La vida es así: el tiempo y la distancia consiguen que dos hombres que fueron amigos parezcan (casi) dos extraños. Más allá del desgano y un sentimiento irracional de culpabilidad, se encuentran para comer. “Hay gente que tiende a interpretar mi mala memoria como falta de interés, en lo que, por cierto, no les falta razón”, confiesa el narrador, que empieza a irritarse por “tener que sacarle las palabras con sacacorchos” al otro, que le dice: “No pensaba que hiciera falta hablar todo el tiempo”. El precio de la amistad (Nórdica) reúne doce cuentos breves del escritor noruego Kjell Askildsen, maestro del relato breve, un cuentista extraordinario a la hora de explorar el desasosiego vital o lo que el propio autor menciona como “oppgithet”, que sería la pérdida de la esperanza, el desaliento o desánimo.

Los personajes de Askildsen –nacido en Mandal, en 1929, un pueblo del sur de Noruega llamado “el cinturón de la Biblia” o “el país oscuro”- no hablan demasiado. En el primer cuento de El precio de la amistad, traducido por Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo, un hijo visita a su padre ciego. “No eres precisamente hablador”, le reprocha el padre. Pero el hijo, sin levantar nunca el tono de voz -no hay gritos ni drama porque el escritor noruego trabaja con el tedio sedimentado- le responde: “Supongo que lo he heredado de ti”. En el epílogo de Julián Rodríguez (1968-2019), el escritor y editor plantea que los relatos de Askildsen son des-narrativos “en la medida en que evitan fáciles implicaciones causales, circulan en un espacio dilatado, digresivo, recurren a ejercicios del pensamiento a través del monólogo interior o se aposentan sobre la deriva del sentido como una manera de expresar el drama del tiempo y su ausencia”.

Las etiquetas simplifican demasiado la complejidad; afirmar que Askildsen adscribe al minimalismo o al “realismo sucio” implica quedarse con la superficie de un edificio narrativo construido con la obsesión de un artesano de las oraciones pulidas, capaces de condensar las tensiones filiales entre padres e hijos y entre hermanos. Pero también emerge el problema de la comunicación, porque ya no se trata de deshojar la margarita para captar si es necesario hablar mucho, poquito o nada, sino que el habla y el diálogo nunca pueden (ni deben) ser sinónimo de entendimiento. Lo que le importa no es tanto lo que se dice (aunque el cómo se lo diga sea fundamental), sino lo que no se puede ni siquiera pronunciar, aquello que está sumergido en el pozo oscuro de la existencia.

La perplejidad al leer a Askildsen no surge de las peripecias de los personajes; no hay aventuras ni una trama vigorosa. Pero capta la pequeña vida de criaturas atrapadas, sin siquiera saberlo, en la telaraña del hastío, en esa rutina doméstica que supera el binarismo maniqueo de postular héroes o antihéroes. No se sabe cómo son físicamente los protagonistas de sus cuentos. No hay descripciones; pero podemos verlos a través de sus malestares, de lo que no se atreven a hacer o a decir. En “la zona Askildsen” prevale un paisaje estéril, habitado por las tribulaciones sin aspavientos. Ni siquiera el miedo, esa sensación real o imaginaria tan poderosa, quiebra esta suerte de medianía existencial. “No abro los ojos, quiero darle tiempo y con ello tal vez evitar que haga algo precipitado. Noto que me tiemblan los párpados y la sangre me corre por las venas”, dice uno de los personajes.

Askildsen publicó su primer libro de cuentos, Desde ahora te acompañaré a casa, en 1953. El joven que fue, entusiasmado por ese acontecimiento que le cambiaría la vida para siempre, le envió un ejemplar del libro a su padre, el jefe de policía de Mandal. “Tengo que darte las gracias por mandarme el libro, pero quiero que sepas que lo quemé”, le dijo el padre, un hombre muy religioso que no soportó los párrafos de mucho erotismo de ese libro inicial, prohibido en la biblioteca pública de la ciudad natal del autor por “inmoral”. El fuego no amedrentó al escritor noruego, que siguió escribiendo cuentos, entre los que se destacan Últimas notas de Thomas F. para la humanidad y Los perros de Tesalónica, y ganó el Premio Nórdico de la Academia Sueca, el Premio Brage y dos veces el Premio de la Crítica.

Hace tiempo que Askildsen no puede escribir. Cuando estuvo en Buenos Aires, para participar del Filba Internacional en 2011, contó que apenas podía ver de lejos y que se estaba quedando ciego. El precio de la amistad, que reúne los cuentos que escribió entre 1998 y 2004, tiene el sabor amargo de una despedida anticipada. Hay momentos en que los personajes destilan una pátina de humor, quizá para amortiguar el impacto profundo que genera el hecho de que el escritor noruego comparte con Beckett la inutilidad de esperar a Godot. “Recordé algo que solía decir mi padre cuando de pequeño me negaban algo y yo insistía: ¡Lo quiero ya! Él decía: tu voluntad se encuentra en el bolsillo de mi pantalón, y por primera vez me pregunté qué tenía que ver con eso el bolsillo del pantalón”, advierte uno de los personajes. En la excepcional narrativa de Askildsen, “la oscuridad está para planes, la luz para vacilaciones”.