Carlos Alberto Libanio Christo, más conocido como Frei Betto, es un reconocido referente progresista latinoamericano y una de las figuras principales de la Teología de la Liberación. Escritor, periodista y fraile dominico, estuvo cuatro años preso durante la dictadura militar de Brasil, a la que se opuso con cuerpo y alma. Durante su labor como fraile conoció, en las favelas de Sao Paulo, al expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, de quien fue asesor, y en cuyo gobierno participó del programa Hambre Cero. Escribió más de 60 libros, entre ellos, Fidel y la religión. Conversaciones con Frei Betto (1985); Mística y espiritualidad (1997); La obra del artista. Una visión holística del universo (1999); y El oro perdido de los Arienim (2016).
-¿Qué reflexiones abre para usted este mundo en pandemia?
-Creo que la pandemia es una venganza de la naturaleza, que resulta de años de dominación y devastación por parte del ser humano. Absolutamente todo lo que venimos haciendo en los últimos 200 años, la búsqueda de ganancias y la explotación máxima de los recursos de la naturaleza sin ningún cuidado de preservación ambiental, resulta en un descontrol de la cadena de la naturaleza, que está completamente desarticulada por la intervención humana. Muchos hablan de “antropoceno”, es decir, la era de la intervención total del ser humano en la naturaleza; pero yo prefiero llamar a esta situación “capitaloceno”. Es decir, la hegemonía total del capital, de la búsqueda de lucro, de ganancia; todo esto que provoca un desequilibrio total del ambiente natural.
Todo ese proceso de devastación ambiental es fruto de la ganancia del capital privado. El problema no es el ser humano; el problema es el capitalismo neoliberal. Y hay que recordar que la naturaleza puede vivir sin nuestra incómoda presencia; nosotros no, nosotros sí necesitamos de la naturaleza.
-¿Cómo analiza la situación en Brasil?
-En mi país la situación es catastrófica porque tenemos un gobierno neofascista. Yo llamo al presidente Jair Bolsonaro, “Bolsonero”, incluso le di este apodo antes de que lo hiciera la revista The Economist. Brasil está en un incendio total, en la Amazonia, y en otras zonas, y el presidente no tiene ningún interés en mejorar la situación o cambiar el rumbo de lo que estamos viviendo. Todo lo que significa muerte le conviene. Vivimos bajo un gobierno genocida y mentiroso.
Es tan descarado que en su último discurso en la ONU ha dicho que los culpables por los incendios en la Amazonia son los campesinos, los pequeños agricultores de la zona y los indígenas. Por eso no hay ninguna duda de que aquí en Brasil vivimos una situación catastrófica manejada por un gobierno neofascista, que utiliza cada vez más fundamentalismos religiosos para legitimarse. La salud le importa tan poco como la educación. Bolsonaro sabe muy bien que un pueblo educado es un pueblo que tiene un mínimo de conciencia crítica. Y entonces para él es mejor que la gente no tenga ninguna educación para que pueda continuar como guía de una masa ignorante. Por supuesto no por culpa de la propia masa, sino por las condiciones de educación que no son ofrecidas debidamente al pueblo. Como si todo esto fuera poco, ahora regresamos a un mapa de hambre, con una cantidad tremenda de gente que no tiene el mínimo necesario de los nutrientes previstos por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). En fin, estamos en una situación tremenda. Veremos qué sucede en las elecciones municipales de noviembre.
-¿Qué escenario vislumbra?
-Creo que las elecciones serán un termómetro interesante para evaluar cómo mira nuestro pueblo. Pero la verdad es que, en esto, no soy muy optimista. La pandemia ha ayudado mucho para que Bolsonaro tenga la hegemonía de la narrativa, porque las manifestaciones públicas no existen, están prohibidas, o no convienen, entonces solamente se escucha la voz del gobierno.
-Al votar a favor del juicio político contra la expresidenta Dilma Rousseff, Bolsonaro dedicó su voto a la memoria del torturador del Ejército, el coronel Carlos Brilhante Ustra. No debiera sorprender su comportamiento. Pero, ¿qué explica que, con todo, mantenga un piso considerable de apoyo popular?
-Tengo dos explicaciones para esa situación. Primero, la derecha tiene el dominio del sistema electrónico de las redes digitales, que prefiero no llamar “sociales” porque no necesariamente crean sociabilidad. Creo que mucha gente de izquierda, progresista, todavía no domina este mecanismo. Y además, como los dueños de estas plataformas son favorables a sectores cercanos al gobierno, muchos utilizan algoritmos y otros dispositivos para diseminar fake news y todo tipo de mentiras. Esto tiene mucha fuerza porque hoy la gente se entera mucho más de las noticias y de los hechos por las redes digitales que por la prensa tradicional. Este es un primer factor. El segundo factor se relaciona con la movilización que hacen de la gente más pobre las iglesias evangélicas de perfil conservador. Y entonces hay gente que ha abdicado de su libertad para buscar la seguridad. Esa es la propuesta de la derecha mundial: que cada persona abdique de su libertad a cambio de su seguridad.
