Copycat

Ríos y ríos de tinta han corrido sobre el parecido físico de los perros y sus humanos, pero ¿qué hay acerca de los gatos? ¿Pueden los independientes y gráciles felinos acabar siendo calco de terrícolas? Lo que a priori parece complicado, lo ha hecho posible un fotógrafo especializado en retratos de animales, que lleva años estudiando el mejor perfil de cabras, vacas, ovejas, palomas, abejorros y un largo etcétera: Gerrard Gethings, nacido en 1970, oriundo de Manchester. Para dar con los análogos hizo trampita, todo sea dicho: las personas fueron seleccionadas mediante un proceso de cásting, vía redes sociales, no son los verdaderos dueños de los micifuces. “La gente accedió a participar encantada, todos pensaron que era un elogio ser comparados con gatos, naturalmente elegantes, inevitablemente guapos. Distinto es el caso con algunos canes: puede que alguien se ofenda si le decís: ‘¡Ey, sos idéntico a un bulldog francés!’”, señala Gethings, que consiguió crear parejas con parecidos deslumbrantes, por pose, por look, por mirada, por bigote… Fotografiar a los mininos, aclara, le costó sangre, sudor y lágrimas. Literalmente. Aún valiéndose de cuanto truco tuviera bajo la manga, desde golosinas gatunas hasta ratones mecánicos o pajaritos a cuerda, más de un intento devino flor de rasguño. “Visité a cada felino en su casa, y así atravesé de Norfolk a Escocia, de Bristol a Cumbria, sin garantías de que saldría de allí con una imagen digna”, cuenta el varón que antaño fuera contratado por celebridades como Elle Macpherson, Gok Wan, Mark Ronson y Brix Smith Start para capturar a sus mascotas en todo su esplendor. Al final del día, el esfuerzo mereció la pena, y la serie de encantadoras fotografías, que lleva por nombre Do You Look Like Your Cat?, salió recientemente en simpático formato: como lustroso set de cartas para que el lector saque sus propias suposiciones sobre qué humano va con qué felino, o viceversa; en fin, reconozca los dobles…

De versiones reduccionistas

“Un libro puede alterar el curso de la historia y dar forma a toda una civilización. Un libro puede cambiarnos hasta la médula. Y sin embargo, al mismo tiempo, es solo una colección de palabras ubicadas en un orden secuencial específico. ¿Y si pudiéramos convertir al libro en un objeto cuantificable? Al mirarlo como un conjunto de datos, subyace la información estadística de la escritura, aparecen aspectos nuevos, diferentes…”. Así presenta el creativo Joseph Ernst y el programador Jan Van Bruggen, integrantes del colectivo arty Sideline, su más reciente proyecto: el herético Bible The, donde toman todas y cada una de las palabras de la Biblia y las reordenan alfabéticamente. Oraciones, ninguna; apenas una sucesión de términos en esta iniciativa que, a partir de un software de su autoría, convierte en mera data las 1354 páginas de la Biblia inglesa autorizada, del año 1611, también conocida como la Biblia del rey Jacobo. “Reducir el tomo a su mínima expresión, de la A a la Z, permite interpretaciones nuevas, como si fuera una pintura abstracta”, dice el dúo desde Lisboa, Portugal, y adelanta que aplicará el mismo tratamiento a otros textos seminales, que han tenido impacto definitorio en la humanidad. “La data no miente”, se expían Ernst y Van Bruggen, arrojando algunos resultados de su analítica versión: que aparece más veces mencionado el término “bueno” que “malo”; más veces “amor” que “odio”; “feliz” que “triste”; “luz” que “oscuro”; “vida” que “muerte”; “cielo” que “infierno”; “ángeles” que “demonios”; “santos” que “pecadores”; “bendecidos” que “condenados”… “La Biblia anglo se inclina hacia el sesgo positivo”, resume el dúo europeo, a la par que comparte otros hallazgos: que, para sorpresa de nadie, se habla tantísimo más de hombres que de mujeres, y que no hay ni sombra de sospecha de palabras como “sexo” o “coito”. “Como era esperable”, rematan a coro.

