Le gritás a tu esposa que no la querés más, agarrás un sobre con plata, tu bolso, tu sello de médico, tu diploma, el estetoscopio. Tus hijos lloran. Das un portazo. Te subís al auto, un instante, por un instante pensás en ir de tus viejos, pero no, seguís por España hasta Uriburu, avanzás por Uriburu y en un momento todo adquiere sentido y ya sabés adónde vas. Atravesás la ciudad y no te importan los semáforos en rojo. Llegás a circunvalación y no te importa el límite de velocidad, vas a más de ciento cincuenta, en un abrir y cerrar de ojos estás en la autopista a Córdoba. Te detiene un patrullero. Vas a exceso de velocidad. Te hacen la multa. Seguís. Al rato te detiene otra vez la policía, llevás un foco quemado, te hacen otra multa. Seguís. Atravesás medio país a toda velocidad y empieza a caer la noche. Te detenés en una estación de servicio. Cargás nafta. Te comés un sanguche de salame y queso. Te tomás un litro y medio de Coca Cola. Intentás dormir. Dormitás. Vas al baño. Meás. Te subís al auto y otra vez en la ruta. Unas horas más tarde entrás en San Luis. Vas a Villa Mercedes. Estuviste en Villa Mercedes hace veinte años atrás. Por un congreso de la facultad. Habías hecho amigos. Dudás de encontrar alguno de ellos. La ciudad no parece la misma. Vas a parar a otra estación de servicio. Agarrás el celular. Ves mensajes de tus padres, de tus amigos, de tu esposa. Contestás que fuiste a buscar trabajo. A algunos les decís que estás en San Juan, a otros que estás en Jujuy, a algunos que estás en San Luis. Tenés sueño. Intentás dormir en el asiento del auto. Lo reclinás lo máximo posible. Por momentos lográs dormír, pero tenés pesadillas, despertás, volvés a dormir, volvés a despertar. Tenés ganas de empezar todo de cero. Tenés cuarenta años. Querés dejar una gran cantidad de mierda atrás y empezar de nuevo. Extrañás a tus hijos. A tu esposa. Pero aquello era un infierno, esa vida llena de vacíos, y silencios, y desencuentros, algo te dice no hay vuelta atrás. Si no hay vuelta atrás hay que ir adelante. Caminás hasta la estación de ómnibus. Arrojás las llaves del auto en un basurero. Llevás el bolso, libros, el diploma de médico, el sello, plata. En el bar de la estación hay unas pibas, hippies, les vendés El libro rojo de Jung y El nacimiento de la clínica de Focault. Con esa plata te comprás un pasaje a Mendoza. Llegás a Mendoza. En un bar hablás con una chica que está sola. Sos un médico y escritor que está buscando oportunidades, eso le decís. Ella es chilena. Te dice que en Chile hay una gran movida literaria y que los médicos ganan un montón de plata. Te comprás un pasaje a Santiago de Chile.

