“La verdad que nunca planté un árbol, pero lo que pasa es que planté una semilla…”

L.A Spinetta

Felisa Valenzuela Ortigoza nació en 1937 y murió este año. “La Feli”,  como se la conocía en el barrio La Cerámica, plantó semillas que siguen creciendo. En esos brotecitos verdes desparramó enseñanzas sobre política, feminismo, soberanía alimentaria y activismo social. Hablar de ella es como hablar de la Pachamama, de las raíces que salen de la tierra, del poder sanador de las plantas, de la empatía. 

A Felisa le quedaba un dejo de tonada correntina, ya que había nacido, pasado su adolescencia y parte de su juventud en Goya, donde militó en las boinas blancas, como se les decía a quienes formaban parte de la Unión Cívica Radical. “Crecí en el campo, vi a mi papá como sembraba el tabaco y el algodón, nos enseñaba la huerta de verduras, después me vine a la ciudad”, contaba tiempo atrás.

A sus veinte años, se vino a Rosario y se asentó con su compañero Andrés --con quien estuvo por mas de 60 años--, en un ranchito de adobe, patio grande con higuera, lleno de flores y plantas en un barrio rezagado de la zona norte de la ciudad con calles de tierra y sin luz, llamado hoy “La Cerámica” por la fábrica de cerámicos Alberdi. "Aquí sigue con su militancia juntándose con otres, en el primer comité del barrio La Florida, cerca del Club teléfonos a hablar de Yrigoyen y nos llevaba a todes”, rememora una de sus hijas.

Felisa tuvo nueve hijxs (seis varones y tres mujeres). Roxana tiene 57 años y es la más grande. Cuenta que ella siempre sintió que su mamá era una adelantada para la época, “Sembró en nosotros el respeto hacia las mujeres, el feminismo. Sus logros siempre fueron un ejemplo en una época difícil para la mujer, hizo el secundario completo, Iba a los comités de noche y una vez me contó por qué había tenido su primer hijo a los 22 años. Afirmaba que para ser madre había que saber cuidar y cuidarse, decidirlo una misma. Les ganó paso a los hombres, era sobre todo una mujer muy comprometida con su comunidad”, dice Roxana. 

En la ciudad, además de militar, tenía un trabajo cama adentro en la casa de una familia de médicos, quienes según ella la ayudaron a formarse. Tenía un vínculo muy fuerte con la militancia, a su vez en el primer gobierno de Usandizaga coordinó el Programa Alimentario, y fue la encargada de repartir la caja PAN en villa la Cerámica. Siempre con esa conciencia social, de servicio desde el anonimato. “Desde el barrio, a los de allá arriba dice Roxana, --refiriéndose a las autoridades políticas en otros niveles-- no lo conocíamos”. En la Cerámica, Feli comienza el desarrollo urbano luego de que una comunidad de curas salesianos llegan al barrio y logran que La Cerámica Alberdi done un terreno para construir la iglesia Itatí, llamada así, porque la mayoría de sus habitantes eran de Corrientes o el Chaco. Las otras manzanas cercanas a las vías eran tierras provinciales.

“Esto era campo, no había ningún servicio, apenas teníamos sol de noche”, sigue el relato. La “luz maravillosa” estaba en los boulevares, recuerdan sus hijas. En cualquier momento del desarrollo de un barrio llegaban curas que hacían campaña, ponían carpas y se quedaban durante semanas. Se limpiaba, bautizaban, daban la primera comunión. Era común prestar la casa para que se hicieran las charlas de confirmación de adultos.

“Para que las plantas estén lindas, hay que echarles agua de la canilla, muy poco abono, hay que trabajar bien la tierra, hay que darla vuelta, romper todos los grumitos y no dejarla mucho tiempo". Felisa

Ella tenía conciencia política y le parecía que, desde el barrio, hacer política no era solo dar charlas y escribir libros. En 1982, la Feli fue la que empujó para fundar el primer jardín de infantes de la zona en la Escuela Nº1239, 1º de Mayo. “Estábamos embarazadas las dos al mismo tiempo, ella de mi hermano más chico, y yo de mi hijo más grande, cuenta Roxi. En el barrio Rucci no había cargo creado pero estaba la disponibilidad”. Entonces, pidieron la maestra jardinera, confeccionaron las mesitas, las pintaron y se creo el primer jardín de infantes para su hijo y nieto, entre otrxs muchos niñxs. Más tarde, en 1992, empezó junto a su hija más grande con el proyecto de poner un Centro Comunitario en su casa, donde podrían ir lxs vecinos sin tener que trasladarse hasta el centro. Más adelante vendría el proyecto para tener también atención en odontología. “Ya que de chicos no habíamos tenido la oportunidad de atendernos cerca”, rememora una de sus hijas. La Feli llevaba a sus nueve hijxs caminando a la escuela Castelli (desde la Cerámica al Cruce de Avellaneda y Av. Alberdi) Se Iba en el mes de febrero, a las 4 AM a hacer cola, ya que era el único lugar público y gratuito donde hacían los bucodentales necesarios para inscribirse en la escuela.

