“Las manifestaciones del trastorno son tempranas –explicó Ysrraelit–, se dan antes de los tres primeros años de vida. Hay estudios neurológicos que  pueden detectar signos desde los 3 meses, a partir de la mirada. Se sabe que los bebés sin autismo miran a los ojos, en cambio los que están dentro del espectro miran a la boca, que es lo que se mueve. Los primeros signos de alerta se ven a partir del primer año: son niños que tienen en general un retraso en el lenguaje; que no responden al nombre, a partir del año si se lo llama por el nombre al menos tiene que mirar a la persona; suelen no responden, parecen ser sordos o que no entienden las consignas. A veces dicen algunas palabras y luego las pierden, tienden a no querer jugar con otros chicos, o no saben jugar de la forma adecuada. La visión del juego es muy importante, por ejemplo, agarran un auto y en vez de hacerlo correr le hacen girar las rueditas, evitan el contacto físico o no hacen gestos para comunicarse”. “Los padres y las maestras jardineras son los grandes alertas del desarrollo”, destacó.