El descubrimiento y desarrollo argentino de una semilla de trigo resistente a la sequía, a partir de la investigación encabezada por una científica de la Universidad Nacional del Litoral y del Conicet, está a la espera de su aprobación por parte del Ejecutivo para poder comenzar a ser comercializado. Pero ese trámite está demorado por presiones, aparentemente, de sectores del agronegocio vinculados a las semilleras internacionales. La disputa ya lleva más de un año y medio. En el tramo final del gobierno de Mauricio Macri había enfrentado a la comunidad científica y algunas carteras a nivel nacional y bonaerense que acompañaban su aprobación, con los sectores que lo rechazaban, que tenían al entonces ministro Luis Etchevehere a la cabeza. La propuesta de este último se impuso y el gobierno de Cambiemos "cajoneó" el proyecto. Ahora, cuando vuelve a plantearse la pulseada, las resistencias surgen desde afuera del gobierno. Pero, hasta el momento, han sido lo suficientemente fuertes como para lograr demorar su aprobación en el Ministerio de Agricultura.

El gen HB4 del girasol empezó a "cruzarse" con el trigo en 2009, para probar si podía transmitirle propiedades de resistencia a la falta de humedad y otras condiciones que pudieran mejorar el rendimiento. El trabajo de laboratorio estuvo a cargo de un equipo encabezado por la doctora Raquel Chan, de la Universidad del Litoral, y financiado por el Conicet. Eran los años en que el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner le había dado fuerte impulso a la ciencia aplicada, lo cual en este caso dio lugar al desarrollo del gen HB4 del trigo. La elaboración de la semilla estuvo a cargo de la firma local Bioceres, la que ahora busca su aprobación comercial.

Desde la comunidad científica, subrayan que este trigo transgénico ya fue sometido a los estudios y dictámenes de Senasa, que demostró que el producto resultante es "inocuo" para su consumo, y de la Comisión Nacional de Biotecnología, que concluyó que "no afecta al medio ambiente". Científicos consultados explicaron que "suele haber una confusión entre semilla transgénica y agroquímicos, como el glifosato, porque lo que produce contaminación es esto último, no la semilla transgénica, pero como algunas empresas comercializan como paquete tecnológico la semilla y los productos químicos fertilizantes, generan la mala fama de los transgénicos y el rechazo social". 

Pero, en este caso, el rechazo y la traba no proviene de los ambientalistas. 

En cuanto a los resultados económicos, hay coincidencia en que su rendimiento sería superior en promedio en un 22% sobre las especies de trigo actualmente en explotación. De allí que diversos sectores de la producción manifiestan fuerte interés en que salga a comercialización. Se trataría, por otra parte, de un desarrollo genético que ubicaría a la Argentina en el primer plano internacional, porque es el primero en este cereal. Lo cual permitiría, además, la exportación de las semillas producidas localmente.

"Es un desarrollo que se logró en diez años de estudios y en un trabajo público-privado, financiado por el Estado a partir de 2009. Y ahora que se alcanzó un excelente resultado, ¿lo archivamos? Es incomprensible", manifestó el ex ministro de Agricultura Julián Dominguez a Página/12, quien advirtió que el Estado no debería ceder a la presión de los lobbies internacionales que intentan bloquear su aprobación para uso comercial. Señaló que desarrollos similares en manos de firmas multinacionales, como la soja o el maíz transgénico, no enfrentan las prevenciones que ahora existen ante este desarrollo argentino. "Algunos, si no tienen la habilitación del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos, parecería que no se animan a avanzar, y yo creo que es un error gravísimo", señaló. 

El argumento con el que, en su momento, Etchevehere se opuso a la aprobación del desarrollo argentino del gen del trigo era que su introducción en el mercado "podía poner en riesgo las exportaciones" de ese producto. Si los importadores de granos argentinos rechazaran el trigo transgénico, hipotéticamente, Argentina podría quedrse sin mercados. Esta posición, aparentemente, es la sostenida también por firmas exportadoras. No así por la generalidad de los productores, ni siquiera del conjunto de los más grandes. De hecho, Bioceres, el laboratorio que obtuvo la licencia junto al Conicet (y espera la habilitación para comercializar la semilla), es una empressa conformada en su origen por una asociación entre 300 grandes productores de cereales. 

Otras voces, como la de Dominguez, sostienen que la cuestión comercial se define por la capacidad y decisión de defender los intereses propios que tenga el país. "Si un país nos rechaza, hay otros que lo aceptarían el producto; es absolutamente falso que nos quedaríamos sin mercado; este desarrollo genético es un avance fenomenal, y la dirigencia política tiene que asumir los riesgos para defenderlo", aseguró.

Fuentes empresarias aseguran que, incluso, existe un borrador de acuerdo comercial con Brasil, uno de los principales destinos del trigo que exporta Argentina, aceptando el trigo genéticamente modificado. Y que son sectores exportadores los que reclaman que, además, se obtenga la aceptación de otros eventuales destinos. El tema está a la firma de funcionarios del área de Agricultura que, a esta altura, sólo esperan un OK político.