Las palabras nos nombran y es así como pueden en algunas oportunidades cerrar, mientras que en otras pueden abrir. Algunas están cargadas de significados diferentes a los que tienen, bañadas con connotaciones positivas o negativas por nuestro pensar binario.

El lenguaje representa y reproduce sentidos, pero también se puede mover la lengua como lo hace la poesía.

La poesía le hace un tratamiento al lenguaje al no estar subordinada a un Uno totalizador. Es así como produce lo distinto y no reproduce lo idéntico. Si hay reproducción, hay identidad. No hay doblez. Si no hay doblez, no hay tiempo ni espacio por delante, lo por venir que avecina un devenir.

Hace días que pienso en la palabra trans, tal vez, porque cada vez más seguido la vengo encontrando en lecturas y en discursos. Sabemos que el prefijo trans significa: “al otro lado” o “a través de”. Casi que me la imagino de color aquamarino (hay palabras, en mí, que tienen colores) y me gusta la idea de pensar como un “al otro lado” de la orilla y no al otro lado de la frontera.

Entre orilla y frontera hay una diferencia conceptual, podríamos decir. Frontera remite a la reciprocidad entre un lado y otro, es lo que hace relación de correspondencia y marca un límite entre las partes; mientras que la orilla nos lleva a un litoral de un territorio donde no hay linderos, como con el goce. Cada unx goza a su manera. No hay reciprocidad entre los goces. Migrar de una orilla a otra. Devenir en la alteridad.

Esto me llevó a dos nuevas palabras: lo trans femenino y lo trans poético. Cuando hablo de femenino no hago referencia a la femineidad, sino a eso que no hace Uno, a lo que cuestiona lo Universal. Lo femenino está fuera de la lógica binaria, es lo abierto.

Tanto lo trans femenino como lo trans poético se dirigen a un campo del movimiento que trasciende la geometría, lo binario y deviene en potencia.

Si practicamos la diseminación de connotaciones de algunas palabras, incluimos la alteridad. Otro modo de escuchar la lengua.