Asegurar quién es el mejor de la historia es imposible. O casi. Porque hay que comparar distintas épocas y contextos pero, sobre todo, porque depende de subjetividades y gustos personales. Uno pensará una cosa, el otro una distinta. Y es posible que el siguiente crea una diferente. Pero lo que sí se puede intentar, con respeto, es sumar elementos para enriquecer el debate, que siempre es interesante y válido, sobre todo si se toma como un juego y no como una verdad revelada.

Entonces, dicho esto, lo primero que se puede decir es algo casi lógico: lo logrado el domingo por LeBron James engrandece su legado y le permite sumar argumentos a su búsqueda de ser el mejor de la historia, como él mismo ha admitido en más de una oportunidad. Haber ganado un cuarto título en 17 años lo pone en la elite, no tanto por la cantidad –aún no está en el Top 25 con más anillos- sino por la forma en que los ha conseguido. Con tres equipos distintos, dos seguidos con Miami Heat -2012 y 2013- para sacarse una mochila de encima y el siguiente con los Cavaliers, en 2016, con todos los condimentos de una película de Hollywood, por el cómo, con qué equipo y contra qué rival. 

En su tierra natal, cumpliendo su promesa y terminando con un karma -Cleveland llevaba 52 años sin campeonatos en el deporte profesional-, teniendo enfrente al equipo –Golden State- que estaba construyendo una nueva era –en el juego y los resultados- y luego de estar casi nocaut en la serie. Aquellos Cavs de LeBron ganaron aquella final de una forma épica: nunca antes un equipo había remontado un 1-3 y desde 1978 que ninguno ganaba un anillo imponiéndose en un Juego 7 de visitante. La de LeBron fue una de las actuaciones más impactantes y heroicas de la historia, siendo el único jugador de siempre en ser el líder de un equipo en cinco rubros estadísticos. El Rey hizo todo y más, con aquella tapa a Iguodala corriéndolo de atrás para ponerle el moño a su nuevo MVP. Esa conquista lo puso a otro nivel, por todo el romanticismo que la rodeó y por la manera de ganarle a un rival que muchos creyeron invencible, que venía de lograr el récord de triunfos en fase regular (73-9).


Este nuevo logro de LeBron también trae un halo de romanticismo que no puede soslayarse. Logró devolver la gloria nada menos que a los Lakers, que no era campeones desde hacía diez años y, justamente, en aquel 2010, lo habían sido con Kobe, el héroe y leyenda trágicamente fallecida en enero pasado. La relación entrañable entre ambos y la promesa de ganar por su memoria, hacen aún más emotivo y especial esta nueva consagración. Hay que sumar que nunca es fácil cargar con la presión de ganar con un equipo tan grande como LAL –con este campeonato iguala al más ganador, los Celtics, con 17- y menos si todos los ojos están posados en vos. James llegó hace dos años y la primera temporada fue dura (récord de 37-45, sin playoffs), pero hizo todos los deberes: “reclutó” jugadores, ayudó a armar un equipo muy completo y, sobre todo, sostuvo su extraordinario nivel a los 35 años y en su 17° temporada. Lo que ha convertido en majestuoso lo alcanzado esta campaña tiene mucho que ver con el impactante nivel físico y técnico que ha mostrado, teniendo en cuenta su edad y las millas encima que tiene su cuerpo (casi 60.000 minutos en su carrera).

LeBron ha anotado como siempre (25.3 puntos, con 49% de campo y 35% triples) y haciendo cada pequeña cosa para ganar (7.8 rebotes y 1.2 robo), sobre todo impactando siendo el líder de asistencias de la temporada con 10.2, su número más alto de su carrera. Y en especial por cómo subió su nivel en la burbuja de Orlando (27.6 tantos, 10.2 recobres y 8.7 pases gol), lo que no todos han sido capaces de hacer. Lo más deslumbrante, igual, ha sido cómo ha dominado el juego, incluso viendo el fracaso de otras superestrellas que parecían haberle robado su corona (Kawhi Leonard y Giannis Antetokoumpko, por caso). James ha demostrado, en su madurez absoluta, saber qué hacer en cada situación, si desequilibrar él o potenciar a sus compañeros, cubriendo deficiencias del equipo y surgiendo con jugadas claves en los momentos de mayor presión de los partidos.

Algunos, dijeron, que el campeón de esta temporada tendría un asterisco, por cómo se terminó, con menos partidos, sin público ni localías, pero no es el caso de LeBron. Este nuevo título, al revés, lo eleva un poco más. James ya puede discutir, de igual a igual, con Jordan, incluso superando a otros mitos como Kareem Adbul-Jabbar y Magic Johnson en un Top 5 que podría completarse con Wilt Chamberlain o Bill Russell, incluso con chances de que Tim Duncan, Larry Bird, Shaq O’Neal y Kobe Bryant pudieran colarse en ese selecto grupo.

