Aunque la experiencia de seguir los conciertos a través de una pantalla estuvo lejos del vértigo festivalero que producía tener que ir a las apuradas de una sala a otra, intercambiar breves impresiones con conocidos y extraños, tomar una cerveza a las apuradas, tirar el pucho por la mitad porque ya larga el concierto siguiente para acomodarse en una butaca escuchando aquellas saludables toses propias y ajenas, la densidad musical y la coherencia de la programación le dieron a la edición 2020 del Buenos Aires Jazz aire de festival. Acotado por las urgencias socio-sanitarias a dos días de actividades –sábado y domingo– y salvo dos conciertos al aire libre, obligado a volcarse en el recipiente de la grabación para llegar a través del streaming, el mayor encuentro de jazz del país dejó de todas maneras cierta sensación de felicidad.

En principio en los organizadores, que lograron llegar a un público amplio, con una programación variada, novedosa y más que interesante. Y también en el jazzero medio para quien el “aquí y ahora” suele ser un indispensable certificado de autenticidad, que aunque no pudo realizar de cuerpo presente su eucaristía jazzera, por lo menos tuvo algunas estampitas, como para ponerse al tanto de lo que suena por estas playas en nombre del jazz. El segmento central de los conciertos, filmado en el Auditorio de la Usina del Arte, a varias cámaras, con buen sonido, y sobre todo con un muy buen nivel artístico, se pudo seguir por la plataforma “Vivamos cultura”, donde todavía están y se pueden ver de forma gratuita. Dos tríos, el del pianista Nataniel Edelman y el de la cantante Julia Sanjurjo, se destacaron en un programación que puso en valor expresiones nuevas del jazz local y culminó el domingo con el concierto del notable pianista italiano Danilo Rea y la elección del joven Leo Benítez como ganador en el primer Concurso Nacional para cantantes de jazz.

Nataniel Edelman Trío.

El de Edelman, el sábado por la tarde, fue el primer concierto de la serie. Junto a Sergio Vedinelli en batería y Santiago Lamisovski en contrabajo, el pianista desplegó un jazz muy compuesto y espléndidamente tocado, que dejaba cuidados espacios para desarrollos y que más allá del momento solista de la improvisación propiciaba el ajustado diálogo entre las partes. Si bien los caminos melódicos personales de temas como “Mudanzas” y “Frutitos” proponían una energía más clásica en términos de swing, otros como “Brizna” y “Ecos” marcaron climas muy sugestivos, en los que la vacilación armónica se convertía en tenue sostén de encantadores paisajes, casi inmóviles, sobre el que los solistas construían una polifonía de gestos breves.

Edelman fue además el pianista de Julia Sanjurjo, que abrió los sets del domingo. Con una versión personal de “Jitterbug waltz”, de Fats Waller, la cantante puso en movimiento el trío que se completó con el notable Valentín Garvie en trompetas. Enhebrada en texturas que más que acompañar al tema lo cuestionan y lo abrazan a distancia, la voz de Sanjurjo es un instrumento más en la dinámica del trío. O más aún, es un temperamento que hace equilibrio sobre las canciones que elige, a las que, sin llegar a reverenciarlas, les respeta el aire melódico. Edelman propone recorridos armónicos en los que Garvie siempre encuentra las notas más expresivas, mientras Sanjurjo canta con voz opaca, capaz de cerrarse en sombras o abrirse en resplandores, y su swing se dispara en distintas direcciones –incluso hacia adentro–, buscando la palabra justa.

Después de “All the thinks you are” y “Nigth and day”, parecía que con la versión de “Time rememered”, de Bill Evans, había llegado lo mejor de la noche. Hasta que el trío tensó el universo rítmico de Thelonious Monk con una versión formidable de “Played twice” y terminó con “For all we know”, una balada de languidez, con solos extensos y estremecedores.

También María Laura Antonelli mostró brillo propio, en su solopiano del sábado. Dentro de un estilo en el que Osvaldo Pugliese dialoga con Bela Bartok, Antonelli alternó improvisaciones y temas su notable disco Argentígena. Su música parte de un pianismo denso y, del mismo modo que sus composiciones reflejan el gesto de la improvisación, sus improvisaciones se ordenan desde un implacable sentido de la forma. El solopiano del domingo estuvo a cargo de Nicolás Boccanera. Pianista de técnica formidable e ideas generosas, Boccanera tocó música propia y de Herbie Nichols y Thelonious Monk, dos influencias de las que descienden esos caminos armónicos personales que supo transitar con atractivo sentido rítmico.

El saxofonista Fito Nicolau, al frente de un cuarteto sólido, integrado por Leandro García de la Maza en piano, Flavio Romero en contrabajo y Fernando Moreno en batería, cerró la programación del sábado. Después de mostrar música propia y una dinámica de grupo que equilibró diálogos y excursiones solistas, el cuarteto concluyó su set con “Voyage”, de Kenny Barron. Toda una declaración de principios, que en buena medida explicó lo que se había escuchado antes. El domingo, Rocío Giménez López cerró el segmento local con otra buena muestra del arte del trío. Junto a Francisco Martí en batería y Fermín Suárez en contrabajo, la pianista rosarina se sirvió además de sutiles toques de electrónica para proponer música propia, además de una versión de “Futebol”, de Chico Buarque.

En el cierre del festival, el Instituto Italiano de Cultura de Buenos Aires, transmitió por su canal de YouTube el concierto que Danilo Rea grabó para el Buenos Aires Jazz 2020 en el Parco de la Musica de Roma. Pianista de fantasía desmedida, Rea ofreció uno de sus extensos sets en los que entran desde una canción de Fabrizio De André hasta un aria de Puccini. Con un lenguaje instrumental complejo, apuntó al asombro con una técnica formidable y tocó fibras sentimentales elaborando melodías entrañables.

Fue un buen cierre para una edición de Buenos Aires Jazz distinta. Que si bien tuvo dos conciertos “de carne y hueso” –el sábado con la cantante Georgina Díaz y el guitarrista Rodrigo Agudelo en los jardines del Museo Larreta y el domingo con la Big Band del Conservatorio Manuel De Falla en Parque Centenario–, centró gran parte de su actividad en las pantallas para sostener una presencia importante en un panorama incierto, a la espera de que la vida retome su ritmo y la música vuelva a ser la experiencia de sentidos y las razones que comienza en la presencia física.