El sexo es la primera escritura. El deseo aparece en el detalle que construye de a poco ese aroma de la masculinidad, el territorio donde una adolescente Sylvia Plath quiere vivir. La descripción de esa intimidad aturde por la belleza y por la sensación de estar viviendo en ese cuerpo que se sobresalta al encontrarse con el origen de su mirada de escritora. Sylvia Plath escribe estos Diarios Completos que publica la Universidad Diego Portales de Chile desde una sinceridad implacable. La chica que se graduó en Smith College no llegó a esa edad donde podría haber sospechado que estos diarios se publicarían. La hermosa escritora que metió la cabeza en el horno en el peor invierno de Londres surge despojada de los cuidados, prendada de una sexualidad que quiere conocer hasta el fin de la noche.

Hay en Sylvia Plath una voluntad que sobrepasa la realidad misma y solo puede soportar ese límite a partir de la escritura. En estos Diarios Completos que van desde 1950 (cuando Plath tenía 18 años) hasta 1962 (un año antes de su suicidio) descubrimos que el estilo más deslumbrante también puede ser insoportable. Sylvia Plath se somete a un nivel de tortura que desafía cualquier esperanza de supervivencia. En esa crudeza está el mecanismo de destrucción que Plath convierte en una escritura de lo indecible. El odio, la rivalidad hacia cada mujer que se destaca, la instala en ese lugar de la competencia furiosa por lograr lo que se quiere. La fatalidad no se detiene porque también habita en ella una vocación hogareña, el matrimonio, la maternidad y ese retrato dichoso que consigue con todos sus desgarramientos.

El primer encuentro con Ted Hughes es impetuoso. Están borrachxs y parece que todo se moviera con ellxs y lxs sacudiera. Ella lo muerde y la sangre corre por la oreja de Ted como si Sylvia dejara su firma.“Era el único hombre que estaba a la altura de sus poemas” describe Plath en una definición borgeana. “Me gustaría volver a verlo para probar mi fuerza contra la suya”. Lo nombra como un predador pero esa característica tiene que ver con el amor descontrolado que Ted genera en ella. Sylvia se reprocha haber ido a la cama de inmediato y cree, equivocadamente, que por esa noche de “insomnio y holocausto” va a perderlo.

Estos textos sirven para comprobar que la tragedia de Plath se inscribe en el marco de una genialidad que no alcanzaba a saciarse solo con la escritura y de una sexualidad que no podía materializarse en una serie de aventuras eternas. Sylvia, a veces, habla como si fuera Blanche DuBois, la protagonista de la obra de teatro Un tranvía llamado deseo de Tennessee Williams. Como si entendiera que la sexualidad que disfruta, esa que la lleva a estar a punto de acostarse con un desconocido en París, no es posible para una joven de su época que aspira a destacarse como escritora.

La violación es una escena que tiene la forma de los mitos griegos. Siempre está ligada a un placer donde la naturaleza y la masculinidad van hacia ella como una fantasía, como el borrador de ese poema donde declara “Toda mujer adora a un fascista/ la bota en la cara”.

Sylvia Plath

A ella le gustaría dormir a la intemperie y mezclarse para conocer la vida de los obreros y los marineros. Supone que ese peligro (que no le conviene atravesar) le resta algo a su escritura y la lleva a ocuparse demasiado de sí misma, a construir un parlamento demoledor, agobiante donde todo el tiempo tiene que trazar estrategias para ser distinta, para eludir el lugar de la virgen americana obligada a esconder sus deseos.

Mientras escribe, Plath realiza la crítica de su propia producción. Su modelo es la novela realista y desestima las descripciones que logra, inmensas y diáfanas. Tiene el poder de lanzarnos a la escena que rememora y dejarnos allí abandonadas entre palabras precisas y una técnica que cuestiona su procedimiento. Cuando ya casada con Ted Hughes se encuentre débil ante la página en blanco querrá recuperar los primeros tramos de sus diarios porque entiende que en esa escritura entre los 18 y los 20 años había algo prodigioso.

Estos Diarios Completos deben leerse en relación a todo lo que omiten y esta operación se compone de las decisiones de una joven Sylvia que elige no contar su residencia en la revista Mademoiselle (episodio que será relatado en su novela La campana de cristal) pero también implica una selección y mutilación que realizara Ted Hughes después del suicidio de su ex esposa. De hecho el tramo que ocupa de diciembre de 1958 a noviembre de 1959 pudo conocerse recién en el año 1998, y lo mismo ocurre con otros fragmentos de este libro que se sometieron a diferentes clausuras establecidas por Hughes. El resguardo de este material implica tanto cierta protección que el poeta inglés entendía necesaria, especialmente en relación a la madre de Sylvia por la que la joven escritora experimentaba un rencor alimentado por las secciones de terapia con la doctora Ruth Beuscher, como el temor a que esa ansiedad desoladora que Sylvia expresa de manera cruda, sin ninguna protección, pudiera tenerlo como responsable.

Ella percibía en Ted una superioridad que la dejaba atrás. Su figura fue, al comienzo del matrimonio, descomunal, inmensa. Ella competía con él como escritora y él hacía su parte cuando corregía con dureza sus poemas. Esa autoexigencia destructiva se hacía más vivaz con alguien como Ted a su lado pero ¿cómo curar a una mujer que lo quiere todo?

Al comienzo de su matrimonio la escritura de Sylvia ya no tiene ese resplandor de una inquietud que imagina cuerpos, besos y caricias para pasar a problematizar su propio trabajo al extremo. Se da ordenes mentales de cómo escribir, qué temas debe elegir, piensa argumentos, ejercicios de entrenamiento para disponerse a la escritura. Sylvia tiene muchas dificultades para vender sus cuentos y poemas a los diarios y revistas donde sueña publicar y esos rechazos tempranos son agobiantes. Se obliga a una soledad demoledora porque debe convivir con sus pensamientos, con la voz de esa enemiga que es ella misma, con el reflejo de su adolescencia brillante, con la idea que deberá superar esos triunfo iniciales.

Las últimas imágenes enumeran las visitas a las casas de sus vecinos en Devon. Una secuencia triste, con personas que poco tienen que ver con Sylvia, una vida apagada de campo entre una sociabilidad incomprensible. En esa zona en el interior de Inglaterra, la pareja de escritorxs verá nacer a sus hijxs. También será el lugar donde Ted comience su romance con Assia Wevill, la poeta por la que dejará a Sylvia, la mujer que terminará copiando la escena del suicidio de Plath, cuando la influencia de la chica de Boston sea tan definitiva como la muerte.