El original Lew Alcindor, luego convertido al Islam y renombrado como KAJ, puede estar tranquilamente en el Top 3 luego de gobernar la NBA en distintas décadas. Además de ser el líder histórico en puntos y el jugador con más MVP, lo impactante es cómo dominó (cinco MVP en ocho años) y lo decisivo que resultó en diferentes momentos, algo que quede reflejado en la diferencia de 14 años entre MVPs (1971 y 1985). Quien es, para la mayoría, el mejor jugador de la historia de los secundarios (tres títulos) y de la NCAA (tres anillos y tres MVP entre 1967 y 1969), este pivote versátil de 2m18, creador del mítico Gancho Cielo, fue campeón con los Bucks en 1971 y perdió la final de 1974. 

Kareem Abdul Jabbar, otro serio aspirante al trono en la NBA. (AFP)

Entre 1970 y 1972 fue MVP y goleador de la competencia. En 1975 se fue a los Lakers y en su primera temporada repitió el MVP tras promediar 27.7 puntos y 17 rebotes. Cuando llegó Magic Johnson, en 1979, formaron una dupla muy poderosa, llegando a siete finales en ocho años y ganando cinco títulos en una década plagada de grandes equipos y marcada por aquella rivalidad con los Celtics. Se retiró en 1989, a los 42 años -símbolo de vigencia-, con seis anillos, 6 MVP, 19 All Star, 10 finales disputadas –ocho con Lakers-, 15 elecciones al quinteto ideal y 11 en el mejor equipo defensivo. Un jugador dominante, que cambió reglas y que se mantuvo en la elite durante 20 años.

Magic Johnson pelea de igual a igual con el que sea. Por sus cinco anillos, claro. Por los tres MVP de fase regular y otros tres en finales, también. Pero también por haber marcado una era, revolucionando el juego con su estilo rupturista y virtuoso, siendo un base de 2m06 que desplegaba show cada noche. De hecho, de sus manos nació el mítico Showtime de los Lakers en los años 80. Muy veloz y versátil para su altura, supertalentoso, creativo y carismático, sacó a la NBA de una crisis que podía ser terminal, con ayuda de Larry Bird y la rivalidad con Boston. El mejor base de la historia que pudo ser aún más grande si, meses después de llegar a una nueva final, no hubiese tenido que retirarse por ser portador del virus HIV.

Magic Johnson, talento y efectividad en dosis iguales para meterse en la pelea. (AFP)

LeBron, con este nuevo título, puede superar a ambos. No tanto por los números, porque tiene menos anillos que ambos y ha perdido más finales (6), su única mancha, pero el dominio que ha ejercido en esta nueva NBA es impactante. Ha creado una era, dentro de una época de mejores atletas. Siendo un atleta premium. Algunos creen que en una NBA tal vez más dura físicamente y con mayor oposición, como aquella de las décadas del 80 y 90, no hubiese sido tan determinante, pero con sólo ver el portento físico que es, cómo se ha mantenido y lo que ha mejorado su juego, no quedan dudas que hubiese sido tan o más determinante en el pasado.

James lleva diez finales en 17 años. Sólo otra superestrella, Bill Russell, logró un hito semejante. Pero eso es más que números: refleja un dominio pocas veces visto. El 23 llegó a su primera en apenas su cuarta campaña y ya no se detuvo, incluso guiando a las definiciones al menos a dos equipos mediocres, como los Cavs del 2007 (barridos por los Spurs de Manu) y del 2018. Se ha convertido el Rey de los playoffs, siendo hoy el líder históricos en puntos, robos, canastas anotadas y triunfos conseguidos, estando segundo en triples doble (detrás de Magic) y triples anotados, tercero en asistencias y partidos jugados, y sexto en rebotes conseguidos. En sus 260 partidos, sus promedios impactan como su juego: 28.8 puntos, 50% de campo, 9 recobres y 7.2 pases gol. No se ha perdido ni un partido por lesión y ha jugado una media de casi 42 minutos. Una máquina que se convirtió en el primer MVP en finales con tres equipos distintos.

No hay secretos. Además de una genética nunca vista, LeBron muestra un impactante combo de profesionalismo, mentalidad, personalidad y ambición que permite que, insólitamente, no se observen declives en su potencia y velocidad pese al siempre implacable paso del tiempo. James no escatima inversiones en el cuidado de su cuerpo. Se calcula que gasta un millón de dólares por año y hace lo que sea necesario, como pasó durante la pandemia, cuando montó en su casa un gimnasio similar al que tienen los Lakers y se entrenó hasta en cuatro turnos a la espera del regreso a la acción, sabiendo que era la forma de sacarles ventajas a las otras figuras que tal vez podían relajarse o no volver al 100%. Él lo hizo y, en este retorno, ha parecido un camión con acoplado en la ruta hacia esta nueva conquista.

