Lucas Palladino regresó en 2008 a Córdoba desde Brasil y comenzó su formación universitaria preguntándose por las comunidades comechingonas, supuestamente extintas. Ese proceso culminó 12 años más tarde con una tesis doctoral en Antropología por la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) en la que analizó mapas históricos que marcan la presencia en la capital provincial de la Comunidad del Pueblo de La Toma, desde el siglo XIX.

“Uno pensaba que para estudiar la cuestión indígena tenía que ir a una biblioteca o a un museo antes que hablar con personas”, reconoció el profesor de la Facultad de Filosofía y Humanidades de esa casa de estudio durante la entrevista con el Suplemento Universidad, y sostuvo que busca que su trabajo contribuya con la visibilización de la cuestión indígena en Córdoba.

- ¿Por qué la elección del tema?

- En 2008 comencé la Licenciatura en Geografía y era difícil conocer la realidad de los pueblos originarios en Córdoba. Yo venía de haber vivido en Brasil, donde la cuestión indígena está mucho más visible, y volví preguntándome cuál era la situación de los comechingones. Hasta donde yo sabía era uno de los grupos étnicos cordobés, pero lo que circuló siempre es que estaban extintos. Hasta ese momento uno pensaba que para estudiar la cuestión indígena tenía que ir a una biblioteca o a un museo antes que hablar con personas.

- ¿Qué encontraste?

- Había una comunidad de comechingones en la ciudad de Córdoba (La Comunidad del Pueblo de La Toma), cuando según el relato, cualquier presencia de lo indígena se podía encontrar sólo en las sierras, en pictografías o en registros arqueológicos. Esto se debe a que Córdoba tiene políticas muy orgullosas del movimiento jesuita y esa corriente del hispanismo es muy fuerte también en lo intelectual. Nunca se había contado que habitaban un barrio histórico como es el barrio Alberdi. Se decía que los que se inscriben como comechingones no eran verdaderos indios o que no eran puros.

- ¿Cuál era tu objetivo?

- Quería saber qué sentido tenía el territorio. Estos originarios viven en la ciudad y en el imaginario esto no está tan presentes. Quería complejizar la visión de que la identidad indígena existe solo en el pasado y en el campo, y de esa manera contribuir a la resistencia indígena. Es algo complejo, por eso también me fui a estudiar una comunidad de las sierras para compararlas.

- ¿Había diferencias?

- Son diferentes los contextos territoriales y sociales. Quienes estudian la identidad étnica sostienen que siempre se construye en relación con otros. En la ciudad de Córdoba ese juego de relaciones sociales deriva en la autenticidad indígena. En la sierra no ocurre porque en el imaginario social hegemónico está más instalado que quien vive en el campo tiene cierta ascendencia indígena.

- ¿Y cómo es la relación con el territorio?

- En la ciudad, por ejemplo, no hay un reclamo de tierras, salvo por una casona. Viven en el Barrio Alberdi, que es el anillo periférico del centro. Mientras que en las comunidades del Valle de Punilla y de San Marcos Sierra ocupan sus tierras ancestrales, aunque esto no quiere decir que no tengan problemas. Hay un gran conflicto por la deforestación propiciado a rajatabla por el gobierno provincial. Además, hay apropiación de sus territorios a través del loteamiento de inmobiliarias y mineras de pequeñas escala.

- ¿Cómo es abordada hoy la realidad de los pueblos originarios en Córdoba?

- A partir de los 90, con la modificación constitucional, el Estado reconoce la preexistencia étnica territorial. Eso sumado a la creación del Instituto de Asuntos Indígenas (INAI), que otorga personería jurídica a las comunidades, provocó una legitimación pública de esas identidades. En Córdoba es un proceso lento y lo que se observa es que tiene que ver con la carga peyorativa de lo que significó ser indígena producto de la etapa de silenciamiento que comenzó al inicio del siglo XX. Hasta ese momento mantuvieron su identidad en la clandestinidad. Y a partir de este milenio comenzaron diferentes movimientos reivindicativos.

- En tu trabajo hay una fuerte presencia de mapas, ¿qué rol juegan?

- Desde una perspectiva posestructuralistas, los mapas son instrumentos de poder. No reflejan la realidad del territorio, en todo caso construyen el territorio. Y yo los encuentro como fuentes históricas del poder. La misma comunidad al pedir el reconocimiento oficial entregó planos del siglo XIX de sus territorio que muestran la comunidad visibilizada en el mapa de la ciudad, cuando según la historia oficial ya estaban extintos. La intención era localizar las tierras y luego comenzar un proceso de expropiación, que coincide con la campaña del desierto. Es el momento en el que el Estado avanza material y simbólicamente en la construcción de territorio.

- ¿Qué experiencia te dejó la investigación?

- Las comunidades sufrieron estigmatización, discriminación y muchas viven bajo la línea de pobreza. No quiero que sea solo un título en mi formación, sino construir colectivamente ese proceso de justicia social étnica y encontrar una función social a la investigación visibilizándolas.