No siempre las convicciones propias chocan con las convicciones del otro. A veces chocan contra el que vive por defecto. Es así: uno está cenando con amigos y no tanto y en plan conciliatorio cita uno de esos temas que supone que nadie rechazará: los Beatles, los Simpsoms, el Chavo, Picasso, etc. Sin embargo, en la otra punta de la mesa hay alguien que no aprueba, no ríe, no se emociona. Ese es el que vive por defecto.

Vivir por defecto es vivir más o menos como se nació, como por defecto funcionan las computadoras y los celulares. Funcionan así hasta que alguien le mete información o programas y los hacen ir en alguna dirección, cualquiera. Pero cabe la posibilidad de que la computadora la haya comprado una viejita para ver recetas de cocina y nunca la reprograme. Por eso cabe también la posibilidad de que las personas que viven por defecto vivan más o menos siempre de la misma forma, esquivando ideas, ideologías y novedades.

La gente que vive por defecto es el gran botín de la política una vez consolidados los militantes propios. Son parte de los llamados independientes o de los que no creen en la política. Una zona gris que no se define ideológicamente y que por eso se los puede encontrar defendiendo una cosa hoy y lo contrario mañana. O defendiendo lo indefendible. Son fáciles de arrear si se tienen los medios adecuados. Pero también son infieles. Se van con otro a la primera ocasión.

Son (creo yo) los responsables de la infantilización del discurso político. No lo hicieron ellos. Lo hicieron por ellos. Es por ellos que los discursos con contenidos políticos fueron reemplazados por caritas, risas, emoticones, colores, canciones y slogans. Es por ellos que los políticos eligen mostrarse básicos, tontos y caprichosos. Porque las personas que viven por defecto se motivan con palabrerío (sí se puede, síganme) o sentimientos elementales: el odio (el que se ejerce contra CFK), o la alegría sin justificación (bailes, globos, risas e imitaciones de cantantes).

No es que no tengan motivaciones. Las tienen: el dinero, por ejemplo. Ese no se discute. Es una especie de Dios. El trabajo es otro. Por eso suelen medir al resto a partir de su relación con el trabajo. Y todos los que no trabajan como ellos, o como ellos creen que se debe trabajar, son vagos o mantenidos.

Como el toro ante el rojo, arremeten ante cosas primarias (miedo al comunismo, a una vacuna), sin buscar explicaciones. Buscarlas sería aprender o cambiar y a eso sí le tienen miedo. No sólo la política los podría sacar de su imperturbabilidad, también la cultura, pero la mayoría son impermeables a la cultura en tanto transformación. Cantan las canciones de moda, eso sí, y creen que eso es la cultura y ya.

Esta gente atenta contra los proyectos revolucionarios o transformadores porque quieren quedarse donde están, siempre. Se indignan con facilidad porque no entienden que otros (como ellos, o parecidos en tanto blanquitos o de clase media), quieran salirse de ese corral en el que se sienten tan cómodos. Son esos que te dicen “cómo podés ser esto” mientras ellos son cosas peores. Pero no ven la contradicción. Si se suman a un proceso de aparente cambio (movilizarse en contra o a favor de algo) es porque su entorno, sea por pereza, comodidad o porque alguien los arreó, se sumó.

Desde ese lugar es sencillo negar a la ciencia, a los médicos, a los expertos de toda disciplina. Desde ese lugar no causa ninguna vergüenza hablar de virus falsos, chips y confabulaciones varias. Y guay del que intente hacer cambiar de opinión a alguien que vive por defecto. Es imposible, una batalla perdida de antemano. Si los hechos históricos no pudieron hacerlo mover de su lugar, imagínate una simple explicación.

A veces es también una estrategia. Permite a la gente y a los sistemas no moverse del lugar asignado por la historia, por el azar. Así se puede negar todo, incluso lo evidente. La historia misma se puede negar. Y quizá (sólo quizá) esto valga también para sistemas políticos, estados y partidos, que no se mueven del lugar aludiendo a un estado original puro y virginal cuando en realidad es vivir por defecto. Pienso en la UCR actual, por ejemplo.

No es precisamente ignorancia, pero se le parece. No es ignorancia porque alguien que vive por defecto puede ser un buen profesional. Pero es ignorancia hacia lo nuevo, hacia los cambios sociales, históricos. Para colmo suelen ser gente sana, que viven cien años y no sufren de estrés. Y quizá no lo sufren porque nunca tiene que elegir, jugarse, contradecir al pasado. Algunos se maceran con el tiempo y se vuelven viejos clavados en el tiempo como las columnas de la Acrópolis de Atenas.

No aprenden. Saben. Nunca reciben una lección. Se escudan en los suyos y se fortalecen en ese rebaño. Son gente que parece de buen corazón pero se suman con demasiada facilidad a odiar como para considerarlos buenos. Quizá al fin, sólo al fin, se rinden, cuando ya todos los semejantes hayan muerto o se hayan mudado o hayan cambiado. Pero incluso ahí no cambian. Ahí odian al mundo entero y mueren.

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