Hoy ya se puede creer–y a sostener con más argumentos- que pueda superar a Jordan en la historia. En estadísticas hay paridad. MJ le gana en MVP de fase regular (5-4) y finales (6-4), en quintetos defensivos ideales (9-5) y en títulos de goleador (10-1), pero el análisis requiere de más datos y análisis. Si vamos al juego, LeBron es un portento físico, superior a Jordan. Y es mejor rebotero y pasador. Defensivamente son similares, aunque el 23 de los Bulls recolectó más premios y quintetos ideales, incluso en una campaña (87/88) fue goleador y mejor defensor.


Su Majestad tuvo más armas ofensivas y fue dueño de una elegancia y plasticidad superiores. Impactó en el aire y, cuando sumó años, también dominó en la tierra. Patentó tiros y movimientos, además de ser dueño de un estilo cautivante que LBJ nunca llegó a tener. Ambos fueron mejorando su tiro lejano: Jordan desarrolló uno más confiable de media distancia y, en la eficacia de tres puntos en los últimos años, hay similitudes. Y, en el 1 vs 1, cuando la ofensiva se trababa, no hubo otro como Jordan, por su variedad de recursos, aunque James ha desarrollado una lucidez (IQ) superior a la de MJ, con una cautivante capacidad de pasar la pelota. En mentalidad y competitividad son similares, aunque Mike mostró un estilo más “asesino”. 

En los momentos de mayor presión, la estadística refleja paridad en playoffs: LBJ metió cuatro tiros ganadores contra tres de MJ, mientras su % de campo en los últimos cinco segundos de partido es 6-13 contra 5-11 de Mike. Claro, eso sólo refleja en la anotación. Muchas veces LBJ ha sido determinante en los cierres pasando la pelota o generando para el resto porque, más que anotar, lo suyo era tomar la mejor decisión posible. Algo que no sale en los números que hoy se pueda cotejar…


Otro apartado de análisis es la ayuda que cada uno ha tenido en sus equipos campeones y, en ese sentido, no hay dudas que Jordan ha tenido más, sobre todo en el segundo tricampeonato, con Pippen, Rodman, Kukoc, Harper y compañía. Pero, claro, también es cierto que no perdió nunca (o casi), al menos cuando llegó a finales. La gran diferencia entre ambos siguen siendo justamente en las definiciones. MJ no dejó escapar ninguna (6 de 6), en cambio LBJ cayó en seis de 10 y una de ellas, la del 2011, es su gran mancha, al caer –con dos superestrellas a su lado, como Wade y Bosh- ante un rival que sólo tenía una megafigura en su plantel (Nowitzki en los Mavs). Esas diferencias son muy valiosas porque las finales son el máximo escenario y todo lo que pasa allí se multiplica. Pero, a la vez, ¿por cuánto vale aquella final del 2016 que LeBron le ganó a GSW tras estar 1-3? Ahí recorta algo, al menos desde lo subjetivo… MJ no ganó una final así, ni siquiera fue a un Juego 7, aunque claro, sus noches heroicas no son menos, como aquel Juego 5 de la final 97, jugando descompuesto, con 39 grados de fiebre.

En cuanto a la posición, la sensación que es los rivales de Jordan fueron mejores, en general. Cuando Jordan dominó, en 1991 a 1998, no dejó que nadie más ganara. Frustró equipos consagrados-históricos y dejó sin anillos a estrellas contemporáneas como Barkley, Ewing, Reggie Miller, John Stockton, Karl Malone y Mark Price. Olajuwon y Drexler zafaron porque aprovecharon el retiro de MJ en 1993 y David Robinson el del 1998. Muchos creen que, de eso no haber pasado, Jordan podría tener hoy ocho anillos, tal vez porque siempre trasladó esa sensación de que, en su prime time, era imposible ganarle, mito que se agigantó con tiros ganadores de todo tipo, finales hollywodenses y hasta ganando partidos como aquel en la final del 97… 

En el Este, además, el 23 tuvo mayor oposición y aquí radica otra diferencia con LeBron, que gobernó una conferencia inferior incluso a la del Oeste. MJ lidió con los Knicks de Ewing y Pat Riley, los Pacers de Miller, los míticos Chicos Malos de Detroit, los Cavs de Price y Duagherty, el Magic de Shaq y Penny Hardaway y el Heat de Mourning y Tim Hardaway. No fueron los únicos: superó a finalistas muy buenos, como los Lakers de Magic y Worthy, los Blazers de Porter y Drexler y los Suns de Barkley y Kevin Johnson.

No hay forma de dar una sentencia. Para alguien tal vez sea MJ, para otro, LeBron. Algunos dirán que Kareem o Magic pueden estar más arriba. Es un juego, un debate para mesa de café. Pero interesante porque nos obliga a discutir con argumentos, que es la única forma que un debate adquiere mayor relevancia.