Llevando un barbijo con el escudo de River, el paseador de perros arrastra unos veinte bichos que lo llevan de un lado a otro. Se detiene a mirar el rostro del vago, también rodeado de perros. El vago fuma en pipa a través de un agujero hecho al barbijo, que luce los colores del equipo de Boca. El paseador debe tirar fuerte de las correas porque algunos ya quieren agarrarse con los perros del vago. Éste se da cuenta de que la cosa puede ponerse espesa y trata de calmar a los suyos, pero ya es tarde porque su viejo dogo se ha lanzado al montón de intrusos. El paseador y el vago pegan gritos de ¡calma!, ¡paren la mano!, pero los perros ya están enredados. Los bocinazos destemplados compiten con los alaridos. Los peatones huyen despavoridos y horrorizados con algún pichicho prendido en las piernas. Impiadoso, el dogo bostero le quiebra el cogotito a un chihuahua gallina. El paseador putea y reputea a perros propios e infiltrados. Ante el barullo inesperado, transporte y peatones huyen por donde pueden. El paseador sacude las correas cómo látigo para ahuyentar a los perros atorrantes que, aun flacos, demuestran un espíritu de lucha y de hermandad admirables, nada que ver con la tropa que intenta cubrirse detrás del paseador que vuelve a insultar feo al vago llamándolo puto de mierda y otras linduras. El vago no aguanta el insulto así que se le va al humo, furiosísimo. Se agarran a piñas. Estando cara a cara ya sin barbijos, ambos se detienen asombrados. El paseador es el primero en preguntar, respetuosamente:

--¿Monsieur Hulot?...

Automáticamente los perros se calman y atentos miran a sus amos. El vago abre grande sus ojos, se quita la pipa y también pregunta:

--¿Mister Bean?...

Entonces el paseador le grita ¡Maestro!, y ambos se abrazan, cagándose en el obligado saludo con los coditos. Los perros al ver que la cosa entre sus amos se ablanda, aflojan los colmillos del cuerpo adversario y se echan señorialmente en la vereda, permitiendo el retorno de la normalidad. El paseador Mr. Bean no deja de decirle “maestro” y palmearlo como verificando la existencia física del otro. El vago M. Hulot le agradece la deferencia y le jura que cuando vio en televisión la secuencia de la playa en la que Mr. Bean se pone la malla encima de los pantalones, se rió tanto que casi se traga la pipa. Emocionadísimo, el paseador de perros Mr. Bean le agradece y confiesa que desde chico, cuando vio “Las vacaciones de M. Hulot”, se prometió solemnemente no ser otra cosa en la vida más que actor-cómico. M. Hulot acepta que lo mismo le pasó a él cuando vio “El General” con Buster Keaton. Con entusiasmo de chicos, intercambian retazos de sus vidas artísticas en los buenos y malos momentos. Recuerdan al buenazo de Benny Hill y a otros que “no tanto”, y es mejor no acordarse. Los perros como ven que la confraternidad de sus amos se acrecienta para largo, empiezan a oler culos ajenos y lamerse las heridas; los más desvergonzados ya se agitan vehementes en amores espontáneos. El vago M. Hulot le cuenta que con esa película ganó el “Premio Louis Delluc”, fue nominado al “Oscar” y luego tuve enorme éxito en el “Festival de Cannes”. A su vez, el paseador Mr. Bean le comenta sus éxitos en cine, y también de su serie de dibujos animados; y lo más importante: su película “Las vacaciones de Mr. Bean”, precisamente un homenaje a “Las vacaciones de M. Hulot”. Y siguen la charla con entusiasmo, encimada y cargada de evocaciones y mutuos elogios, hasta que vuelven a ubicarse en la realidad que viven y ambos se preguntan “¿y qué estamos haciendo en Buenos Aires?”... Mr. Bean le dice que lo habían llamado para una comedia en un teatro de esta calle Corrientes, pero el coronavirus nos rompió el tuje, el empresario desapareció, del Sheratton-Hotel me sacaron a patadas por falta de pago, y me la tuve que rebuscar paseando perros por culpa de esta putísima pandemia de mierda, dice con ostensible bronca Mr. Bean, y patea furioso el tacho de basura colgado de la columna, ¿y vos?... M. Hulot prende su pipa y, también con la misma bronca, expresa que a él lo habían contratado para hacer una película homenajeando al más grande cómico de acá, Luis Sandrini, y justo el primer día de filmación caen contagiados el iluminador, el cameraman y el productor y me quedé en la calle mendigando tabaco para mi pipa, putea indignado M. Hulot y, al tiempo que da unos pasos inclinado hacia adelante como en sus películas, sin darse cuenta pisa caca de los perros. Ambos genios se miran en silencio levantando las cejas. M. Hulot aspira de la pipa y se limpia el zapato con el barbijo. Mr. Bean manifiesta: Ahora entiendo lo de bosteros... En el mismo instante, seguramente debido a que algún celular avisó sobre el hecho, aparecen patrulleros policiales, bomberos, ambulancias. ¡Hasta móviles de canales de televisión! con los periodistas esgrimiendo sus micrófonos en ristre, bombardeando a los actores con preguntas faranduleras. El nuevo barullo trastorna tanto a los perros que, pensándose agredidos, confirman aquello de que el ataque es la mejor defensa lanzándose con furia desatada contra los recién llegados. Ante semejante desbande, Mr. Bean y M. Hulot, prudentes, deciden alejarse por la diagonal, abrazados. Y matándose de risa al ir recordando anécdotas de tiempos mejores...