Susana Campos era una mujer con carácter fuerte: cuando tenía una idea en la cabeza, no había manera de frenarla. Quienes militaban con ella en el Frente Popular Darío Santillán resaltan su vocación de hacer cosas por el barrio. Madre de cinco hijos, había fundado el comedor "La Hora Feliz" en el Barrio Lanzone de San Martín.

Cuando empezó la pandemia propuso abrir el comedor de noche y convenció a todos los que la rodeaban a comprometerse con ella. Su marido, trabajador textil, la acompañaba para hacer el fuego. Varias de sus hijas también. Pidió donaciones para poder garantizar un plato de comida para cada familia que se acercaba. La tercera noche, en pleno invierno, ya iban más de 150 personas a cenar. Quedarse hasta medianoche sosteniendo la olla tuvo consecuencias. Susana falleció con 54 años, justo el día que su nieta cumplía 7.

Nació en el pueblo de Ceres, en Santa Fe. Migró a Buenos Aires a los 14 años y fue una de las primeras en ocupar terrenos en lo que hoy se conoce como el barrio Lanzone, hace unos once años. Su hija recuerda que era todo campo y confiesa que la que insistió para ocupar un pedazo de tierra para vivir fue Susana, convencida de que era la única manera de acceder a una vivienda.

En Lanzone la vida es dura. Cuando llueve, las inundaciones hacen difícil salir. Llueve más adentro de las casas que afuera y la cercanía del Ceamse trae consecuencias ambientales y sanitarias. Como tantas trabajadoras, Susana se prometió: "No me voy a morir sin terminar mi casa". No pudo cumplirlo.

La solidaridad como bandera

Susana quiso abrir un comedor durante años. "Cuando arrancamos, mi vieja se recorrió todo Lanzone y de un día para el otro se sumaron 50 personas. Poníamos 2 pesos cada uno y comprábamos harina. Fuimos a buscar chapas al Ceamse para hacer un techo. Fue a pura fuerza de voluntad porque sabíamos que el barrio lo necesitaba", cuenta su hija Andrea.

Sus compañeras la describen imparable. Recuerdan el día que les donaron tubos de masa y quiso hacer empanadas. Pero no alcanzaba. Así que estuvieron largas horas amasando, cocinando empanadas al horno y fritas hasta llegar a las 600 empanadas. Susana planteaba que parar la olla no podía significar hacer guiso todos los días y que era fundamental darles a lxs más chicxs un menú variado.

Entre anécdotas, sus compañeres recuerdan cuando consiguieron tela para hacer barbijos y propusieron repartirla entre cooperativas textiles. Susana se enteró y se puso a disposición. Hizo 700 barbijos en una noche, con una vieja máquina a pedal que tenía en su casa. "No duermo pensando en los barbijos", les decía a sus hijas.

Cuando empezó con fiebre, la internaron en el piso de coronavirus del hospital. Los resultados dieron negativos, pero varios días después la pasaron a terapia intensiva y un nuevo test dio positivo. La despedida fue dura. "Pasamos horas en la puerta del sanatorio esperando alguna información. Finalmente supimos que entró en un paro y no la pudieron sacar", dice Andrea con los ojos llenos de lágrimas.

El recuerdo de Susana flota en el comedor. Sus compañeras la imaginan haciendo chistes, animándolas a seguir, haciendo locuras y planificando cada detalle para el día de las niñeces. "Nos dejó la enseñanza de poner siempre el barrio por delante y poner el cuerpo en el momento más duro. Es el mejor ejemplo para seguir multiplicando la bandera de la solidaridad", afirma Gonzalo, compañero de militancia.