% por semana en junio al 3% a finales de agosto. El segundo: la contaminación alcanza hoy a las personas más jóvenes y, por consiguiente, los cuadros son menos graves, tanto más cuanto que la población de más edad tiende a protegerse con un rigor severo.

Las fluctuaciones no alejan la nube de una segunda ola. Septiembre es el mes donde la actividad en todos los sectores arranca de nuevo. Sólo entre ese mes y finales de ano se tendrá un panorama más claro. Pero el gobierno teme los estragos de otro virus: el cierre de las empresas, las quiebras y el desempleo. Una fuente gubernamental reconocía en los medios que el otoño sería, en ese contexto,” desastroso”. Sin turistas y con máscaras, París ofrece en estos días una extraña sensación: se vive enmascarado, a puertas cerradas frente al mundo, todo es más lento, a la vez íntimo y descolocado. 

Y frente a las nuevas medidas de enmascaramiento las voces críticas se levantan en las redes sociales. Cada semana, los grupos anti máscaras, muy adeptos igualmente a las teorías complotistas, acrecientan su audiencia. Los favorece la confusión reinante, la imposibilidad de trazar una ruta segura debido a los impactos paradójicos del coronavirus y, sobre todo, las tergiversaciones del poder. Cuando no había máscaras por ningún lado se les restó legitimidad, y ahora son la panacea de la salvación colectiva. Para esta galaxia, la máscara es el uniforme de la dictadura, un instrumento que infunde miedo y, por consiguiente, favorece la sumisión de la sociedad orquestada por un complot global que brota agazapado por las ramas de la covid-19.

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