Ínsula        5 puntos

Argentina, 2018.
Dirección: María Onis.
Guion: Laura Amdan y María Onis.
Duración: 85 minutos
Intérpretes: Francisco Benvenutti y María Soldi.
Estreno: en Cine.ar Play

Las comunidades indígenas se han vuelto uno de los objetivos predilectos de aquellos documentalistas argentinos ávidos de incursionar en el cine de tintes antropológicos. Son películas casi siempre observacionales, en las que la cámara intenta no obstruir el desarrollo normal de los hechos, y preocupadas por lucir prolijas aun cuando retratan condiciones habitacionales y laborales penosas. Un choque entre forma y contenido que coquetea peligrosamente con la abyección, tal como ocurre con Ínsula, a la que no le alcanza con poner esta cuestión en boca de los personajes para evitarla. Pero la película de María Onis –estrenada en la Competencia Argentina del Bafici del año pasado–no es un documental. O no al menos en términos estrictos, puesto que se trata de una ficción enmarcada en el detrás de escena del rodaje de un documental ficticio sobre una comunidad wichí que una joven pareja urbana filma en el norte argentino.

Enésimo exponente del subgénero “cine dentro del cine”, Ínsula empieza bien. Muy bien, se diría: pocas películas apuestan tan abiertamente a la incomodidad, a invitar al espectador a cuestionarse el sentido de lo que ve. En una de las primeras secuencias, la antropóloga (María Soldi) y su compañero (Francisco Benvenuti) les cuentan a los integrantes de la comunidad de qué trata el proyecto y los motivos que los llevan a querer filmarlo. Como respuesta reciben aceptaciones tímidas y silencio. También con silencio responde el cacique cuando le preguntan sobre costumbres que no está muy dispuesto a revelar, todo ante el visible desconocimiento y la falta de tacto de la dupla. “En español, por favor”, lo interrumpe ella no bien responde en wichí, para después quejarse porque no llegaron a la hora acordada al rodaje. Es necesario que le expliquen que a las dos de la tarde hace cincuenta grados a la sombra y, por lo tanto, nadie sale de su casa.

La imposibilidad de comprender una cosmología opuesta, la concepción del cine como motor para expiar culpas clasistas y la responsabilidad ética de quien empuña una cámara son las aristas más interesantes de una película que lentamente irá tomando otros caminos más derivativos, menos atado al derrotero de la pareja en relación a su proyecto que al arbitrio del guion. Así, a ese rodaje se sumarán las discusiones –nunca del todo interesantes, nunca del todo profundas– durante la etapa de edición sobre qué dejar en el corte final y qué no, lo que da pie a la exhibición en primer plano de varios fragmentos del material filmado. Por ahí también aparecen Naty Menstrual y Fernando Noy recitando poemas muy lindos pero que tienen poco que ver con el resto del universo. Promediando el metraje hay una entrevista con una antropóloga que dice que las leyes nacionales, al no contemplar a los indígenas como un colectivo con costumbres no occidentales, terminan ubicándolos en un lugar de marginalidad y exotismo. Una idea perfectamente aplicable a Ínsula.