--A ver, pichón, si te entendí, porque vos sos algo medio bastante enrevesado para contar bien los asuntos, -así me manifiesta –de frente mar- Garry, con una bonhomía que envidio. De movida, te creo lo que batís por la foto, sigue, mientras posa su mirada en la pantalla de su mobile phone y la versión londinense del zonda comienza a silbar in crescendo sobre el coqueto parque del Palacio de Cristal y espero en silencio que prosiga con su comentario a la extraña historia, por no decir odisea, del arribo de un ejemplar de la primera colección de poemas que hube de publicar antes del advenimiento de la era digital, intitulada Corazones en almíbar. Ausencias al natural, a la Biblioteca Nacional de Australia, sita en Canberra.

--O sea: ¿vos ya sabías, de firme, desde hace una ponchada de tiempo que tu librillo había caído ahí? Yes, man, acuerdo.

--Y como consecuencia de tu frondosa -por no decir delirante- imaginación te habías hecho la película/imaginado de que el paparulo del Piqui –el de Colombia y Zuviría- lo había donado, eh?

--´xacto.

--Porque ese b.b. tristes era al único que conocías que amagaba con irse a vivir ahí, ¿no? Afirmativo, musito.

--De paso: ahí no hubo un imperio re grosso?

--Buen… ahí, lo que se dice ahí, no. Un poco más retirado, quedaba, corrijo, mientras un hálito imperial parece reemplazar al insistente viento, portando imágenes de Romy Schneider, por lo de haber nacido ella en Viena, capital del imperio austrohúngaro…

--Pero sigamos: después, chancha, comprobaste que no era verdura el apio, no?

--Ansina es, paisano.

--Ahora caigo, ahora. Con el yeite de internet, volviste a encontrar la referencia, ¿no? Y se antojó averiguar prolijamente el origen de todo el asunto… ¡Mirá que sos caprichoso, gringo, ¡eh! Asiento cabeceando, porque estoy esforzándome en pitar un Camel sin filtro para que no termine de apagarse, gone with the wind.

--Y como sos un hiper reconocido rompetinajas, ya encajetado, se te ocurrió pedirles que te cantaran quién había sido el generoso donante ¿no? 

--Psí, --exhalo con un alto grado de nicotina y alquitrán, .

–Pero no se trataba de una donación, sino de una simple y clásica y tradicional –bien que francamente inusual– ¡compra de material!.. ¿Correcto? 

--Ni más, ni menos, --retruco.

--Extrañisimo episodio… que tuvo lugar en… la Ciutat Condal, vulgo Barcelona, donde has sabido residir, si mal no entendí, ¿eh, fiera? 

Apruebo, una vez más. 

--Eso pude comprobarlo luego de que la tan paciente cuan abnegada Amy Ramires (¡sic!) me envió la foto del recibo de compra, ésa que te envié por uasap.

–¡¿Y diande, bagual?! --me espeta, virando rotundamente a un estilo campero, porque Garry (por Kasparov: es un crack del ajedrez!) sigue padeciendo el síndrome Martín Fierro.

-–Ahí-empezó-Cristo-a-padecer --replico, con ese estilo que habría preferido mi madre. Este dato me llevó a, digamos, sospechar cuál de unos amigotes míos que vivían ahí –algunos siguen haciéndolo– a quienes yo hubiese obsequiado un ejemplar, lo hubiera vendido a la –ignota, actualmente inhallable Librería del Plata, donde lo compró el agente australiano.

--Ahhhijuna con la aceituna!: o sea… se me va tentando un aclarar, dijera el Chino Lima, y que el Tata y la Pacha lo tengan, etc. …

–-Y en la volteada caían…

--Sí, ya me acuerdo: como ser Gueri, el Loco Fernando, y Claudiuccia (pobrevieja!), grandes valores...

--Pero le estaba errando fiero el vizcachazo. Pues tanto Gueri como Claudiuccia conservaban -¡¡conservaban!! ¡la gente guarda cada gansada!- sendos preciosos poemarios. 

--Pa… jarito!!

--Sí, no digo que se me ofendieron, por mi comentario/semiplena falsa acusación, pero casi…

–No, ¡si qué! No era para menos. También, vos… sos bastante zarpadito-mal, varón…

--Quedaba, por descarte, y queda: el Loco. Pero lo perdí de vista cuando se mudó a Gerona, y no se ha dignado a contestarme por facebook… Por algo no le baten el Cuerdo, o sea. Pero he ido descartándolo… por un par de detalles… porque el que vendió el librito arrancó la página donde yo se lo dedicaba… y el Loco será… demente, pero no habría sido capaz de tener ese gesto… condenable.

--Más pesado que una tonelada de plomo, mechada con U238, podés llegar a ponerte, convengamos.

--Percutor, yo me autodefiniría… incisivo por no decir… canino… ¡jojojojo!

--¡Ahí está el huevo, y no lo pise!, sentencia rotundamente para acto seguido terminar de zamparse la segunda -o tercera- Guinness, mientras el dryth se empeña en despeinarnos. O sea: al final, ¿con flor te achicaste?.

--¡Tenga mano!.. La investigación atraviesa un impasse. Un lapso, no inerte, pero sí algo inane. Pues ya tengo semiplenamente escrachado a quien pudo haber osado perpetrar el misérrimo gesto de vender ese –valioso, para mí– ejemplar que yo le había regalado de corazón.

--¿Qué menos? Empezando por el título. ¿Y quién es el quía? ¿Quién creés pueda haber sido ese miserable de corazón en acíbar, chamigo (que con su gesto te catapultó a la fama internaciona)?

--Cuando termine de rejuntar prueba fehaciente, te lo cantaré. Pero por ahora el caso seguirá bajo estricto secreto de sumario: ¡no se pierda usted el próximo capítulo!, le lanzo, mientras vamos procediendo a evacuar la plaza, pues como también habría enunciado el Chino Lima, nos hemos ido bebiendo el día –con algunas gotas de bitter, en mi caso– la que cae ya no es una –algo amarga– garúa, es un rotunda kelsher que parece querer sollozarme entre las manos.