Cruzás la cordillera. En la aduana te piden tu documento, te estremecés al darte cuenta que tenés en tu billetera los documentos de tus hijos. Mirás sus fotos. Te caen unas lágrimas. Te sentís empujado por algo, algo insoportable, te subís al colectivo. Llegás a Santiago de Chile. Hay un montón de gente yendo y viniendo. En la estación de ómnibus hay puestos de venta de libros de usados. Te acercás. Charlás con el vendedor. Le decís que tenés libros de psicoanálisis de Miller. ¡¿Miller?!, pregunta el tipo. Te dice que es imposible conseguir esos libros en Chile. Se los vendés. Vas al Mc Donalds. Te comprás un combo. Vas y te sentás en la misma mesa que una chica. Es una adolescente. Estudia psicología. Le contás que estudiás psiquiatría. Le contás que lograste sostener estabilizado a un esquizofrénico que se cree hijo de Shakira por cuatro años sin medicación, solo haciendo de secretario del alienado, como enseñó Freud. Ella pregunta qué es eso. Vos le contás. No soy peligroso, le decís. Tal vez yo sí, dice ella. Te parece una picardía adolescente. Terminan de comer la hamburguesa y se despiden. Ella se va y vos arrancas para cualquier lado. Querés encontrar un hospital para pedir trabajo, para que te den asilo. Te das cuenta de que ya no tenés veinte años. Que ser un aventurero a los cuarenta es otra cosa. Te quedás sin batería en el celular. No tenés cargador. Preguntás y llegás a un hospital. Lo recorrés. Buscas el servicio de Psiquiatría. Preguntás para hablar con alguien, nadie te da bola. Vas hasta la guardia. Tratás de explicar tu situación, un médico argentino buscando trabajo, te miran raro, preguntás si podés pasar la noche ahí. Te dicen que no. Te sentás en una sala de espera. Pasa el tiempo. Empieza a caer la noche. Viene alguien, una administrativa, te pregunta si te puede ayudar en algo. Le explicás, más o menos le explicás. En tu interior pensás en volverte a casa, a la Argentina, con tus hijos, con tu esposa, pero te das cuenta de que no tenés plata. Entre una cosa y la otra te la gastaste toda. La administrativa viene con una mujer que es de seguridad. Te pregunta si sos médico. Te pide una identificación. Le mostrás el documento, tu diploma de médico. La mujer de seguridad dice que te quedes ahí. Que ya vuelve. Esperás. Hay un grupo de gente que se reúne junto a vos. Vos seguís repitiendo que sos un médico que buscás trabajo. Aparece la mujer de seguridad con una bandeja con comida y una manta. Te podés quedar a dormir acá, en estos asientos dice. Te siguen haciendo preguntas. Son varias mujeres y un tipo. El tipo es algo amanerado y muy amable. Te caen bien. Hablan mucho. El tipo dice que te quedes que a la mañana a primera hora viene el director del hospital, que podés hablar con él, que él te puede dar trabajo. Siguen conversando, el tipo, dos o tres mujeres que van y vienen, la mujer de seguridad se ha ido. Antes de irse te dice que si le querés agradecer el favor, en diez días se opera del útero, que la vayas a ver. Le decís que vas a ir. Te imaginás viviendo con ella. No te gusta la idea. Pero no tenés donde vivir. Pasás la noche hablando con el tipo amanerado y las mujeres. Se hacen las seis de la mañana. Te dicen que ya debe de estar por llegar el director. Llega. Te presentás, ¡Un médico argentino!, exclama. Te dice que San Martín no liberó a Chile, eso es lo primero que te dice. Después le explicás que estás buscando trabajo. Se muestra amable e interesado. Pero te dice que para ejercer en Chile tenés que dar un examen de equivalencia. Un montón de materias. Hacer prácticas. Te dice que le hagas un currículum y vuelvas en unos días. Vos no tenés tiempo para examen, currículum ni unos días. De los que hablaban con vos quedó una sola mujer. Le pedís dinero para el colectivo. Te lo da. Salís a la calle. Es muy temprano en una ciudad inmensa. Tenés miedo. Empezás a caminar.

Tenés plata para el colectivo pero no sabés adonde ir. Tu celular está sin batería. Mirás los edificios, las veredas, la avenida, la ciudad inmensa y gris no muy diferente a Rosario, o a Buenos Aires. Cruzás la calle. Te das cuenta de que hay una sala de guardia del hospital. Te metés ahí y está lleno. En el fondo hay un lugar entre un montón de gente que espera dolorida y quejosa. Hay también pordioseros. Gente que ha pasado la noche. Te sentás y tratás de pensar, de entender, de dar un sentido a este quilombo en el que estás metido, te das cuenta de que fue un error, irte de tu casa, cruzar a Chile. Extrañás a tus hijos, a tu esposa, a la vida que alguna vez supiste tener. Tenés que seguir. Encontrar una forma de volver a la Argentina. Salís a la calle. No sabés para dónde ir. En la avenida elegís ir hacia el norte. Llegás a una estación de colectivos. Deambulás. El tiempo pasó y hay más gente en la calle. Preguntás en un negocio si te pueden cargar el celular. Con alguna excusa te dicen que no. Volvés a preguntar y te vuelven a decir que no. Lo intentás de nuevo y no. No. No. Nadie parece querer cargarte el celular. Te cruzás con unos extranjeros. Lo sabés porque hablan otro idioma. Hablás con ellos en inglés, son israelitas, les decís que tuviste una novia israelita, que sabés decir beso en hebreo, neshika, neshika, decís, les decís que estás perdido, que no tenés un peso, que necesitas volver a la Argentina, tu relato es poco convincente, ¿Cómo explicás que te peleaste con tu mujer y terminaste en Chile sin un peso? Los israelitas son cuatro muchachos. Tienen intenciones de darte dinero. Te preguntan cómo pueden saber ellos que no te los vas a gastar en droga. Le decís que estás desesperado, que por favor te ayuden, le decís que sos médico, volvés a decir algo de tu ex novia israelita, que era de Haifa. Te dan plata. Los abrazás. Te despedís. Seguís caminando. Buscás que alguien te cargue el celular.

