Matar es quizás el acto humano más erróneo de la existencia. 

Matar se mata para exorcisar sobre otro los miedos de la propia muerte. Para dominar al distinto hasta su desaparición después de pretender transformar la identidad de otro en la propia, lo cual no solo por definición sino por identidad es imposible.

Matar es la propia muerte porque, precisamente, matar no tiene límites.

Pero, ¿qué pasa cuando la muerte de otro se cruza de la mano de la ira, de la impotencia, de la sed de justicia, del dolor más profundo que arranca la necesidad de venganza? 

Simone Weil dice en su ensayo "La Ilíada o el poema de la fuerza", que la violencia transforma en cosa a quien está sujeta a ella, pero que esa sujeción es equilibrada, está sujeto quien la sufre tanto como quien la ejerce. Es tan cosa la víctima como el victimario, que en algún momento, en la rueda de la violencia, estará del otro lado. Y todo el tiempo, a lo largo de su ensayo, analiza los hechos de héroes y heroínas que buscan vengar a sus amadas y amados, y tienen la fuerza de su lado, y la justificación por el dolor. Y analiza como esos héroes que eran indestructibles, terminan siendo destruidos por otros, en una rueda de violencia eterna.

¿Cómo es que se organiza esa trama justificante? O, en todo caso, ¿qué se entiende por justicia? La idea de lo justo se da de cabeza con la idea de la ley de la selva. Nadie, ni el rey de la selva humana, puede en este momento tan violento de la humanidad sostener su poder en base a justificarse en la ley de la selva. Aunque lo sepa, no es posible decirlo, ahí está su debilidad.

¿Qué hace entonces tan difícil cuestionar cuando ocurre, como en Tucumán, un acto tan salvaje y una respuesta no menos salvaje? ¿Qué hace tan difícil equipararlos? ¿Es posible? ¿O es que la muerte de alguien que cometió un delito aberrante justifica su muerte porque cuando hay dolor es diferente?

Si linchar es asesinar por indefensión, ¿será que el dolor deja indefensos a todos, incluso a quienes buscan vengarse?

El nombre linchar guarda detrás el fantasma justificante de la supuesta ausencia del Estado. Se suele decir que "lo mataron, pero qué esperar si el Estado no actúa. No está bien, pero bueno..., en algunos momentos lo irracional se impone". ¿No hay acaso una lógica y una cosmovisión del mundo que ex profeso buscan habilitar al fantasma, para que lo irracional se imponga con una pseudo justificación?

Y en esa idea, en la de la ausencia del Estado entra todo, desde la real ausencia, hasta la desconfianza en jueces, que por extensión recae en todos los jueces y en desconfianza de la justicia. Entra todo, desde el desinterés o complicidad policial, hasta la demora que requiere la búsqueda y la investigación. Cuando se viene la ansiedad que clama por el eufemismo, investigar resulta sinónimo de ausencia del Estado. Pero no son lo mismo. Nada es lo mismo.

No le hace ningún bien a la pequeña víctima que en el mismo nivel quede ubicado su victimario. No es memoria, ni es justicia.