-Frente a esto último, y a la narrativa hegemónica que describe, ¿qué pasa con las voces de la izquierda?
-Sobre esto nosotros, los que nos sentimos de izquierda, tenemos una cierta responsabilidad porque hemos abandonado el trabajo de base. Hemos abandonado el trabajo junto a la gente más pobre de este país. En los trece años que hemos estado en el gobierno no hemos incrementado ese trabajo de base, y este espacio ha sido ocupado por esas iglesias evangélicas y algunos sectores católicos fundamentalistas conservadores. Estas iglesias han avanzado muchísimo. Y esto también tiene que ver con un proyecto de la inteligencia de Estados Unidos desde los años ‘70. En dos conferencias que se realizaron en México ya decían la CIA y el Departamento de Estado que más peligroso que el marxismo en América Latina era la Teología de la Liberación y que entonces había que hacer toda una contraofensiva. Esta contraofensiva viene de la mano de la aparición de estas iglesias electrónicas que fueron exportadas para América Latina, África, Asia, y otros lugares.
La religión es el primer sistema de sentido inventado por el ser humano. No hay otro sentido más poderoso y globalizante que la religión. Por eso hay tantos que hoy buscan el dominio de ese sistema. Y nosotros, que somos progresistas de la Teología de la Liberación, hemos hecho aquí en Brasil un intenso y muy positivo trabajo de base entre los años ‘70 durante la dictadura militar y también durante los años ’90, pero después han venido dos pontificados muy conservadores, los de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Fueron 34 años de desmovilización de esa iglesia de base, de esa iglesia de las comunidades eclesiales de base; fueron 34 años de perjuicio a la Teología de la Liberación. Todo eso abrió espacio a esta contraofensiva de la derecha evangélica.
-Sostiene que “no hay futuro para la humanidad fuera del socialismo”. ¿Cómo se construye el socialismo en esta coyuntura?
-No hay que esperar que se termine el capitalismo para construir el socialismo. Tenemos que construir un socialismo dentro del sistema capitalista, o sea, empezar iniciativas populares de economía solidaria, de compartir bienes, de fortalecer bases populares. Por ahí se va empezando, no hay otra forma. No podemos volver a la concepción leninista de asalto al Palacio de Invierno. Tenemos que denunciar al sistema capitalista pero crear alternativas efectivas a este sistema, en la medida de lo posible desde las bases populares. De esa manera creo que podemos llegar a quebrar este sistema a largo plazo, pero hay que tener iniciativa y presiones y fuerzas políticas. Es un trabajo a largo plazo, imprescindible, y no veo otra vía fuera de eso en la actual coyuntura.
-¿Qué ejemplos de estas iniciativas reivindica?
-Hay muchas iniciativas de sectores populares en distintos lugares. En Brasil el Movimiento de los Sin Tierra tiene iniciativas que son típicamente socialistas. Recientemente, con la subida tremenda del precio del arroz en Brasil, el MST, que es un gran productor de arroz, no ha subido sus precios y tuvo una venta espantosa. Mucha gente pudo descubrir las ventajas de su agricultura familiar, donde los servicios y las ganancias son compartidos entre las familias asentadas o acampadas. Hay pequeñas iniciativas que tenemos que fortalecer, y buscar espacios en los gobiernos de nuevo, porque es muy importante e inmensa la posibilidad de trabajar desde el gobierno, como hemos hecho durante las presidencias de Lula y Dilma.
Lamentablemente no hemos aprovechado todas las posibilidades, y sobre todo, no hemos hecho un trabajo, para mí fundamental, que tiene que ver con la alfabetización política del pueblo. Habría que haber invertido mucho más en eso. Si tenemos otra oportunidad de volver al gobierno habrá que encarar ese trabajo, que es primordial. Si de un lado los trece años de gobierno del Partido de los Trabajadores promovieron muchos avances sociales en Brasil -son los mejores de nuestra historia republicana-, por otro, no hemos trabajado la alfabetización política del pueblo, el fortalecimiento de los movimientos populares, y la democratización de los medios de comunicación.
-Hay quienes sostienen que hay que humanizar al capitalismo. ¿Es posible eso?
