Lavo las verduras con lavandina, después otro lavado sin lavandina y un tercero con vinagre. Eso lo repito como un mantra líquido sin palabras, escucho a Gabo y mientras lo escucho.

–“Lo que te da terror te define mejor”.

Pauso y lo repito, lo escucho, pauso, repito, pauso. Otro mantra que se cruza con el más líquido y no sé qué estado es el de la música y el de la poesía. Repito esa frase y le hablo, yo le hablo a todos, le hablo a los libros, a los autores, le hablo a la nada y le hablo a Gabo que no sé dónde está, ni cuál es su estado ahora, ¿en qué secuencia se encuentra?

–“Lo que te da terror te define mejor”.

–¿Y si casi todo me da terror? ¿Y si la lista es larga? ¿Cuántas definiciones caben en un cuerpo?

Pienso en los diálogos que debería escribir para el taller, pienso en personas hablando pero en mi cabeza está Gabo, las verduras, la covid, mis miedos, la muerte que está cada vez más presente. La violencia, la enfermedad y que la verdad nunca alcanza. Y que estoy atrasada con las lecturas, recién voy por “Bestiario”, y el tigre está en todas las habitaciones al mismo tiempo y ¿qué diría Carver si fuera él el que lava las verduras como un mantra y vive tan cerca del frigorífico y siente el olor a sangre y huesos?, ¿y qué diría hoy en este pueblo en donde la sangre se siente aunque también se huela a flores?

–“No te asustes, no sirve, no te escapes. Volvé.”

Volvíamos al pueblo y eran las 20, frente a la comisaría había mucha gente joven, pero también frente al juzgado y seguían agrupándose hasta llegar a la municipalidad y después el semáforo, y cruzando la calle, frente al molino abandonado seguía llegando gente. Caras de preocupación debajo del barbijo y el reflejo del celular, miraban para abajo, algunos llamaban por teléfono. Vi a algunas chicas que militan en una agrupación feminista y pensé “una denuncia de abuso”. Y como pasan con las cosas del pueblo, llamamos al “periodista” amateur y el Cholo dijo: “Encontraron muerta a la mujer del Lichi”. La gente joven era del PC, eran de “Las chuecas”, eran los jóvenes que todavía no se mataron en este año de pandemia, y estaban los amigos, los desesperados, los que quedaron solos y no pueden creerlo, y estábamos nosotros dando vueltas en auto sin entender qué significaba “la encontraron muerta”.

Escucho un audio de una mujer llorando y dice que a Florencia la mataron, que la violaron, que salió a caminar por la Nottebhon y la encontraron cerca de la EPE. Y recordé su voz entre fuerte y ronca, su cuerpo grande al lado del mío mirándome como desde arriba, diciéndome “no hay problema Nati” en alguna noche en “El desarmadero”, o en algún evento cultural en el que nos cruzábamos. Recordé sus dos nenas, tan chiquitas, de mi hija persiguiendo a la más grande y a la más chiquita persiguiendo a la mía en una noche más de verano en la casa de la cultura. Recordé a esas dos nenas y no pude más.

–¿Y cómo se hace escribir? ¿Cómo se hace pensar después de esto?

–“¿Dónde queda lo que creés? ¿Dónde queda lo que ves?”

–¿Cuántas mentiras nos decimos todos los días?

“Acá no pasa nada”. Nada, nada, ¿y que mecanismo endemoniado nos permite decir “nada”? Después de que a una nenita de 12 años la mataron en un kiosco a la hora de la siesta, pero de eso hace tanto que ya nadie se acuerda. Decir “acá no pasa nada” después que a la maestra la encontraron muerta en un pozo, después que encontraron cosas de Marita Verón en algún bulín de la zona… y esas cosas que se dicen, que se saben, que todos saben, que circulan en las peluquerías y ahora por los grupos de Wapp que se volvieron peluquerías sin cortes de pelo, pero con muchas viejas con o sin arrugas, que repiten comentarios sin hacerse cargo de nada. Acá no pasa nada pero se mataron un montón de pibes en los últimos años, salimos en las noticias… y yo también sentí que esto no era real.

¿Quién es capaz de causar tanto daño? Y fue como la onda expansiva de la bomba de Hiroshima o Chernóbil, y todos podríamos estar muriendo por la radiación.

Los pueblos marchan en estos días. La gente camina en silencio, algunos hablan bajito, las banderas negras escritas en rojo, carteles escritos a mano, fotos, velas. Un grito “Florencia”, el grito de muchos “Presente”, y otro grito de una mujer “Ahora” y muchos “y siempre”, “ ahora”, “y siempre”.

Los lentes se me empañan, no quisiera que se note, el barbijo me cubre, y no quiero verme en los ojos de otros tan rota como todos, tan partida como todos, no sé por qué no quiero, pero eso también me da miedo. Gabo, eso también me da miedo.

Un paciente se preguntaba cuándo se termina esto, cuándo para, no lo sé. Winnicott decía que la parte sana era la responsable de hacer algo con la parte enferma del mundo y hoy siento, que esa parte, la más oscura, viene ganando por goleada.

Pienso en eso, lo escribo y recuerdo a mi buena noticia. Mi buena noticia es una paciente a la que espero cada semana, es mi buena noticia porque es testimonio de una pulseada en la que la parte sana ganó contra todo pronóstico, la pelea todos los días, porque para ganarle a la parte enferma hay que darle revancha y volver a ganarle y a veces perder, a veces terminar en un empate técnico, para ganarle en la próxima. Ella se quedó sola de muy chiquita, la vida le arrebato una mamá y toda la infancia, pero hoy en ella la parte sana pudo con la parte enferma del mundo y por eso hoy más que nunca es mi buena noticia. No lo sabe, pero es la flor que brota entre las ruinas, cada vez que pronuncia la palabra futuro.

Y es mi buena noticia, y la sesión se hace larga y en silencio le digo, gracias.

*Psicoanalista (40). Vive en San Jorge (Santa Fe) desde siempre

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