El polémico agitador de conciencias mete el dedo en la llaga de la Guerra Civil Española. Arturo Pérez-Reverte publicó su trigésima novela, Línea de fuego, en la que narra la historia de la batalla del Ebro –que comenzó en la noche del 24 al 25 de julio de 1938 y causó más de veinte mil muertos nacionales y republicanos- con personajes ficticios y una geografía imaginada. “Los bandos no eran iguales: hay uno legítimo (los republicanos) y otro ilegítimo (los nacionales); eso está claro”, subraya el escritor en una rueda de prensa desde Madrid, acompañado por Pilar Reyes, directora editorial de Alfaguara. “¿Quién discute que Franco fue un golpista y estuvo cuarenta años en el poder? A esta altura, nadie discute eso. Mi esfuerzo ha sido borrar lo de ‘buenos’ y ‘malos’, no en la causa, sino en los seres humanos que combatían. Es tan estúpido el planteamiento que se está haciendo en España que cuesta mucho mantener la sangre fría. Franco era malo, como Hitler y Stalin. ¿Eso qué tiene que ver con el padre de familia que está en un agujero con un fusil, muerto de hambre? Mi novela habla de los seres humanos; ahí la frontera entre buenos y malos no está tan clara”, explica Pérez-Reverte.

En Línea de fuego, el escritor compone personajes como Pato Monzón, de la XI Brigada Mixta del Ejército de la República, una invención inspirada en muchas mujeres que vio en las guerras en las que estuvo cubriendo como reportero durante veintiún años en el Líbano, Nicaragua, El Salvador y en los Balcanes. El capitán Bascuñana le dice a Pato Monzón: “Si ganan los fascistas lo perderéis todo, retrocederéis un siglo”. El escritor coincide con lo que señala el personaje. “En tres años de guerra, una mujer se jugaba cien años de progreso; las mujeres perdieron un siglo de avances y modernidad para volver a sus casas y convertirse de nuevo en confesoras de maridos y bienpensantes”, plantea Pérez-Reverte (Cartagena, España, 1951), miembro de la Real Academia de la Lengua (RAE), que tiene más de veinte millones de lectores en el mundo y ha sido traducido a cuarenta idiomas.

Pérez-Reverte pone en primer plano a los seres humanos que, voluntarios o a la fuerza, lucharon en los frentes de batalla de la Guerra Civil, una guerra sobre la que se ha escrito mucho “desde un bando y desde el otro”, según comenta el escritor. “Yo he intentado contarlo desde los dos bandos a la vez, ese era el desafío, y que los dos bandos fueran contemplados a nivel de trinchera. Yo quería moverme por ese territorio amplio; ver la guerra con mayor atención al ser humano”. El humor emerge para contrarrestar la crudeza, como una escena al comienzo de Línea de fuego, cuando dos personajes escuchan entre quejidos de angustia: “Madre, madre… Dios mío… Madre”. “Un fachista herido, seguro”, dice Olmos. El otro personaje, Panizo, le pregunta: “¿Cómo sabes que es fachista?”. Entonces Olmos responde: “Hombre, no sé… Está llamando a Dios y a su madre”. El remate de Panizo no se hace esperar: “¿Y a quién quieres que llame? ¿A la Pasionaria?”. El escritor apela al humor para dosificar un material tan duro. “Ya que hay tanto horror, tanta crueldad, quería que el lector se riera y relajara entre uno y otro episodio trágico”.

El escritor advierte que la memoria es necesaria para que las generaciones jóvenes sepan lo que pasó. “El problema cuando se habla de memoria en España es que se la utiliza como arma arrojadiza. La memoria manipulada es un arma muy peligrosa cuando es utilizada por los políticos”, opina Pérez-Reverte. “La polarización se ha recuperado, tras estar esa asignatura resuelta, mejor o peor, en los últimos tiempos. A falta de argumentos políticos solventes, la guerra civil es el arma usada por los políticos”, agrega el creador del capitán Alatriste y cuestiona que se considere la historia del pasado con los ojos del presente. “Cortés se va a México con esos extremeños, gallegos, andaluces, muertos de hambre; lo arrasaron porque no tenía el valor que le damos hoy. Esos animales analfabetos, crueles y sanguinarios cambiaron el mundo. Juzgar ese mundo con los ojos de ahora es una estupidez”, argumenta Pérez-Reverte. “Hay que irse al siglo XVI para entenderlo. ‘¡Qué machista era Hernán Cortés!’, pues claro, y el abuelo de quien lo diga, y todos, era un mundo machista”.

El novelista no tiene ninguna obligación moral. “Yo no escribo novelas para mejorar la humanidad, escribo porque me gusta contar historias", precisa Pérez-Reverte. "Hay historias que sí tienen filos morales y que van a tener lecturas morales. Un historiador debe ser riguroso y fiel a los hechos; el novelista puede manipular, contradecir; un novelista puede hacer lo que quiera. Los historiadores recelan de la libertad del novelista porque con el novelista la historia se conoce mejor. El novelista es una especie de puente entre la historia rigurosa y el lector”. Como novelista, intenta superar el maniqueísmo de “buenos” y “malos”. “Cuando era reportero traté a muchos hijos de puta de todos los colores y todas las condiciones, tomé muchas copas con ellos, algunos fueron amigos personales míos. En Angola, un torturador me contó cómo se quiebra la voluntad de un hombre inteligente, cómo el inteligente se quiebra antes que el estúpido, cómo hay que saber aflojar y apretar”.

El escritor critica a aquellos que le dicen “no saque a un torturador o violador” en sus novelas. A Pérez-Reverte ese tipo de moralidad no le interesa. “Quiero que los lectores vean la crueldad de la que somos capaces. He aprendido más de los malos; la maldad tiene tantos matices, tantos ángulos, es tan sorprendentemente rica, tan educativa; el contacto con la maldad enriquece. El mal es muy interesante”, concluyó el autor de Línea de fuego.