Mujeres muy jóvenes dialogan en consultorios sobre sus vidas, sus temores. Las elecciones y los dolores. Algunas de ellas con embarazos recientes, con bebés en brazos. Otras internadas por complicaciones de abortos clandestinos. Todas víctimas de violencia, explícita o inoculada. Entre los pliegues de las palabras y los gestos asoman matices, que dicen sobre el contexto y la mirada vigía, la que juzga. Por eso, la cámara de Niña mamá es pudorosa, ética, cuida a sus protagonistas y las escucha. Es una película memorable, un documental que indaga de manera amorosa. La dirige Andrea Testa, y a partir de hoy puede verse en Cine.ar.

“Tenía ganas de hacer un documental, por la necesidad de un encuentro directo y estrecho con las realidades, para que fuera éste el material sensible de la película. No quería un documental informativo, sino uno de emergencia social”, explica la realizadora a Rosario/12. Andrea Testa es también la directora de Pibe chorro, y junto con Francisco Márquez de La larga noche de Francisco Sanctis. En Niña mamá, el blanco y negro, la cámara quieta, la atención paciente, dan cuenta de una elección de recursos muy cuidada. “Filmamos en 2018, con el movimiento feminista en las calles, con el debate en el Congreso, en la televisión, con los debates públicos. Había toda una reproducción de imágenes, en una relación con el tiempo que no quería para mi película, que me demandaba otra relación, de un ritmo más pausado, de escucha y contemplación. Se me abría también la pregunta de si tenía que salir con las cámaras a la calle, pero pensé que aunque se aprobara ese año la ley de aborto legal, con el avance que significa para nuestros derechos, estas realidades iban a continuar en este nivel de crueldad del sistema. Hay algo estructural, las cadenas tan pesadas del patriarcado están tan metidas en el cuerpo, y sentí que ahí era donde había que pisar fuerte”.

La película está realizada en dos hospitales de los partidos de La Matanza y San Martín, y es en la intimidad de sus protagonistas donde la cámara se acerca. Lo hace a través de un montaje que es un ensamble de voces. “Elegimos quedarnos en el hospital con las chicas, con las jóvenes, para mí era muy importante escucharlas. Así empezaron a aparecer las decisiones más estéticas, como la del lugar que en el consultorio ocupa el dispositivo cinematográfico. No quería interrumpir algo que es un evento de salud, donde se intenta restituir algún derecho. Tenía que invisibilizarme, sin cámaras ni micrófonos ocultos, sino quedándome a un costado, sin interrumpir. ¿Hacia dónde filmar?, nos preguntamos. A las chicas. A sus miradas, sus relatos, sus gestos. Una decisión fuerte, dogmática, fue la de usar un lente fijo: no podíamos hacer un zoom, porque se nos presentaba como un abuso de poder; a veces los equipos llegan, te imponen cámaras, luces, cosas, así que había que ser cuidadoso con cómo filmar. Por otro lado, la elección del blanco y negro me generaba la sensación de una caricia. Acá hubo algo que me recordó el trabajo de la fotógrafa Adriana Lestido, que me impresionó mucho durante mi adolescencia; ella trabaja en blanco y negro y con material analógico, fotografiando a mujeres en diferente situaciones. Algo de esas imágenes me quedó, porque esta película fue pensada en blanco y negro desde el principio”.

--En ambos casos, son mujeres retratando a mujeres.

--Creo que Niña mamá me ayudó a fortalecer mi identidad como mujer cineasta. En esa conciencia aparece el espacio de la escucha, porque también puedo llegar a imponer mi mirada de clase, de mujer blanca, profesional. Así que tuve que desandar un montón de prejuicios, como el de la mirada autoral, y no como si fuese una imposición. En ese sentido, para mí la película fue una clase de cine, fue abrir la posibilidad de amplificar esa construcción colectiva, porque si no estaban ellas no había película. Ellas, con todas sus contradicciones, complejidades, subjetividades, dolores y también fortalezas. Cuando Anabella, que tiene 13 años, se me planta diciendo que está en contra del aborto, me interpeló mucho, me incomodó. No podía sacar esta voz de la película, aunque para mí sea algo terrible, porque es a partir de esa escucha que la película existe. Esto me generó muchas preguntas. ¿Qué pasa en este relato de una niña de 13 años, sin documento de identidad, atravesando una enfermedad de transmisión sexual, y con un embarazo? Cuántas cosas evidencian esa única frase, tan fuerte. Un montón de derechos están siendo violentados constantemente.

--Como la mujer que dice haber abortado por decisión propia, pero reconoce que no lo habría hecho si su pareja así lo hubiese querido.

--Algo que se repite muy fuerte en todas las mujeres que hemos conocido durante el proceso es la asfixia y opresión hacia ellas, con todos estos mandatos y violencias. No hay un atisbo de lugar para ver qué les pasa, qué quieren, qué pueden, qué les falta. Estos mandatos están atravesándolas, se les exige que asuman roles de cuidado, pero ¿quiénes van a cuidar de ellas? Sufren violencia física directa y también otra más invisible, como le sucede a Evelyn, que ya había solicitado una ligadura tubárica que el hospital no le pudo garantizar, y vuelve con un nuevo embarazo junto a la frase de “con él no se puede hablar”. Son como puntitas de un iceberg, que aparecen. Imaginemos lo cotidiano de estas mujeres, sosteniendo esos hogares y sin poder salirse de eso. Ahí hay algo muy duro. Pero ellas sobreviven, resisten, hay ahí una fortaleza que me impresiona, siempre acompañadas por alguna madre, amiga, vecina, o las propias trabajadoras del hospital. La propia experiencia es intransferible, por ahí no sufrimos en igual magnitud las desigualdades, pero sí podemos empatizar de manera más cercana, sea porque nosotras maternamos, hemos interrumpido embarazos, o hemos tenido personas cercanas sufriendo violencias. Hay algo del lenguaje cinematográfico que permite el registro de estos momentos. Ojalá sensibilice.