Federico Pinedo reflotó un proyecto suyo de eliminar el peso al que definió como “peor que el austral”. El exsenador de Cambiemos propone crear una nueva moneda, el “peso argentino”, que esté atada al valor de una canasta de monedas “hasta que haya una inflación del 1% mensual durante un año”. 

Esas medidas se acompañarían de un plan de ajuste fiscal donde “los gobiernos asuman el compromiso de no gastar en el largo plazo más de lo que recaudan de impuestos”. En tanto que “el Banco Central sólo pueda emitir moneda en la medida en que lo requiera la demanda efectiva de pesos argentinos”.

La propuesta de Pinedo es una reedición un poco más flexible del plan de convertibilidad con que Cavallo terminó el proceso de hiperinflación a comienzos de la década del noventa del siglo pasado. 

Un nuevo signo monetario para renovar la confianza en una moneda anclada al tipo de cambio como herramienta para estabilizar los precios, con un cronograma hacia el equilibrio fiscal que evite el financiamiento del Banco Central al gobierno por encima del incremento real de la demanda de dinero. Sin embargo, el proceso inflacionario actual es muy diferente al de entonces y el éxito de semejante programa en materia inflacionaria sería dudoso.

La principal divergencia es que la convertibilidad de Cavallo se aplicó en el marco de una hiperinflación, que tiene la particularidad de que los mecanismos de formación de precios se dolarizan. En ese contexto hiperinflacionario, donde los precios se actualizan entre dos a tres veces por días, hasta el valor hasta de un alfajor se fija en dólares y se va actualizando de acuerdo a la evolución del tipo de cambio. Esa particularidad característica de los mecanismos de formación de precios en contextos hiperinflacionarios hace que la generación de una nueva moneda, cuyo valor se fije respecto a la divisa (el 1 a 1 en el caso de la convertibilidad), automáticamente estabilice la mayor parte de los precios. Aún así, la convertibilidad sufrió presiones inflacionarias el primer año ligadas a la evolución de las tarifas de los servicios públicos, y requirió ciertos acuerdos no ortodoxos para frenar el precio de algunos estacionales como la carne.

Dado que hoy los precios no se encuentran dolarizados, una política de ancla cambiaria tendría pobre resultados en materia de estabilización de precios. El resultado no diferiría demasiado de 2013, 2015 o 2017 por nombrar algunos años electorales donde se pisó la cotización del dólar para reducir las presiones inflacionarias. 

El tipo de cambio fijo estabiliza los precios de los importados y exportables, pero no logra frenar la puja salario-precio en un contexto de inflación inercial incorporado a las tasas de las deudas empresariales y de la actualización de los alquileres. 

En ese sentido, el resultado más probable del plan Pinedo sería que la inflación baje a niveles cercanos al 20 por ciento, generando con el paso de los años una apreciación del tipo de cambio real que terminaría induciendo expectativas de devaluación, derrumbando finalmente el valor de la nueva moneda.

@AndresAsiain