La muerte de un perro, que se estrena este jueves 5 en cine.ar, representará para el público local el primer encuentro con un nuevo y talentoso cineasta uruguayo, Matías Ganz. El humor apenas insinuado, la ironía indirecta, el aire algo abatido y los escenarios agrisados de la ópera prima de este montevideano de 33 años recordarán inevitablemente el aire de películas que llevaron a hablar de “comedia uruguaya”. Películas como Whisky, Acné, La perrera o La vida útil. Pero esta vez el humor reconoce un entorno -el de la sociedad uruguaya contemporánea- en el que el pequeño delito, la paranoia racial y de clase y cierto estado de crispación dan por resultado una tonalidad más negra que gris. O ambas cosas.

Cuando se le sugiere la posible condición de “comedia fúnebre” de La muerte de un perro, Ganz expresa con un guiño implícito su deseo de que el adjetivo “fúnebre” se refiera a lo que pasa en la película y no a los efectos que ésta pueda tener en el público. “La intención siempre fue la de ver hasta dónde se podía llevar la comedia para intentar transmitir algunos de los aspectos oscuros que tenemos como personas”, sintetiza.

-¿Creés que hay un estilo de comedia uruguaya?

-Películas como las del dúo Rebella-Stoll, Federico Veiroj o Manolo Nieto marcaron un antes y un después en el cine uruguayo. Yo decidí dedicarme al cine a los 16 años cuando salí de ver Whisky. Es posible que la idiosincrasia uruguaya, lenta y callada, quizás se preste más para ciertos ritmos y estilos narrativos que para otros. También ese aire decadente y nostálgico del pueblo oriental se ha transformado en una marca de identidad nacional, por lo que es natural que el cine intente estetizar esa forma de ser. Quizás no es la manera en que una parte de los uruguayos prefieren ser reflejados, pero ese es otro problema.

-¿Tuvo algo que ver con ese estilo la obra de cineastas como Jim Jarmusch, Martín Rejtman o Aki Kaurismäki?

-A mí personalmente esas películas que antes mencionaba me llevaron a descubrir (entre muchos otros) a esos tres directores, particularmente a Rejtman y a Kaurismäki. Y a través de ellos, al padre de todos que es Robert Bresson.

-¿Los protagonistas de La muerte de un perro representan a un sector de la sociedad uruguaya actual? Si es así, ¿encontrás relación con cierta clase media argentina, que vive en estado de pánico por la “falta de seguridad”?

-Silvia y Mario representarían a una clase media “bienpensante” montevideana. Profesionales con un cierto grado de conciencia social, no suele ser gente que promulgue discursos radicales. No creo que sean a priori el tipo de personas que irían a una marcha pidiendo más seguridad, por lo menos hasta el momento en que inicia la película. Pero todos nos creemos que somos “gente civilizada” hasta que estamos en una situación desesperada. Nadie se siente un paranoico hasta que se te meten a robar a tu casa. Me interesaba investigar qué concatenación de hechos podría llevar a estas personas a terminar ejecutando actos violentos, absurdos e irracionales. Y qué grado de torpeza tendrían al realizarlos. Sobre lo que pasa en Argentina no me animaría a aventurar una opinión, ya que apenas me entero de lo que pasa en Uruguay.

-¿Existe cierta crispación social en la sociedad uruguaya, que siempre se caracterizó por su calma?

-Hay una noción de que Uruguay siempre fue un país tranquilo y pacífico. Aunque es verdad que los niveles de delincuencia han sido y aún son más bajos que en el resto de latinoamérica, Uruguay ha pasado por todos los procesos sociales por los que pasaron los países de la región, incluyendo la violencia política y el terrorismo de Estado y más cerca en el tiempo el advenimiento del narcotráfico. Sí es verdad que quizás por el tamaño reducido de su población, en Uruguay la cercanía hace que una gran parte de las disputas sean un poco menos radicales. No es cuestión de andarse peleando a muerte con alguien con quien me voy a estar cruzando todo el tiempo. Sin embargo, eso se ha modificado un poco, sobre todo por las pequeñas comunidades que generan las redes sociales, donde todos nos regodeamos en nuestras propias convicciones para después atacar al otro. Ha habido algunos hechos aislados, pero no creo que se llegue todavía a niveles considerados de crispación social, como sí hubo en otras épocas. El problema es que la gente tiende a olvidar muy rápido que la violencia solo genera más violencia.

-La protagonista se refiere a la gente humilde apelando a una designación despectiva. ¿Hay una paranoia de clase en una sociedad que hasta ahora fue mayormente de clase media?

-Ese comentario en particular tiene un sesgo más racista o xenófobo que de clase, aunque la clase siempre está. Con la palabra “éstos”, Silvia se refiere a los inmigrantes de países más pobres, que al tener otra manera de hablar y otra forma de relacionamiento, se le hacen indescifrables y por ende sospechosos. Bajo esa apariencia servicial algo estarán tramando, piensa ella. Eso no quita que podría darse un comentario muy similar si se tratara de uruguayos de otra clase social, con los que ella tampoco compartiría demasiados códigos.

-¿La hija y el yerno representan un nuevo sector social, más acomodado? ¿Silvia siente cierta envidia de clase ante su hija?

-Completamente. La idea era jugar un poco con las tensiones de clase hacia ambos lados. El hecho de que la hija de Mario y Silvia esté en una mejor posición económica que sus padres puede generar a sus padres tranquilidad y hasta orgullo, pero al mismo tiempo un poco de envidia o resentimiento. Sobre todo porque hay una diferencia cultural con la familia de la hija, que no está subrayada pero sí sugerida por algunos detalles, como que en su casa no se vean libros. La casa en sí es más moderna y lujosa que la de sus padres, su interior está lleno de ángulos rectos y texturas inorgánicas. Desde el punto de vista de sus padres, la casa de Verónica puede tener todas las comodidades, pero no es un hogar.

-Como suele suceder en el cine uruguayo, la puesta en escena se caracteriza por su sencillez, sobriedad y concisión. ¿Sos partidario de una puesta en escena “transparente”, en la que el estilo no salta a la vista?

-Creo que siempre habría que aspirar a la simpleza. Eso es lo que hace que Bresson, pero también Yasujiro Ozu por ejemplo, sean tan maravillosos. Ambos consiguen llevar la simpleza hasta lo trascendental. Es increíblemente difícil ser tan simple. Por mi parte, a mí no me resulta cómodo que la puesta en escena llame mucho la atención sobre sí misma. Pero esto también tiene que ver con la relación entre la forma y el contenido de la película. Algo que siempre tuve muy presente es que la narración nunca debía tomar una clara postura sobre lo que se está mostrando. Intenté hacer todo lo posible por no “dar mi opinión” como director sobre los personajes ni lo que ellos hacen. Cada espectador los podrá juzgar como mejor le parezca.