Las mujeres crean guitarras y están en los pequeños detalles de su armado buscando la sonoridad perfecta pero cuando están terminadas y hay que firmarlas, sus nombres no aparecen. Un nombre de mujer no es marca en un instrumento musical, ese copyright es solo para los hombres. Se conocen pocas mujeres luthiers (el modismo me sobran los dedos de una mano dibuja muy bien esta escena), es difícil que las dejen estudiar y formar parte de una asociación (si hay ciento treinta miembros, solo cinco son mujeres) y, aunque cada vez hay más mujeres luthiers, sigue siendo difícil encontrar un instrumento que lleve el nombre de su creadora. 

En 1964, Carleen Hutchins parió una familia de ocho violines, conocido como el octeto de violín, la familia fue celebrada en terreno de privilegio Stradivari como acústicamente perfecta. Los violines de Hutchins habían nacido a partir de una "afinación de placa libre", una técnica inventada por la luthier con la que buscaba encontrar la inmejorable relación de frecuencia antes de que el instrumento estuviera completamente ensamblado. Partido en dos esperando ser uno, el cuerpo rítmico aguardaba el momento del encastre supremo de su anatomía, el conteo en contrapunto esperaba la llegada del sonido que solo la música devuelve. 

Cuando ocurría, la parte superior y posterior dejaban de ser dos y compartían latidos de afinación perfecta. Su octeto de violín no solo lograba ampliar la gama de instrumentos de cuartetos tradicionales sino que además corregía cualquier desequilibrio acústico porque la familia musical de Carleen “abarca más de siete octavas mientras mantiene el timbre de un violín en todo momento”. En su casa taller en Montclair, Nueva Jersey, creó más de cuatrocientos cincuenta instrumentos de cuerda y escribió más de un centenar de artículos técnicos sobre la ciencia de la acústica. 

Nació en Springfield, Massachusetts y enseñaba ciencias en una escuela secundaria cuando empezó a idear la afinación nueva que usaría después para su familia de violines. Si no hay muchas mujeres luthiers ahora, mucho menos cuando Carleen cambió sus horas cátedra por la experimentación sonora. A la excentricidad de saber que una mujer estaba haciendo violines se sumó descubrir que los estaba reinventando, porque lo que la profesora estaba haciendo era reimaginar violines para fundar, a través de una investigación práctica sobre la acústica, una teoría. 

La familia de las cuerdas de Carleen cruzó a través de los tiempos talleres de otros luthiers, donde la técnica de su creadora siempre se queda algunas temporadas, y llegó en el siglo XXI al Museo Metropolitano de Arte de Nueva York (2002-2003) con recitales y alabanzas. La mujer de los violines tocaba la trompeta, había vivido su infancia en Montclair, estudiado entomología en Cornell y se había graduado con una licenciatura en biología. Murió en su casa.