"Cuerpo soy en todo y para todo, y nada más; y alma no es más que una palabra para indicar alguna cosa del cuerpo. El cuerpo es una gran razón, una pluralidad con un solo sentido; una guerra y una paz (…)” .

Nuestro lenguaje ha dejado fuera maneras de nombrar ese todo discontinuo y esa falla como tales (cuerpo-soma-ser), ha dejado fuera modos de abrigar -y asociar- la sensación y la expresión con el pensamiento, con el cerebro, con su inconsciencia; así como también dejó fuera a la inherente movilidad de los músculos que también piensan -mientras se mueven- y en su reposo. Lo vital es la piel que es tocada por el mundo y cada partícula está plagada de sentidos inexorables y difícilmente dichos del todo. Entonces, cómo nombrar más que nombrando; y existe también un espacio de finitud, como de silencio, que hace parte de esta pausa en la que vivimos.

Mientras escribo, siento-pienso tantas plurales y divergentes cosas. Los sentidos-significantes son esos tejidos y esas membranas, los órganos y sus interrelaciones, esas potencias que nos hacen vivir y juntarnos para con-vivir. Somos una apertura al mundo luchando y disputándonos con las fuerzas que nos quieren desingularizar, desubjetivar, necropolitizar. El virus no es la muerte, es sólo una parte de la misma esfera de lo posible. Y entonces, ¿por qué el miedo a morir?

En otra vertiente de lo que acontece, la dimensión del tiempo sigue siendo algo ineludible y constitutivo. Nuestro transcurrir como personas está amarrado a una línea indeleble que adopta las formas que culturalmente fuimos disponiendo o disputando: rectas, curvas, continuas, discontinuas, espiraladas, convergentes o divergentes. Y hay un espesor, un volumen, que a veces escapa a nuestro imaginario pero que lo sentimos tanto en las entrañas como en la epidermis; y se sumerge en túneles gravitatorios de los que a veces huimos desaforadamente, sobre todo de noche. Esa espesura del tiempo parece ir perdiéndose a medida que la tierra gira sobre su propio eje, no sólo impulsada por el movimiento del cosmos sino también por los impulsos tecnodigitales que marcan otros ritmos.

En estas representaciones y modulaciones del tiempo, nos fuimos encontrando en una carrera con la propia velocidad de la luz y convirtiéndonos en esa velocidad. De este modo, una de las cuestiones asfixiantes que nos rigen hoy en día, es justamente el acelerado y vertiginoso modo de estar.

Porque, estando encerrada entre las paredes de mi habitación, siento este presente continuo como una persecución que desata palpitaciones en mi nervio óptico y aumenta la frecuencia de los latidos de un corazón que se desgasta en la paradójica sedentariedad de mis músculos, aposentados en una silla que permanece quieta.

Podría recuperar aquí, aquella idea de que la velocidad eléctrica tiende a abolir el tiempo y el espacio de la conciencia, por lo tanto, no existiría demora entre el efecto de un acontecimiento y el siguiente. Las extensiones electro-digitales de nuestro sistema nervioso crearían un campo unificado de estructuras orgánicamente interrelacionadas, determinando un ecosistema acoplado al ambiente citadino. Estas tecnologías ya no pueden seguir concibiéndose como instrumentos de las personas, así como tampoco lo son sus propios cuerpos, sino que forman parte de su ontología, es decir son los modos en los que las personas-sujetos se extienden a sí mismas en tanto cuerpo, con sus sensaciones y sus sentidos, con su cognición e inteligencia. De modo que esta es la anunciada época -la era- de las extensiones y las especializaciones, de las prótesis y las interfaces, de los códigos luminiscentes y la alteración del cuerpo en su misma fisicalidad, dando lugar a otras construcciones subjetivas y corporales; en tanto que, de alguna manera, todos somos ciborgs: conectados a pantallas 24/7 para vivir y a respiradores artificiales para sobrevivir, sostenidos por una farmacopea que es afín y funcional a que el artefacto continúe desempeñándose y, en el mejor de los casos, creando nuevos modos de existir.

Sería este entonces, el tiempo del destiempo: de lo instantáneo y lo simultáneo, de lo parcelado y lo continuo. Así, en esta sociedad del bigdata, asociada a la emergencia del capitalismo de superproducción y de consumo, los sujetos deambularían –en un flujo constante- a través de los diferentes lugares, volviéndose ambiguas ya no solamente las categorías de tiempo-espacio sino también de lo público, lo privado y, fundamentalmente, de lo íntimo. (continuará…)