La novela de lo real de Emmanuel Carrère despliega un límite en su último libro Yoga: el pacto que se establece con las personas que aparecen en sus páginas. Los personajes reales se rebelan; ese el riesgo que se corre cuando se juega con el combustible altamente sensible de la vida íntima de los otros. Su exmujer, la periodista Hélène Devynck, en una carta publicada en la revista Vanity Fair, acusó a Carrère de no cumplir con el contrato que lo obliga a obtener el consentimiento de ella para usarla en su obra. “Este relato, presentado como autobiográfico, es falso, arreglado para servir a la imagen del autor y totalmente extraño a lo que mi familia y yo vivimos a su lado”, advierte Devynck y da a entender que él utilizó la ficción para adaptarse a las reglas del Premio Goncourt, reacio a distinguir autobiografías. El escritor francés no ganará este año el principal reconocimiento de las letras francesas porque fue retirado de la lista de semifinalistas.

“¿Es el artista famoso y admirado un ser divinizado que, a diferencia de los mortales ordinarios, no está sujeto a sus propios compromisos?, se pregunta Devynck en la carta. “Emmanuel y yo estamos atados por un contrato que le obliga a obtener mi consentimiento para utilizarme en su obra. Yo no he consentido el texto tal como ha aparecido --explica la periodista--. Durante los años que vivimos juntos, Emmanuel podía utilizar mis palabras, mis ideas, sumergirse en mis duelos, mis penas, mi sexualidad: estaba enamorado y el trabajo que pedía en sus libros aseguraba que mi persona era representada de una manera que nos convenía a los dos”. Después de nueve años de matrimonio, llegó el divorcio en marzo de 2020 y la imposibilidad de que aparezca Devynck en los textos del escritor. “Mientras negociaba, me ocultó que estaba dibujando mi retrato. Entendí solo unos días después de firmar el contrato, cuando recibí el manuscrito de Yoga acompañado de esta palabra: ‘Que estoy escribiendo libros autobiográficos no debería sorprenderte (…) Esta historia sería incomprensible si no dijera nada sobre el contexto’. El contexto, en este caso, fui yo”, aclara Devynck.

Complicado con la estructura de Yoga, casi 400 páginas en la que cuenta su caída en una depresión profunda y el ingreso en un hospital psiquiátrico donde le aplicaron electroshocks, Carrère se dio cuenta de que tenía que asumir que el texto tendría una elipsis y que podía citar a su exmujer utilizando un fragmento de su novela De vidas ajenas. Pero para Devynck eso supuso la ruptura del contrato firmado. “Por haber dicho ‘sí’ en el pasado, ¿ya no podría decir ‘no’? ¿No tendría yo derecho a estar separada y ser hasta la muerte, el objeto de escritura fantaseado de mi exmarido?”, plantea la periodista en su carta y agrega que su intimidad se vio dañada: “Mi personaje fue expuesto en una fantasía sexual acompañada de revelaciones no deseadas sobre mi vida privada. Fue despectivo”.

   Desde que apareció en agosto, Yoga lleva vendidos más de 160.000 ejemplares. Pero no es el libro que Carrère quiso escribir, tal como se ha publicado. La supresión de todos los fragmentos en los que aparecía Devynck implicó rehacer la novela, como reconoció el escritor en una carta en el diario Libération. Entonces asumió la elipsis narrativa como parte esencial del relato, “la manera más adecuada de decir el duelo de un amor que (creyó que) duraría para siempre”; y en una segunda instancia introdujo elementos de ficción. “Ya no puedo decir lo que con orgullo dije de los otros (libros): todo es verdad”, se lamenta Carrère en Yoga. El escritor francés fue un novelista de modesto prestigio que publicó ficciones como El bigote (1986) y Una semana en la nieve (1995), hasta que se cruzó con la historia de Jean-Claude Romand, el protagonista de uno de sus libros más conocidos, El adversario (1999), el hombre que, a principios de los años 90, asesinó a su mujer e hijos, además de a sus padres, e intentó hacer lo mismo con su amante. ¿Cómo entender esta seguidilla de crímenes? La explicación, por más extraña que parezca, es tan real que parece inverosímil. Romand prefirió matar ante el temor de que su familia se enterara de su gran engaño: durante más de veinte años vivió como si fuera un exitoso médico con alto cargo en la OMS y una acomodada vida de clase alta en una tranquila ciudad de provincias cercana a la frontera con Suiza. Todo era falso.

El estilo Carrère, esa mezcla de memoria personal impúdica, investigación periodística y ensayo, continuó con Una novela rusa (2008), De vidas ajenas (2009) –viaje doloroso por los universos de la enfermedad, la muerte, la pérdida y el duelo, que se abre con el relato del tsunami que asoló Sri Lanka en 2004 y que Carrère vivió en primera persona-, y Limónov (2011), sobre el político y escritor ruso Eduard Limónov, un personaje desmesurado y estrafalario que le permite trazar una especie de retrato de la Rusia de los últimos cincuenta años. “Entiendo lo complicado que es para una persona real salir en un libro, pero también no salir en él”, afirma el escritor francés en la carta que publicó en Libération. “Todo lo que puedo observar es que, en los 20 años que llevo escribiendo este género de libros, ninguna de las personas se ha puesto en mi contra, ni siquiera Sophie, la heroína de Una novela rusa, a quien, a ella sí, realmente ofendí, y todavía lo lamento”, reconoce el escritor. Empoderada y liberada de la atadura de ser un “personaje literario” de su exmarido, Devynck dijo “no”. Y, aunque algunos se resistan, como el propio Carrère, no es no.