En los albores de la década del 80 en el pasado siglo XX la llamada "Dama de hierro" británica proclamó "la muerte de lo social y el nacimiento de la nueva sociedad de individuos". Emprendedores, empresarios en sí mismos, vindicadores de su libertad en detrimento de las de los demás, es decir funcionales a los dominadores, explotadores y liberticidas.

En esos tiempos se visualizaba el huevo de la serpiente, la hidra de múltiples cabezas destructora de vidas para que el capital prospere y aumente.

También en esos años de plomo y soledad emergieron en la isla del reino los jóvenes de cabellos gorditos, con crestas y tachas anunciando que no había futuro ni utopía colectiva.

El desencanto hacia la esquiva revolución libertaria se expandía como mancha de aceite.

El sueño socialista según estas voces contrapuestas tenía el color gris de la monotonía y no el luminoso glamour.

Terror de por medio, culto egotista de por medio, se inauguró el presente de corporaciones tecnológicas, tecnotrónicas y telemáticas; cambió el lenguaje, se lo vacío de sentido.

Slogans y no argumentos, golpes de efecto y no proyecto de construcción social, no estatalista ni mercantil.

En el sórdido presente de pandemia global, exclusión, militarización y controles permanentes cabe preguntarse si no siguen germinando aquellas semillas sembradas sobre la tierra ensangrentada por metralla, secuestros, desapariciones forzadas y torturas a luchadoras y luchadores sociales.

Vale una vez más proclamar que nadie se salva solo y que el perverso sistema mercantil perecerá como colapsaron imperios que se creían eternos.

La lucha de clases no suspende por pandemia.