En octubre de 2016, quien escribe estas líneas entrevistó al actor Hugo Arana en su casa del barrio de San Cristóbal. La idea era hablar de fútbol para una serie de entrevistas a personajes de la cultura que publicaba la revista El Gráfico. Lo que iba a ser un encuentro de menos de una hora por su falta de tiempo se convirtió en una larga mañana en la que Arana no paró de emocionarse al hablar de su querido River.

Aquella charla resultó inolvidable porque no siempre los entrevistados se sueltan así, como él se soltó. Hablar de River y de fútbol eran para él, según contó, temáticas que podían alegrarle o amargarle el día. Disfrutaba de los buenos jugadores: en ese sentido admiraba a Pablo Aimar. Con algunos de sus ídolos compartió charlas y cafés. Entre ellos, Norberto Alonso y Enzo Francescoli. Con ambos se fotografió. Alguna vez, como si fuera poco, viajó en un micro con los jugadores.

Sólo dos veces se entristeció en la conversación. Una al recordar los 18 años sin títulos (1958-1974) y la otra al hablar del descenso, en 2011. “Ocurrió en un tiempo de mi vida muy singular: por esos días enviudaría después de 44 años de pareja (con la actriz Marzenka Novak). Estaba sentado acá, solo, mirando River-Belgrano y el pensamiento fue ‘¿esto también? 110 años esperaron y ¿ahora?’ Era estar en pleno duelo. Entonces el descenso pasó a ser una anécdota. ‘La alegría de mi vida se va al descenso ahora. ¿Por qué no se fue hace 8 años o dentro de 12? ¿Ahora?’, me preguntaba”.

En 1947, cuando yo tenía cuatro años, River fue campeón. También se dio que en mi familia muchos eran de River. Entre ellos, mi hermano Heriberto, que tenía 11 o 12 años. Estas cosas se abrevan de chico, como en la mayoría de los casos. Tengo aún grabada en mi mente una foto central de El Gráfico con River campeón. No recuerdo las caras de los jugadores pero sí que me encantó ese color rojo y blanco. Esa foto me transmitió alegría; era la primera vez que veía algo así de un equipo del que tanto se hablaba en casa. Fue el sello: hincha de River”, se presentó.

“En el año 50, a mis 7 años, me llevaron a conocer la vieja Herradura y quedé fascinado. Ese estadio era más lindo que ahora: se veía el río con los veleros. Los partidos se jugaban los domingos a las 3 de la tarde. No como ahora, que se juegan los lunes, los jueves…”, siguió.

Su relación con River incluyó partidos en el club. “Éramos una banda de atorrantes actores que todos los miércoles a las 11 jugábamos en una cancha auxiliar de River. Hemos llegado a no aceptar ir a un programa de televisión para no suspender un partido. Los sábados y domingos jugábamos a beneficio de hospitales y esas cosas. A veces almorzábamos en la confitería del club y después veíamos el entrenamiento. En esa confitería del Monumental hasta tomábamos café con Francescoli, un tipazo, un pendejo maravilloso de 23 años. También con Fillol, Pinino Mas, J. J. López, Merlo. Después dejé de ir a la cancha: con el teatro se me hizo imposible”.

Lanús tenía lugar en su corazón. Era del barrio, asistía a la pileta del club, jugó en las inferiores y hasta se enamoró en sus bailes. Pudo haber jugado más pero dejó. “No seguí por vago. Jugaba en quinta, los domingos a las mañana. Pero yo salía los sábados a la noche, me acostaba a las 5 de la mañana y me tenía que levantar a las 9 para jugar a las 10. No podía. No tenía la vocación. Tuve compañeros troncos que terminaron jugando en Europa”. Contó que jugaba de 8 pero se cansó de correr y entonces se hizo 9. Las calles de Lanús fueron su primera cancha y las Pulpo sus primeras pelotas.

Acá tengo una cicatriz: me sacaron el menisco en el 77. Me operó el doctor Luis Seveso, que seis meses antes había operado a Alonso. ¡Me pegué un susto! ¿Sabés cómo me lo rompí?”, preguntó y contestó: “Jugando al fútbol en el Club Municipal, en avenida del Libertador. Había llovido. La cancha estaba embarrada. Quise bajar un centro frenando la pelota y en vez de frenarla, la pisé. El centro me lo tiró Carlín Calvo, un zurdo hábil, buen jugador. Sentí un crack y dije chau”.

Dejó de jugar cuando tenía 50 años: “Encontré en la actuación, probablemente, la segunda parte o lo mismo que tenía en el fútbol”. Y citando a Friedrich Nietzsche agregó: “Se logra la adultez cuando se logra la seriedad del niño cuando juega”.