Misión casi imposible

Su nom de plume evidencia cuánto le gustaba hacer juegos de altísima complejidad, como aquellos que publicó en las páginas del medio inglés The Observer: no parece casual que Edward Powys Mathers eligiera por alias “Torquemada”, como el celebérrimo y muy sádico inquisidor, confesor de Isabel la católica. Bajo este seudónimo, este poeta y traductor inventó cientos de crucigramas crípticos que, de tan difíciles, fueron quebradero de cabeza para lectores del periódico dominical entre mediados de los años 20 hasta 1939. Así las cosas, fue otra de sus propuestas la que hizo que más de un ludópata se chalara por completo: Cain’s Jawbone, su obra maestra, originalmente editada en 1934. Se trata de un rompecabezas literario, o sea, una novela de misterio cuyas 100 páginas están desordenadas; dar con el correcto orden, empero, no es tarea sencilla, dadas las 32 millones de combinaciones posibles. “Tengan la certeza de que existe un orden inevitable, aquel en el que se escribieron las páginas; la narración marcha de manera implacable e inequívoca, desde la primera hoja hasta la última”, alentaba Torquemada en el prólogo del endemoniado juego. Solo quien consiguiera la meta, sabría quiénes fueron los asesinos y las víctimas del relato, pero -claro- en casi un siglo ese objetivo lo alcanzaron muy pocos. Tan pocos que hoy el acertijo vuelve a ser noticia: John Finnemore, un escritor y comediante, ha resuelto el infame rompecabezas, y se convierte así en la ¡tercera persona! en la historia en superar el desafío. Los dos anteriores, un tal S. Sydney-Turner y un tal W.S. Kennedy, lo habían logrado en los años treita y se los premió con quince libras esterlinas. Ahora la editorial británica Unbound, que relanzó el juego el pasado año, hizo lo mismo, regalando a Finnemore mil libras por pasar por semejante escollo. Cuatro meses le llevó dar con la solución, y ahora jura mantenerla en secreto en pos de conservar la mística del prácticamente imposible Cain’s Jawbone.

Gloria al Jenga

“En el Salón de la Fama del Rock, Gran Bretaña tiene a los Beatles; en Hollywood Boulevard,está representada por actores grandísimos como Helen Mirren o Colin Firth. Y ahora en el Salón de la Fama del Juguete, ¡tenemos al Jenga!”, celebra por todo lo alto el rotativo inglés The Times a cuento de flamante novedad: la popular torre de 54 bloques de madera, juego de habilidad física y mental que pide buen pulso para no colapsar, acaba de ser admitida en la prestigiosa institución estadounidense, que cada año celebra lúdicas invenciones. Desde su fundación en 1998, la entidad ha coronado juguetes con nombre propio, como la muñeca Barbie, los Legos, el Atari 2600, el cubo Rubik, los figurines de Star Wars, el Game Boy… Pero entre sus galardonadas filas, habemus además genéricos chiches: desde el palo, la manta (para crear fuertes, sobra aclarar) o las pompas de jabón, hasta las canicas, la pelota o la soga de saltar. De hecho, recuerda la inglesa Leslie Scott, inventora del Jenga, que quince años atrás trascendió el rumor de su nominación al Salón de la Fama, pero pocas eran sus chances de triunfar. Su rival en ese entonces, después de todo, era el rey indiscutido de la creatividad entre chicuelos: la caja de cartón (que efectivamente ingresó al Salón en 2005). Pasó el tiempo, llegó la revancha para esta mujer de 64 años; y hoy su popularísimo juguete, que empezó a comercializar a mediados de los años ochenta, ya integra la histórica lista de la prestigiosa organización, junto a dos nuevas incorporaciones: la icónica muñeca afro Baby Nancy y las tizas de color. Nostálgica, Scott no ha podido sino recordar los orígenes de su simple pero entretenido artefacto. Fue en Ghana, “un país rico en madera, donde vivía a los 18 con mi familia”, donde se le encendió la lamparita: como a menudo jugaba con sus hermanos pequeños en un aserradero local, tomó varios trozos, los montó cual torre tembleque y el resto, como suele decirse, es historia. A los 20, se mudó a Oxford y a cualquier reunión que fuese, llevaba los bloquecitos a pedido de sus obsesionados amigos. “Estaba claro que a todo el mundo le encantaba este juego, pero me tomó un tiempo darme cuenta de que no existía como producto. Entonces decidí ponerlo en el mercado”. Hizo 100 en Camphill, una comunidad de Yorkshire donde laburaban personas con problemas de aprendizaje: “Horneaban, hacían queso y tenían un pequeño taller de carpintería. Accedieron a fabricar el juego siempre y cuando, de tener éxito, yo contratase a alguien más. No querían quedarse atascados haciendo pequeños bloques de madera por el resto de sus vidas”. Llevó uno de esos sets al London Toy Fair de 1983, lo movió entre jugueterías; pero recién fue un éxito al caer en manos de un agente canadiense, de la firma Irwin Toys, que la conectó con Hasbro… Le pidieron que cambiara el nombre, pero Scott no dio el brazo a torcer: “Jenga significa ‘construir’ en lengua swahili, un idioma con el que crecí de niña”, explica hoy en día.