Preguntás en otro negocio, te dicen que no pueden cargártelo, preguntás en otro, y tampoco. Al final uno acepta. Es un pibe, joven, en una especie de barcito al paso, te dice que te carga el celular pero que tenés que consumir algo. Pedís un té. Eso pedís. Te quedás ahí. Hablás con el muchacho. No recordás de qué. El celular se carga un poco, agradecés, seguís caminando, tenías una amiga en Chile, estudió con vos cuando hiciste la secundaria en Estados Unidos, se llama Gisela, entrás en Facebook, la buscás, le mandás un mensaje, que estás en Santiago de Chile, tratás de decirle algo convincente. No está conectada. Cerrás Facebook. Apagás el celular para no gastar energía al pedo. Seguís caminando, vas por una vereda y así porque sí le decís algo a un tipo parado ahí. El tipo resulta ser un español, tiene que hacer tiempo hasta que salga su avión dentro de unas horas, te invita a tomar algo, como si fuera una especia de ángel, le querés besar los pies, las manos. Vas a tomar algo con él. Él toma café con leche y una torta. Vos una Coca Cola. Hablan de la vida. Le decís que sos médico, que estás quemado, el tipo te escucha, es simpático, hablan, se entreveran en una conversación, pasa el tiempo, te pregunta si querés tomar algo más, le decís que no, que gracias, te dice que se tiene que ir, le volvés a agradecer. Salís a la calle. Hacés unas cuadras. Entrás en una comisaria. Pedís ayuda. Te dicen que tenés que hacer la cola para las consultas. Hay un montón de gente. Escuchás que piden certificados. Te sentás en otra sala de espera. Pensás que hay un montón de armas. Un montón de tipos armados. Que si decidieran matarte desaparecías, nadie sabría de vos, nadie sabe que estás en Chile, nadie sabe dónde estás, estás perdido, solo, desaparecido. Si te llevaran a un cuarto, en el fondo, te pegarían un tiro y nadie sabría nada de vos. Sentís miedo. Es tu turno. Hablás con un oficial. Tratás de explicarle tu situación, ya lo sabés, es poco convincente, pedís que te dejen usar un teléfono, llamar a la Argentina, a tus padres, le decís que sentís que estás por tener un brote psicótico, eso sentís. Te dicen que no te pueden ayudar.