Decía que su futbolista ejemplar era Pablito Aimar. “No digo que fue el mejor que ví. Digo que además de ser un jugador brillante, elegante, tiene una madera sabia como pocas veces ví: Pablito Aimar supo en su alma y en su cabeza que su adversario es un compañero y no su enemigo. Jamás un codazo ni un planchazo. Él sabe que puede jugar al fútbol porque hay un tipo que lo está marcando. Un adversario. Si no, no podría. Su adversario es su socio, su aliado, su compañero de juego. Lo supo siempre. Entonces tiene un grado de sabiduría profundo. Que tiene que ver con el vivir, ya no sólo con la pelotita”.

Entre las brillantes ideas que regaló en aquella charla, dijo que “el deporte es la manera de evitar la guerra. La pelota dentro del arco es un cañonazo en el fuerte enemigo. Son dos ejércitos combatiendo y la pelota la bala de cañón. El deporte es la sublimación de la guerra. Es la forma de guerrear sin violencia, sin matanza. El tenis es un duelo de far west: pum pum. Los deportes son la guerra transformada para evitar la masacre. Eso también es un área reparadora, sanadora. Ahora, si uno va por el codazo, por lastimar al otro, hay algo un poquito enfermo. Creo que hoy en día por la presión, por la guita, uno ve que se pegan entre compañeros de laburo. No están jugando. Se están transformando en otra cosa”.

De sus gustos personales agregó: “Me gustan aquellos jugadores que fabrican alegría; son los que le han dado sentido al fútbol. Tuve la suerte de ver a varios. A Pelé una docena de veces: en cancha de Boca, de Racing, de River y por televisión. Y a Di Stéfano. Me molesta que aparezca esa estupidez de quién fue mejor. ¿Maradona o Pelé? Eso es absurdamente simplificador. No existe eso del mejor. Existen las singularidades. Agradezco a Dios que existieron todos esos. ¿Quién dice que tal o cual es el mejor? ¿Con qué vara se mide eso? Hubo jugadores extraordinarios en todos los equipos”.

A Alonso lo calificó como “un genio”, de Bochini decía que era “espectacular con esa cosa de lo cortito y sencillo”. También recordaba con placer a Omar Corbatta. Admiraba a José Nazionale, del Lanús de los ‘50. “Un jugador exquisito. ¿Te acordás de Redondo? Algo de eso. No con ese estado físico, porque en esas épocas el fútbol era más lento. A ese tipo me hubiera gustado tenerlo en River”.

Sobre la rivalidad River-Boca pensaba que “en el conflicto está la ganancia. La única manera de tener poder es encontrar un poder que se oponga. Si no, uno no tiene nada. Si desaparece ese opuesto, hay que crear otro. Habiendo conflicto, hay ganancia. El volumen mayor de dinero en el mundo lo manejan las armas. El que las fabrica necesita que las compren. Hay que crear las guerras, porque en el conflicto está la ganancia. River y Boca son eternos: están en todas partes. Es una creencia. En algún momento uno dice qué carajo haríamos uno sin el otro”.

“Son espíritus muy frustrados, gente que reacciona así de mal tiene en algún lugar una zona muy frágil que la llena adueñándose de una verdad agresiva. Creo que un violento es un ser lleno de miedo. Si no, no necesitaría de la violencia. A un ser sereno, más o menos estable, no le aparece la violencia. Puede atravesarle, pero no ejercerla”, dijo sobre quienes insultan a los futbolistas. Y sobre Messi en particular: “Tengo mi propio diagnóstico: hay gente que al actor, en mi caso, pero también al jugador, lo pone en un lugar elevado, inalcanzable, excepcional, al que ellos jamás llegarán. Pero como a la vez no quieren estar tan abajo, lo que hacen es bajarte. Entonces en la admiración y en el odio atacan a un dios. En el mismo enojo con Messi dicen que está a una altura inalcanzable, pero no porque Messi lo esté o no, sino porque ellos, los que después lo atacan, lo ponen ahí. Eso es lo que siento cuando aparece el ‘no quiere jugar, se caga en la Selección’. Andá a jugar y entrenar cuatro o cinco días en el Barcelona y ver si cuando venís acá, con dos días de la Selección, podés jugar igual. ¿De qué hablamos? ¿Qué quieren inventar? ¿Qué les pasa?”.

Estas frases, que reflejan a un tipo pensante y de buena madera, sirven para entender por qué era tan querido Hugo Arana. Futbolero de ley, actor de raza. Persona excepcional.

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