Cualquiera que conoció a Juana se conoció más a sí mismo. Cualquiera que conoció a Juana supo de su incondicionalidad: la implacable vocación por decirte la verdad. Juana te ofrecía esa incondicionalidad: decirte lo que pensaba, decirte “de todo”. Esa era su política sin trampas practicada con amigos y amigas. Juana llevaba en su vida un cuerpo de grandes frases, grandes versos, grandes enunciados, grandes gestos. Y sobre todo, libros fundamentales de la poesía argentina. Para definir su clase dijo: “aristocracia obrera”. Para definir su conducta: “la poesía es una escuela del carácter”. Para explicar su salida del país: “cuando murió Perón yo estaba convencida de que iban a gobernar los montoneros”. Para afirmar su comunismo: “Stalin electrificó Rusia”. Para definir la solidaridad de clase: “Moyano es La Clase porque te para el país”. No era rígida, era punk y madura.

Las entrevistas que dio, y para las cuales se preparaba en todos los sentidos (el pelo, el vestuario, la casa, la atención, y, obviamente, las palabras), ya deberían ser parte de su obra. Y tal vez lo sean en el futuro. Como pocos (como Borges, como Fogwill), en las entrevistas no solo ponía en juego la explicación de sí misma o de la “ideología” de su obra, sino que trataba también de darle lugar a su cuerpo, a su estilo de conversadora, a su erudición política fogueada en la praxis sólida de los años 60. Mujer conversada, su poesía resulta la edificación de un yo poético desde Mujer de cierto orden, el libro donde se reveló la voz que la va a acompañar siempre. El libro se abre diciendo: “Hace unos días he decidido luchar/ y la sola idea de la lucha/ me ha producido un cansancio tan infinito/ que hasta mis mejores amigos guardan una distancia respetuosa”. Y lo dice ¡en 1967! Allí ya está un poco todo: su desencanto, su lucidez, su virulencia más o menos asordinada, su ironía, la importancia crucial de la amistad como un lugar de combate, de sosiego y un reflejo de sí misma. Todo esto, en los primeros tres versos de una voz que sigue viva hasta Novísimos, el libro póstumo, de 2019. En esos poemas donde ya ve el final de esa larga carrera, de ese espacio mítico que es su obra, anota: “Ahora puedo escribir eternamente”.

La política, la vida literaria y la amistad: sus mapas de la ciudad, del centro y del goce… dónde se compra el mejor jamón, dónde se come el mejor bacalao. Una ciudad de amigos y amigas. Conocí a Juana ya consagrada. Habían ocurrido las cosas: había vuelto al país, había vuelto a publicar, había recibido los apoyos decisivos (como el del Diario de Poesía) que la colocaban en el centro de la poesía contemporánea, había generado una leyenda de discusiones y había forjado amistad con poetas jóvenes de los años 90 (cuya ubicación ideológica, en muchos casos, era la izquierda peronista). Conocí a una mujer en paz con su lugar en el mundo.

El día de su muerte llegó enojada al hospital. No quería ser internada, aunque sí quería ser atendida ahí, en el Hospital de Clínicas. Un hospital público. En la sala de emergencias la esperé. Quise saludarla. Fue nuestro último diálogo. Me acerqué a donde la atendía una enfermera. Ella desde la cama me vio llegar casi detrás de una cortina. “¡Juana acá estoy!”, le dije, apenas elevé la voz. Me miró, imperturbable. “Hay un hombre… corra la cortina”, dio la orden a la enfermera. Elegante, seca, con el gesto de un derecho tan propio del siglo 20 y que no quería ser violado: el derecho al pudor, a la sobriedad. Esa fue la última frase que oí de su boca. Nuestro último diálogo. Su última orden. La cortina se cerró. Juana murió esa noche en el mismo hospital donde dos años antes había fallecido el amor de su vida, su esposo Hugo Mariani.

Pero cambiemos verdad por destino. Juana eligió los detalles de su muerte. Después de haber elegido los detalles de su vida. Un amor, un Partido luego abandonado, una familia mítica de padre panadero con quien se sentaba a oír una ópera, el barrio al que no quiso volver y la historia de un destierro para el que no eligió las regalías del exilio. Había que bancarle la mirada a una mujer así, “educada para ser la magnífica militante de base de un partido / que por no leer la historia de mi país / se ha convertido en polvo no enamorado sino muerto”.