Desde hace años las islas que se ubican frente a Rosario, y su jurisdicción corresponde a Entre Ríos han sido víctimas de incendios y quemas sistemáticos. Sin embargo, nunca sucedió con la magnitud que lo hizo en 2020, cuando hubo semanas que el fuego no dejaba de devorar lo que tenía a su paso. Por esa razón, la Universidad Nacional de Rosario decidió iniciar un proyecto de investigación para comprender cuáles son las consecuencias de semejante ataque al hábitat natural y cuál es su estado, de cara a una futura recuperación. Gracias a diferentes gestiones, se ha podido comenzar con la instalación de una base experimental en “El Legado de Delliot” que funcionará como punto central para poder trabajar. Mientras eso se termina de poner en condiciones, los investigadores ya han comenzado a realizar frecuentes viajes a distintas zonas del humedal para iniciar las tareas propias.

En ese contexto, subí a una de las lanchas náuticas, que comúnmente está utilizando los investigadores, para poder vivir en primera persona la experiencia que están atravesando y ver con mis propios ojos las consecuencias de los incendios. El destino fue la Isla ‘Los Mástiles’, ubicada enfrente de la Reserva Natural de Granadero Baigorria, ya que a causa de la bajante del río era la más accesible para poder desembarcar todos los elementos necesarios. Pero ese motivo no fue el único: el sitio tiene la particularidad de que cuenta con zonas que fueron alcanzadas por las llamas y otras que no, lo que permite observar sin mucho preámbulo lo poco que queda de lo que algún día fue.

Participé del tercer viaje que realizan diversos equipos de investigación al humedal. En el primero se realizó un relevamiento del terreno con el fin de asentar donde se iban a tomar las pruebas y en el segundo ya comenzaron a investigar los grupos encargados del análisis del suelo y del relevamiento de la flora y fauna. En la tercera ocasión, cruzaron los profesionales que tienen a su cargo el estudio de la biodiversidad genética del agua, quienes pertenecen al laboratorio mixto de la Facultad de Ciencias Bioquímicas y Farmacéuticas que está ubicado en el Acuario.

El grupo fue acompañado por Arístides Pochettino, Director de la Plataforma de Estudios Ambientales y Sostenibilidad de la UNR, que está radicada en el Centro de Estudios Interdisciplinarios (CEI). El investigador contó que toda la batería de estudios que se van a hacer sobre un sector, servirán para mensurar el daño y que “la idea es seguir avanzando por todo el humedal y, en el caso de que se vuelvan a producir quemas, las autoridades tengan las herramientas para trabajar”. También subrayó que la zona está siendo monitoreada por GPS con el afán de hacer una investigación mucho más precisa que pueda arrojar conclusiones certeras del estado de situación.

A las nueve de la mañana ya se había desembarcado en la isla y descargado la mayoría de los equipos de las embarcaciones. Bártulos al hombro, un poco en fila india, fue momento de comenzar a penetrar en el terreno en busca de un curso de agua interno. La idea es poder monitorear un cuerpo de agua que haya sufrido los incendios y uno que no haya sido sometido a ese impacto, con el objeto de comparar la biodiversidad de especies y las consecuencias del fuego en las mismas.

En medio de esa caminata, entre un aire impregnado aún con olor a humo, se pueden observar con claridad las postales del ecocidio: donde había vegetación sólo queda tierra arrasada y donde se levantaban árboles se mantienen a duras penas esqueletos carbonizados. Algunos de los animales que poblaban esos pagos lograron migrar, aunque muchos sucumbieron ante las llamas. Dos tortugas del tamaño de un perro pequeño yacían muertas flotando en la costa, seguramente en un intento fallido de escaparle a la muerte disfrazada de fuego. Grandes llanuras quedaron desnudas con sólo algunos tallos aislados que tuvieron la suerte de sobrevivir. Nada más queda el recuerdo de lo que fue: lo que antes era todo verde, pasó a ser cenizas.

El viaje a pie se prolongó por unos quince minutos hasta dar con el cuerpo de agua anteriormente planificado para estudiar. Ser investigador en esta situación no es una tarea fácil, ya que en el terreno no hay ni una sombra para protegerse de los fuertes rayos del sol y la temperatura aumenta minuto a minuto. Por eso, desde el vamos se instaló un gazebo momentáneo, que funcionará durante toda la jornada como una especie de resguardo. Minutos después, todo el equipo estaba vestido con botas e impermeables, con el agua hasta las rodillas, tomando muestras, anotando mediciones e identificando los lugares seleccionados para el estudio. La emoción por estar llevando a cabo un desafío tan importante se mezcló con la preocupación a causa del desolador paisaje que ilustra la experiencia y generó una expresión agridulce en sus rostros.

Con sólo observar el panorama unos minutos se puede pensar rápidamente que los incendios pudieron haber contaminado no sólo el agua sino que también a las especies que habitan dentro de ella. Vanina Villanova, responsable del equipo de investigación, fue tajante al afirmar que es probable que eso haya ocurrido por la magnitud del impacto, lo que provoca todo un verdadero cambio en cuanto a la biodiversidad. “La idea es tener evidencia científica y datos cuantificables de cómo afectó este fenómeno para reforzar argumentos que validen el pedido de preservación de este rico espacio natural”.

Una de las principales hipótesis de los investigadores es que el fuego realmente ha disminuido la biodiversidad de especies, sobre todo afectando a las bacterias y protozoarios. Invitan a pensar a este ecosistema como una metacomunidad de especies que se dinamizan en conjunto, donde las bacterias son las bases de la misma, los protozoarios se alimentan de ellas y los peces lo hacen del zooplancton y fitoplancton que vive allí. O sea, se estructura como una cadena y ante la disminución de uno, se provoca instantáneamente el mismo efecto en el resto.

Una de las principales hipótesis de los investigadores es que el fuego realmente ha disminuido la biodiversidad de especies, sobre todo afectando a las bacterias y protozoarios.

Durante cuatro meses, los expertos de la UNR trabajarán para conocer si se necesita realmente intervención humana o no en la recuperación del humedal. “Hay zonas que administran su propia recuperación y, a veces, la intromisión del ser humano sólo empeora las cosas. Es importante porque se van a brindar datos concretos para que puedan ser tomados en la construcción de una futura política pública de preservación del humedal. La Universidad debe estar comprometida con lo que está sucediendo, y es por eso que buscamos aportar desde nuestros saberes y experiencias”, dijo Pochettino.

Si bien es muy apresurado asegurar una conclusión ya que se esperan varios meses más de trabajo en terreno, se puede encontrar a simple vista un hilo de esperanza de donde agarrarse para pensar que no todo está perdido: en algunas zonas pequeños tallos verdes se asoman tímidamente desde el suelo arrasado, con ganas de volver a poblar un espacio del que nunca debieron ser quitados. Un lugar donde durante semanas triunfó la destrucción y la muerte, hoy busca volver a la vida.

La investigación que se está desarrollando permitirá tener una foto integral de cuál fue el verdadero impacto de los incendios y, a partir de ese resultado, cuál es el panorama de cara a un futuro próximo. Todavía se está a tiempo de salvar el humedal, uno de los grandes pulmones verdes de la región que en este año se tiñó de humo y cenizas, y que pide a gritos que la ciudadanía no mire para otro lado.