Cuarenteñeres:

Quizá sea el momento para una reflexión (y unas cien flexiones). Empieza octubre, mes especialísimo, desde lo personal, y, hay que decirlo, desde la historia que compartimos los argentinos.

Octubre es el del 17 del '45, es el del 27 de 2010, es el del 27 también, pero del 2019 (y el triunfazo de Alberto, Cristina, Axel, y -permítome opinar- la Argentina toda). El 12 de octubre de 1973, asumía su tercera presidencia el general Perón, cuyo cumpleaños es el 8 de octubre. El 12 de octubre de 1916 asumía Hipólito Yrigoyen, la democracia real debutaba en nuestra historia. El 9 de octubre de 1967 era asesinado el Che Guevara en Bolivia. Y un hecho de la Historia mundial, pero que nos marcó a todes: el 24 de octubre de 1917, la revolución soviética. Sí, ya sé que fue el 7 de noviembre, pero resulta que allá se basaban en otro calendario, 15 días atrasado (modificado luego de la Revolución), por lo cual, en noviembre (de acá) se hizo la revolución de octubre (de allá).

Una canción de mi adolescencia, “Octubre, mes de cambios”, de Roque Narvaja, decía: “Y es octubre quien manda en la calle,/ son los cambios que deben llegar". Obviamente, se refería a cambios revolucionarios, progresistas; si quieren populistas. Eran cambios, no “sustituciones”, como se atreven, entre copa y copa, o entre pastillita y pastillita, a sugerir algunes miembres de “Juntos por el Caos”, los Campeones de la Injusticia, archivillanos.

¡Y qué bueno que haya empezado octubre! Porque septiembre se fue mal. Se fue con Quino, que nos dejó, eso sí, tanto. Tanto para pensar, tanto para reír.

Duros, estos tiempos de idas. Demasiadas personas se están volviendo queridos recuerdos. Quino, Marcos Mundstock, Jorge Schussheim, Tom Lupo, Fontova.

Todo eso eran los fines de los '60, inicios de los '70. En mi vida, un trecho clave en el que todo eso era lo cotidiano.

Y no hablo de épocas. Porque -discúlpeme, lectore-, quizás esto no sea políticamente correcto, pero no creo en las "épocas" y muuucho menos en los "fenómenos epocales", palabra esta última de difícil digestión para mi pobre intestino lingüístico.

No creo en las épocas, porque me parece una falacia estadística para volver “universal” lo que en verdad les pasa a algunes poques. Hablar de época sería, a mi modo de ver, como "marcar agenda”, decidir qué es, o era, lo importante de uno u otro momento de la Historia.

Y, para mí, eso es una truchada. ¿Por qué? A ver, por ejemplo: mientras algunas personas luchan por conseguir un derecho, otras ese derecho ya lo tienen, otras no lo tienen pero tampoco les importa, otras están preocupadas por conseguir otro derecho, otras se movilizan para no perder otro derecho, otras hacen todo lo posible para que quienes tienen un derecho dejen de tenerlo o por conseguir otra cosa.

Entonces, ¿cuál de todos estos grupos de personas definirían “la época”? ¿Sería una época de lucha? ¿De desinterés? ¿De derrotas? ¿De utopías? Y… depende para quiénes.

Alguien podría decir: "Bueno, también es posible que todos esos grupos coincidan, ya no en el mismo país, ciudad o barrio, sino en el mismo edificio". De hecho, puede ser que en un mismo piso, el departamento A esté viviendo una tragedia y el B una celebración, que en el C haya una ruptura y en el D un gran encuentro, que los del E celebren que estamos viviendo con un gobierno nacional y popular y los del F traten infructuosamente de conseguir pasajes para volver de Valenzuela, país en el que no están. Y que algunos vecinos se interesen por “el otro” y otres sean profundamente egoístas.

Pero volvamos a Quino. Y a su Mafalda, publicada entre 1964 y 1973. El mismo autor se sorprendió, hace unos años, de la permanencia de su personaje. No entendía por qué la gente lo sigue leyendo. La respuesta es casi obvia: porque sigue vigente.

Sigue habiendo Mafaldas que preguntan y Susanitas con cacerola, Manolitos que apuestan al negocio antes que a la vida, Libertades que esperan que termine la pandemia para llenar la plaza, Felipes en el diván, Miguelitos a los que “su” dedo les importa más que un edificio, y Guilles que, cuando hace calor, preguntan “¿Es pod el gobiedno, verdad?" -aunque la respuesta de Mafalda: “Es muy chico, todavía no aprendió a repartir culpas” no se pueda aplicar a quienes hoy portan ya varias décadas, como la tira de Quino-.

Sigue existiendo “el palito de abollar ideologías”, y uno puede salir del supermercado gritando “¡Sunescán, daluna, buso!”. Quizás Sartre haya escrito “el último pollo que comimos”, y ante las ofertas, ya no del almacén, pero sí de algunos bancos o empresas que nos llaman por teléfono para vendernos... nada, pero caro, y en cuotas, solamente podamos decir “grapcias”.

Y por supuesto, el neoliberalismo sabe muy bien, y lo usó todos los días, cómo decidir qué es lo urgente, para que no podamos meternos, de una vez por todas, con lo importante.

Sugiero acompañar esta nota con el video “redes y algoritmos” compuesto por RS Positivo (Rudy-Sanz). Está instalado en su canal de YouTube (al que, si gusta, puede suscribirse) y, para verlo, alcanza con hacer clic en este link:

Hasta la que viene.