-Es una idea totalmente contradictoria. Humanizar el capitalismo es lo mismo que quitarle los dientes al tigre, pensando que así se le va a quitar su agresividad; es una ingenuidad total querer humanizar el capitalismo. No hay posibilidad de eso; el capitalismo es intrínsecamente malo. Su propio mecanismo endógeno es un mecanismo necrófilo. Es un sistema que se alimenta del que trabaja, del que consume, del pobre. Es una cuestión aritmética: si no hay tanta riqueza no hay tanta pobreza; si no hay tanta pobreza no hay tanta riqueza. Es imposible humanizar el capitalismo; es una postulación muy ingenua y lamentablemente todavía hay gente que cree en este mito.
-¿Cómo se genera conciencia democrática? ¿Cómo trabajar la democratización de la sociedad en tiempos como los actuales?
-Por medio de sistemas de comunicaciones -digitales, impresos, audiovisuales, etc.-, traduciendo a lenguaje popular muchos de los conceptos divulgados en los medios masivos. La gente sencilla muchas veces no comprende conceptos como los de deuda pública, inversiones extranjeras, oscilación de cambio, engranaje del mercado. Eso exige metodología –que Paulo Freire enseña– y equipos de educación popular.
-¿Imagina a Lula nuevamente presidente de Brasil?
-Quizás tenga la oportunidad porque le están revisando sus juicios y condenas, colmadas de tantos prejuicios. Ojalá tenga la posibilidad de ser candidato de nuevo; es nuestra esperanza aquí.
-¿Imagina una iglesia católica menos conservadora, atenta en los hechos a las proclamas que defiende?
-Como decía, la Iglesia Católica ha pasado 34 años de pontificados conservadores que han desmovilizado mucho todo ese trabajo popular de las comunidades eclesiales de base, la materia prima de la Teología de la Liberación. Esta no viene de la cabeza de teólogos, viene de las bases. Todo esto ha sido desmovilizado. Pueden ser tiempos distintos a partir de los cambios que propone el Papa Francisco, pero todavía la jerarquía intermedia entre las bases y la gente que tiene poder en la iglesia no ha sido totalmente cambiada. Aún tenemos una gran cantidad de obispos y curas que son muy conservadores y que no quieren comprometerse en las luchas populares, tienen miedo o están en búsqueda de su confort, de su comodidad, y no quieren ponerse en riesgo. Hay todo un trabajo para hacer, pero hay sectores de la iglesia católica y de América Latina muy comprometidos con esas luchas por la defensa de los derechos de los más pobres, de los derechos humanos; esto es muy fuerte en muchos sectores.
-¿Cómo piensa el futuro inmediato?
-Creo que en el futuro inmediato va a haber una exacerbación del individualismo. La pandemia ha exigido cortar las relaciones presenciales, entonces la gente va a estar cada vez más aislada, con menos oportunidades de vincularse con el otro y de juntarse en la calles, en los sindicatos, en los movimientos sociales, al menos hasta que una vacuna venga a sacarnos de esta situación. Y acá aparece de nuevo la importancia de saber manejar las redes digitales. Nosotros, la izquierda progresista, tenemos que aprender cada vez más a manejar estas redes y a cambiarlas, porque sabemos que muchas de ellas están ahí solamente para favorecer el consumo o mismo vinculadas a servicios de espionaje, de inteligencia, de control de la gente. Hay mucha lucha que hacer alrededor de esto porque es un factor que vino para quedarse. Es muchísima la gente que se informa a través de estas redes digitales. Tenemos que crear grupos con habilidad para dominar estas redes, desmentir las fake news y diseminar la verdad, los hechos reales. Esta es la única manera de poder hacer un trabajo virtual de educación política.
-¿Hay Teología de la Liberación hoy?
-Sí, claro. La Teología de la Liberación ha abierto su abanico a otros temas que no son solamente las luchas sociales, también aborda el tema de la ecología, las cuestiones de la nanotecnología, la astrofísica, la cosmología, la bioética. El problema es que hemos perdido bastante las bases populares, que eran el sustento de la Teoría de la Liberación. Estas bases se han perdido por estos 34 años de pontificados conservadores. Nuestra tarea principal es volver a las bases, volver a las villas, volver a las favelas, a las periferias, volver a la gente pobre, a los oprimidos, a los excluidos, como los negros, los indígenas, los LGBT. Todos tenemos que estar en esta lucha; por ahí es que tenemos que caminar.
-¿Es optimista?
-Yo tengo un principio: hay que guardar el pesimismo para días mejores. No podemos hacerle el juego a un sistema que lo que busca es que nos quedemos quietos, deprimidos, desanimados; hay que seguir luchando. La historia tiene muchas vueltas. He pasado por muchísimas cosas, algunas muy tremendas, otras positivas. La cárcel en la dictadura militar, la fuerza de los movimientos populares, la elección de Lula, la elección de Dilma… Soy optimista, sí. No podemos considerar ningún momento histórico como definitivo.