“Mi relación con el vino empezó cuando empezó mi relación con la guitarra.” Fernando Ruiz Díaz es un auténtico motor verbal que combustiona cuando toca unir sus dos grandes pasiones. “Tendría unos siete años, iba a la casa de un amigo de mi papá en Santa Fe, que tenía primos folcloristas. Tocaban en una peña y me volaban la cabeza, ahí flasheé con la guitarra y robé mis primeros tragos de vino, ese sodeado que era una mentirita. Es como el vinilo de Gaby, Fofó y Miliki cuando era chico, ¿viste que ahora el vinilo queda bien? En ese momento era lo que había. Todavía lo tengo.”

Para tarde de entresemana, el aire acondicionado del Four Seasons es vital en la presentación del séptimo festival Wine Rock, anunciado para el sábado 15 en el Valle de Uco, con artistas como Pericos, Kevin Johansen, Jaime Torres y Catupecu Machu para el fin de la cosecha. Esta vez, el guitarrista y cantante presenta su propio vino, consecuencia del trabajo con el enólogo Marcelo Pelleriti, a quien le consulta permanentemente, en una extraña y anómica charla con sus compinches y el NO. “¡Marce! ¡Vení! Este para mí es el Vanthra. Es el más joven que hice”, concede. “¡Marce! Todos mis vinos tienen barrica, este tiene una mayor parte de barrica usada. Vale 300 mangos. Tengo una banda nueva, con la que vamos a sacar un disco ahora, que se llama Vanthra. Es una palabra que inventé, porque desde chico me atrapa el viaje de los mantras. Me gusta la v corta porque es valiente, tiene punta de flecha, abre caminos; y la h me parece elegante”.

Fanatizado con la cabernet franc, Ruiz Díaz sostiene una botella de su creación que piensa convidar, pero pide que el líquido no sobrepase el Ecuador de la copa: “Si no, parezco desesperado”. Noches de concupiscencia y malicia, tardes apacibles, mañanas de tormento… diferentes estados apuntalados por una misma bebida que, según él, nunca es la misma: “Esta botella ya cambia si la ponés a dos grados de diferencia. ¡Es un ente vivo! La música está grabada y cobra vida cuando sale, como un cuadro cuando lo mirás. Una botella nunca es igual a otra, como las situaciones”.

Ruiz Díaz, siempre comedido, insiste en llamar a Marcelo mientras recalca que estudió ingeniería eléctrica. “Me gusta pensar químicamente. Los vinos que hicimos tienen todo el espíritu de nuestra hermandad y mucho de dedicación, alquimia, ver diferentes cepas, probar y descartar. Los mejores vinos caros no tienen que ver con el marketing, a muchos hay que pagarles los carteles de la calle.”

El capítulo porteño del festival cuyano no sólo atesoró presencia de músicos que producen –estuvieron Juanchi Baleirón y el “Malbecaster” y Coti Sorokin y su “Verso”–, además entregó un menú dedicado a cada uno. Así el “choclo entero a pedazos” de Fernando convivió con el tamal de cerdo en chala para Juanchi y las empanadas de llama para Jaime Torres. “Me gusta encontrarme, y el vino te encuentra”, reflexiona Fer. “En la última carta que me escribió antes de morir, mi papá dijo algo que me pegó mucho de chico: ‘La música convierte cualquier reunión en fiesta’. Habría que agregarle el vino.”