Seguís caminando. Te empieza a doler el pecho. Una puntada, una puntada ahí donde está el corazón, tenés miedo de estar infartándote, sos un sedentario y lo que caminaste en estas últimas horas es una locura, te duele el pecho. Te metés en un restaurante, pedís si te dejan hacer una llamada a la Argentina, que necesitas ayuda, te dicen que no, entrás en un negocio de ropas y también te niegan, en otro negocio y lo mismo. Alguien te dice que podés pedir ayuda en el consulado argentino. Tu amiga te contesta el mensaje en Facebook. Se alegra porque estás en Santiago de Chile, te pasa una dirección. Caminás, caminás, preguntás donde queda la dirección de la casa de tu amiga, tu amiga te puso un barrio, preguntás por ese barrio. Caminás y caminás, te duele el pecho, te duele mucho. Seguís caminando. Preguntás por el consulado argentino. Preguntás por el barrio de tu amiga. Te indican. Caminás por una avenida muy ancha. Ves policías. Ves una ambulancia que pasa a todo lo que da con la sirena encendida. Mirás la gente. Algo está saliendo muy mal. El consulado no queda lejos. Haces unas cuadras, estás ahí, en el consulado. Tocás timbre, sale una mujer a atenderte, le explicás, tu relato no convence a nadie, pedís que te dejen hacer una llamada a la Argentina. Te dicen que esperes a un tal Esteban Reynoso, que él está en una reunión, que él te va a ayudar. Te quedás parado en la puerta del consulado. Mirás para un lado para otro, caminás de una punta a la otra de la vereda. Sentís de repente que hay un sentido místico en todo esto que te está pasando. Te tocás la nariz y te sale sangre. Te secás con la manga de la camisa. Te apretás la nariz. Alguien llega al consulado, son dos tipos, te miran raro. Te preguntan qué necesitas, les tratás de explicar, que te dijeron que esperaras a Esteban Reynoso, que él te iba a ayudar. Los tipos se miran entre ellos, se ponen serios, vuelven a mirarte raro, te dicen que en el consulado no hay ningún Esteban Reynoso, abren la puerta y entran. Mirás al cielo, mirás alrededor, la gente, los autos, la avenida, los árboles, los pájaros, la gente cruzando la calle, la gente caminando por la vereda, hay un hotel del otro lado. Mirás al cielo. Caés de rodillas. Sentís algo que te pincha en la cabeza, mirás tus manos, están lastimadas. Caminás, seguís caminando, caminás por la avenida, ves a la policía en una esquina, ves a alguien conocido, lo reconocés, se pierde entre la gente, era tu cuñado o tu hermano, era alguien conocido, caminás para buscarlo, intentás encontrarlo, te cruzás con un pibe que lleva una campera rayada como la que alguna vez tuviste, lo parás, lo saludás, le decís al pibe que vos tenías una campera como esa. El pibe te mira raro. Sale corriendo. Te sangra la nariz. Tratás de contener la hemorragia con la manga de tu camisa. Ves a los colectivos pasar. Si pudieras tomar un colectivo. Un colectivo que te dejara en la casa de tu amiga. Le escribís a tu mujer por Facebook. Pero no tenés señal. No estás conectado a la red. Entrás en un local que venden pulseras y aros y preguntás si te dejan hacer una llamada. Te sangra la nariz. Tenés una corona de espinas en la cabeza. Caés al piso. La gente pasa por tu costado y te mira. Nadie se detiene. Estás cansado. Te duele el pecho. Si pudieras conectarte con tu familia, con tu esposa, con tus padres. Te tiemblan las piernas. Un dolor punzante en el pecho. Sentís que te vas a morir. Alguien te escupe. Seguís caminando. Ves a la policía. La gente pasa junto a vos. Gritás. La gente sigue pasando. Empieza a lloviznar. El sol está radiante en el cielo pero empieza a lloviznar. Caminás y caminás, preguntás por Argentina, por el barrio de tu amiga, si te dejan usar Facebook, si te dejan usar el wi fi para conectarte a Facebook, a whatsapp. Caminás y caminás, y seguís caminando, y la gente pasa, y los autos pasan, pasan los colectivos, caés al piso, alguien te escupe, alguien te patea, vas a morir y nadie sabe que estás ahí, sos un desaparecido, cae una llovizna fina. No das más. La gente se reúne alrededor tuyo, te insultan, te escupen, te patean. Escuchás el sonido de una sirena. Te agarran de los pies. Alguien te mete las manos por debajo de las axilas y te levanta. Hay un silencio, explota un silencio, un delgado sonido que atraviesa todo. Llovizna. Ves a la gente gritándote pero no los escuchas. Ves sus bocas abriéndose y cerrándose. Los ojos de la gente. Abiertos. Enfocados en vos. Ves que te patean pero no sentís las patadas. Cae una fina llovizna y a través de las gotas ves el sol, un sol brillante que te penetra. Alguien te acaricia la cabeza, alguien te habla, hay una cama y una ventana. Gente vestida de blanco. Sentís un pinchazo. Cerrás los ojos.

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