“Paralelamente empezamos a pedir por salud, ahí es cuando salimos del barrio a presentar proyectos a las universidades, trajimos lo odontológico y en 1994, el espacio de mujeres acá a casa, que hoy se llama Red De Mujeres Norte, y en 1997 se firmó formalmente por gestión con el municipio”, sigue contando Roxana, puesta a rememorar lo hecho por su madre. Hoy la Red de Mujeres continúa funcionando en  su casa y se multiplicó con el tiempo en todos los distritos. Había una necesidad interna en el barrio, no importaba de qué signo político era, la vecina hacía la pollada con (el entonces exintendente) Héctor Cavallero, si no eras peronista se daba el apoyo igual, cortábamos la calle, comíamos y nos saludábamos todxs”, concluye Roxi.

Basurales por Huertas

Frente a la casa de Felisa y su hija, en Palestina 1740, había un basural. “Al principio lo limpiábamos para hacer una canchita para los pibes, pero venía otro vecino y te ponía un caballo”, cuenta Roxi. En un momento se les ocurrió pedirlo para hacer una huerta. Alli comienza la capacitación con el INTA, en un programa que se llamaba Pro Huerta, que llegaba con semillas a las escuelas. “Nosotras pedíamos las semillas en las escuelas (Nº 824 y la Nº 1239), sigue su hija. Ella seguía abocada a todo lo que tenía que ver con lo medicinal.

“Al principio teníamos una huerta, después dos y luego tres. Nos comenzaron a ayudar desde el municipio, algún ingeniero nos ayudaba con herramientas a cambio nosotros le limpiábamos las vías y le hacíamos una huerta. Ya en los años 1999 a 2001 teníamos 80 mujeres trabajando en las huertas y hacíamos intervenciones. Allí comienza un trabajo más articulado con el estado, las escuelas, los programas de empleo. Las mujeres empiezan a sostener hogares frente a maridos que pierden empleos, se empiezan a conocer casos como el de las mujeres de barrio las Flores que trabajaban Telares y en el Norte, las de barrio La Cerámica, con Felisa a la cabeza, que trabajaban las Huertas". Roxana rescata su propia memoria, entrelazada con la de su madre. 

En el año 2001, Roxana tuvo a Juan Ignacio, que nació con una discapacidad y Felisa quedó coordinando las huertas en plena crisis. Ya eran siete funcionando: en las calles Ongamira; Baigorria y Vía (El Chaqueñito); Yrigoyen, al lado de las vías de NCA, en los caminos de nuevo Alberdi; Aráoz y Vias. Tenían como objetivo darle lugar a la necesidad y los programas de empleo pero también, el impacto que se lograba con las huertas era extraordinario, porque se limpiaba un basural, obtenías tu alimento, las mujeres comenzaban a estar --en una de las crisis más agudas que atravesó el país--, integradas, contenidas pudiendo producir alimentos para sus hijxs.

Felisa en la huerta, en 2017. Crédito de la foto: Mariana Terrile 

Felisa lo contó en 2002: “Hicimos huertas donde mujeres y muchachos que no tienen trabajo cultivan y consumen. Primero empezamos con una, con dos, con tres huertas. Después ya no dejamos terrenito libre. Quiero hacer huertas por todos lados. A veces los chicos me dicen mamá quédate quieta un rato, si fuera por mí tendría huertas hasta en el patio, porque es una cosa provechosa y linda. Sabés lo que comés”. Fue una adelantada en soberanía alimentaria.

Por ese entonces, se articuló con el Plan Trabajar, que venía del gobierno nacional, en articulación con Promoción Social. Jorge Obeid era gobernador, ellxs entregaban las semillas. Después vino el Programa Pro Huerta del Programa de Agricultura Urbana de Rosario, que era el que llegaba a las escuelas, donde Felisa era maestra agroecológica. Comenzó a viajar y capacitarse a través de ICEI Mercosur, quienes alentaban a organizaciones de pequeños productores a través del fortalecimiento de la producción y mejora en la calidad de productos y su comercialización.

La Huerta de la Feli

La transformación y el progreso trajo algunos pros y contras. Se obtuvo luz y asfalto, pero se perdieron huertas, ya que en esos terrenos se hicieron calles y programas de viviendas. En ese momento comienzan a desarrollarse los CIC (Centros Integradores Comunitarios),  construidos por Nación y pensados en sus comienzos para la primera infancia. Su funcionamiento se articulaba según las necesidades del barrio donde se ejecutaba. El hijo de Roxi en ese entonces tenía que trasladarse hasta Ilar. Un día se asfixió y el centro de Salud estaba cerrado a las 11 de la mañana. Entonces los vecinxs, en apoyo a ella, decidieron marchar, hacer comisiones, hasta que se logró incluir en la planificación un Centro de Salud en La Cerámica, dentro del CIC.

