1

Lo recuerdo a Sampayo en 2011, a poco de conocerlo en Barcelona, preguntándome si lo tenía a Szpunberg; la expresión que puso cuando dije que no, la semblanza que hizo entonces de Alberto y La academia de Piatock, que había ido a buscar a su biblioteca. «Con dibujos de Chagal», dijo al pasar. Así empezó todo.

2

A Alberto, poco después, en el homenaje a Luis Luchi en las Cotxeres de Sants. Alta la media etaria del encuentro, no nos vamos a engañar. Para entonces ya tenía leído cuanto había podido encontrar de sus trabajos; le dije de vernos días después y le propuse entonces reunir su poesía, publicarla en Entropía. No asintió, la juntura de toda obra algo tiene de conclusivo y es natural la aversión. «Dije reunida, Maestro, no completa». Su familia y sus amigos lo animaron, creo yo.

3

A Alberto a la hora de escribir el prólogo de Como solo la muerte es pasajera. «Pienso que deberías tratar de tus libros, tus lecturas, es muy bello cuando escribís de tu infancia o de Pavese…» «Viejo, ese es un comentario socialdemócrata… Cualquier baldosa puede ser una tribuna política, dijo Lenin, y un prólogo se escribe desde abajo, ¿de dónde sino?». Seré el que seré lo tituló.

4

A América Sánchez en el recital de poesía y bandoneón que organizó Alberto con Stroscio para los pacientes y el personal del Hospital Pere Virgili. Uno leía, el otro a su lado alternaba con el fuelle. Inmortales, sostenían los sueños. En un punto lo busqué a América Sánchez con la mirada, le caían lágrimas.

5

Los mitos hebreos. Hubo un tiempo que los miércoles al caer la tarde, lo iba a buscar y tomábamos café en el mirador del Hospital. Le había propuesto leer el libro de Graves y Patai. El saber de Alberto era insondable y su glosa arborescente. Digo que lo oí citar en arameo, el Mediterráneo atrás suyo. Nunca pasamos del primer capítulo. ¿Cómo explicarlo?… El rabino Isaac Luria buscó un día explorar los caminos de la cábala, y dijo necesitar 80 años para escribir lo que sentía en una hora. Así yo frente a Alberto.

6

En ese hospital, me contó una vuelta, medió en la discordia entre un médico y dos camilleros. Cuestiones de logística. Pacientes que debían estar en rehabilitación y no llegaban. Alberto dijo entonces: «Solo la organización vence al tiempo». El doctor, treinta años, catalán, lo miró sin entender. Alberto abundó: «Perón». Mas no hubo caso. «Se encontraron dos asombros», concluyó, «el del doctor por lo que dije, y el mío porque él no supiera quién era Perón».

7

Su testimonio sobre el asalto de la Brigada Masetti al tren de Rosario en 1970. «No encañonamos a la gente en ningún momento, aunque sí dejamos ver que teníamos armas. Les dije que se quedaran tranquilos y empecé a hablar de la justicia social, la independencia, San Martín, la educación, la salud pública, de lo que creíamos que eran las necesidades más acuciantes de la gente. En uno de los asientos había sentado un pibe morochito que no entendía nada. Le pregunté qué quería ser cuando fuera grande. Me dijo que astronauta, entonces hablé también sobre eso: de las pocas posibilidades que tenía el hijo de un obrero de ser astronauta o de seguir la carrera que quisiera, y dije que ese chico sí lo iba a poder hacer porque, cuando fuera grande, la patria ya iba a estar liberada».

8

Igual que Juan L. Ortiz: la visita constante de amigos, lectores y cuanto poeta del sur viniera por la ciudad. La hija del paciente de la cama de al lado, trabajadora del mercado de abastos. El padre en la sala de radioterapia y ella en la espera acostada, los ojos cerrados, reconcentrada. «¿Y usted qué hace?, le preguntaron, «¿se siente bien?» «Ay, es que siempre es un gusto oír las conversaciones que tiene el señor, si es como estar en la universidad».

9

A una monja que visitaba las habitaciones del Hospital ofreciendo consolación al espíritu: «Tenga, se lo presto». «¿Qué es esto», dice al ver el Tanaj, «qué idioma es este?». «El que hablaba Cristo». «¡Pero qué dice, hombre!, ¿usted qué sabe?».

10

A Ana Basualdo una tarde donde charlaron amorosamente de Enrique Raab, Miguel Ángel Bustos y Tomás Eloy Martínez. Usaban nombres de pila. De Martínez recordaron con minucia La pasión según Trelew y la excelencia alcanzada en Lugar común la muerte, repasaron de memoria los cuentos de ese volumen y resolvieron que Perón sueña con la muerte estaba entre los mejores de la literatura argentina. No emplearon esas palabras ni otras parecidas; el gesto y la entonación bastaron.

11

«Infame turba de nocturnas aves, gimiendo tristes y volando graves».

12

A Juan Gelman en México. Siempre que nos reuníamos, Alberto era tema fiel, le daba noticias suyas y él preguntaba por la Reunida. «¿Sabés cuántos poetas existen como Alberto?… Uno solo: él». Hace un año, hallé un poema inédito entre los papeles de Juan, fechado en junio de 2013, de los últimos que escribió, dedicado a Alberto. Se lo llevé a la residencia y le conté el caso. Nunca lo había recibido, y me dio un abrazo. Así nos despedimos.

Personae

Los besos no devueltos caen en jícaras de hiel. Arriba, arriba, grita la sangre contra las obediencias de la soledad. ¿Qué hacen estas enfermedades en mi puerta? Pintaron al odio de negro pero no del todo, una línea blanca aparece en la querella del soy y el fui, sus rápidos venenos. No hay sastres que la cosan ni organicen su fuga. El doble real tirado por la borda escribe una palabra muda ante el desastre, su primorosa unión, los ceros al revés.

A Alberto Szpunberg

Alberto Szpunberg falleció en Barcelona el 13 de noviembre pasado. Fue uno de los grandes poetas argentinos, integrante de la generación del 60, pero cuya influencia trascendió cualquier clasificación.