Cuando una organización psíquica, como la enfermedad, se mantiene durante un tiempo, acaba por comportarse como una entidad independiente, manifestando un instinto de conservación y estableciendo un modus vivendi con los demás sectores de la vida psíquica, incluso con los que le son hostiles.

Sigmund Freud, 1917.

¿Qué estará haciendo la gente que trabaja en expresiones del arte? ¿Por dónde andarán los músicos, los sonidistas, los jóvenes apurados que trasladan parlantes y prueban sonido? ¿Y los artesanos de las ferias, los artistas callejeros, los mimos de la peatonal Córdoba, los actores y los cantantes de fiestas? ¿Cómo estarán las familias de iluminadores del teatro, acomodadores en recitales, constructores de escenarios, cada uno de los artistas de qué estarán viviendo sin su trabajo? ¿Por dónde andarán?

¿Y de qué estaremos viviendo nosotros sin las escenas que ellos nos creaban en el mundo?

Pensar que una de las experiencias más aburrida e inaguantable era tropezar con alguien que sólo hablaba de sus enfermedades y últimamente lo más interesante que encontramos como tema es la enfermedad reinante. Dice la escritora Susan Sontag que las enfermedades siempre funcionaron como haciendo creer a alguien que es especial. Incluso, la idea misma de “tener una enfermedad” es “ser especial” comenzó –así lo dice- con la tuberculosis que cubrió con un manto de sensibilidad, espiritualidad y romanticismo a quien se debilitaba lentamente, escupía sangre y se consumía envuelto en una misteriosa muerte poetizada.

Hasta que la medicina no descubrió el microscopio a fines del Siglo XIX ni surgió la anatomía celular a principios del Siglo XX, no estuvo en condiciones de encontrar la causa y cura de la tuberculosis (imaginemos que quizás le falten a la medicina algunos inventos para encontrar la cura de covid ¿Seguiremos hasta que lo logre sin las manifestaciones públicas del arte?) Cuando la medicina alcanzó los dos descubrimientos mencionados por Susan Sontag, todas las ideas fantasiosas y las inspiradoras metáforas que habían disfrazado la tuberculosis se desvanecieron de repente en el aire. Las significaciones evaporadas volaron trastocando sus sentidos hacia otros fenómenos patológicos y les otorgaron nuevas significaciones, hasta contrarias y delirantes. Fue como si la delgadez de la tuberculosis pasara a significar elegancia y glamour reivindicando su lugar rechazado como rasgo pretérito de enfermedad.

A mí se me ocurre –en diálogo con los textos de Sontag- que hacia mitad del siglo pasado la emergencia de la gordura ha venido como contrapeso a la delgadez del tuberculoso para ir presentando la nueva patología emergente que, luego sería largamente ocultada e ignorada: la obesidad. Pandémica y voraz; menos romantizada por no contar con el ambiente de la literatura apasionada del romanticismo, contestataria de los amores por conveniencia y la vida acomodada; la obesidad surge efecto de los ´70 y carga con la lucha contra un cuerpo de otro por haber perdido el placer con la comida, imposibilitada aún de sublimarlo en alguna forma de amor para la cultura. Poca transmisión de espiritualidad quizás por falta de consumir el cuerpo para presentificarla: en la obesidad “lo” que se devora es lo que consume al devorante. Alarde del objeto, desaparición del sujeto y escasa inspiración para metaforizar el pasaje de la vida hacia la muerte.

¿Y las escenas clausuradas de los artistas?

Sucede que sólo pasando por escenas de ficción, donde nos identifiquemos con el particular goce que los artistas nos muestran, podrán despertarse en nosotros sentimientos y emociones imposibles de sentir en la psicopatología de nuestra vida cotidiana. Es así de simple. La catarsis. La expurgación de afectos que la cara tediosa y desganada de nuestros hábitos jamás podría despertar ni descargar. No sólo necesitamos ficciones donde ver, sentir y escuchar la sensibilidad y hasta el sufrimiento del otro para salir de ellas con piedad creyendo que uno podrá ser comprendido también en su dolor y en su sensibilidad, sino que también es esencial el trabajo de los artistas, pero con su cuerpo presente, para sentir lo que jamás llegaremos a percibir reproduciendo la vida en supermercados, farmacias y pantallas de computadoras.

 

Es en estas vueltas y desplazamientos del lenguaje sobre las enfermedades, que se nos aclaran el hartazgo, el tedio, las depresiones, la falta de ganas y fuerzas, el agotamiento que hoy se esparcen y nos envuelven, ante la enfermedad viral covid.