Construído por una cooperativa de mujeres, luego que la Cerámica Alberdi cediera el terreno de calles Molina e Irack, comenzó a funcionar el “CIC Ceramica”. Pegado a él, en calle Molina al 2800, un espacio verde totalmente vacío que a puro amor y semillas pasó a ser la primer huerta biodiversa de la ciudad, la Huerta de la Feli, que ya lleva 13 años.

Felisa se pasaba casi todo el día en la huerta. Se quejaba de los pibes que le rompían sus plantitas , le robaban la manguera, pero los dejaba entrar y les enseñaba cómo hacer una huerta y sanarse con sus manos. Así nos conocimos hace muchos años, cuando le pedí tomarle la primera foto para una nota sobre la única huerta de organopónicos en la ciudad. Recuerdo ese momento, sus gestos: tomaba las melisas con las manos como acariciando un hijo. Me las ofrecía, luego me recitaba un inventario de plantas medicinales y para qué podía usar cada una: el diente de león, la hierba buena, la menta. Siempre que nos veíamos me repetìa su edad imposible de adivinar sus casi ochenta , con esa piel mestiza y brillante.

"Hablar de feminismo y violencia hacia las mujeres ella lo enseño desde siempre. Que haya estado invisibilizada su obra también tiene que ver con ser mujer y no pedir, solo dar". Roxana

“Para que las plantas estén lindas, hay que echarles agua de la canilla, muy poco abono, hay que trabajar bien la tierra, hay que darla vuelta, romper todos los grumitos y no dejarla mucho tiempo, si una la deja siete o quince días la propiedad de la tierra se pierde y no cosecharas muy buenos alimentos”, decía. 

Educadora

Con un saber propio sobre hierbas medicinales, cuando nació el Programa Nueva Oportunidad en 2015 --inicialmente creado por y para varones en conflicto con la ley en situaciones de vulnerabilidad--, Felisa junto a un grupo de mujeres plantean la necesidad de integrarse, ya que habitaban los mismos territorios conflictivos. De esta manera, llegó “Mujeres que Cultivan”, donde trabajó ad honorem, siendo éste uno de los primeros proyectos en incorporar a y capacitar mujeres. “Trabajamos en huertas aromáticas, organopónicos, plantas medicianles y verduras. En nuestra huerta de calle Molina tenemos más de mil plantas, ahora estamos nuevamente semillando…”, decía la Feli por el 2017, en una nota en la que también mencionaba de dónde obtenía los ingredientes naturales, que luego utilizaban para producir los jabones, repelentes y cremas que vendían en las ferias. Además, les enseñaba a las jóvenes a hacer refrescos de jugos de hierbas para que no tomaran gaseosas y le dedicaba tiempo a reflexionar sobre violencia de género. Si alguna vez le dieron dinero para algún viaje, Felisa lo usaba para los piletones que hoy están en la huerta o para tener recursos para hacer actividades. Además, daba charlas en la universidad a ingenieros agrónomos, o estudiantes de agronomía, que se acercaban a la huerta a escucharla y también hacía visitas guiadas para jardines de infantes. En esta pandemia, su última compra fue un libro de hierbas medicinales.

“El hecho de hablar de feminismo y violencia hacia las mujeres ella lo enseño desde siempre. Que haya estado invisibilizada su obra también tiene que ver con ser mujer y no pedir, solo dar. ¿Sabes cuántas Felisas hay? Cuántas mujeres que no son reconocidas", asegura su hija. Y sigue: "Para qué sirve un reconocimiento en el Concejo Municipal, si en vida no te dan para una manguera... Hay una instancia que ella nos forjó, en la que decía 'todo tiene que suceder sin ir a decir lo que hiciste'. Si ves (realmente) las necesidades que hay cuando caminas un barrio". 

Felisa falleció repentinamente el 10 de octubre, por covid-19. "Unos días después vienen a la huerta una pareja de vecinxs que se mudaron del barrio y perdieron la vista por tener una diabetes avanzada, pero nunca dejaron de volver a buscar hierbas: llantén , salvia, diente de león. Cuando se enteran que se nos fue, me dijeron '¿y ahora quien nos va a sanar?'". 

 

Será la menta, será la cola de caballo o realmente será esa comunión fuerte con el otrx, que es la que sana más allá de las hierbas. Ella sabía entregarte eso, tenía esa forma de hacerlo y nos dejó a todxs un poco huérfanxs.