A la puerta del cielo llega Dios, viene de la tierra y como Dios de la tierra vio lo mejor y lo peor de este mundo. Con su llave trata de abrir la puerta pero encuentra otra llave trabando por detrás la cerradura. No se desconcierta ni se inquieta, más bien se intriga: ¿Qué Dios está del otro lado de la puerta?

La de Dios es una categoría difícil de alcanzar, una categoría para pocos, se consigue ocupando un lugar entronizado, dado por inmensas mayorías. Es el caso de este Dios que nunca dejó de ser sensible a ellas, ni a sus padecimientos, ni de pertenecerles, como el otrora chico de Villa Fiorito. Pese al ruido y los mimos y las carradas de plata por su habilidad y talento, las manos llenas de relojes extravagantes y diamantes, nunca nada eclipsó a Villa Fiorito de su vida.

El Dios permanente del cielo no recibe al Dios que llega de la tierra (“Aquí jugó Dios” precisaba el cartel de Newell´s), con bombos y platillos celestiales. Lo de delirar con la aparición de un dios terrenal es costumbre de la tierra, sobre todo si se trata de un Dios que mueve su pie izquierdo como un Dios, en un terreno visible como el de un estadio de fama. En todas esas circunstancias la aparición de Dios con la pelota remitía al origen: México. El México del momento de oro: estalla el calor, hay dos arcos enfrentados que vibran a fuego, hay emociones extremas, jugadores que corren y saltan para cabecear tocando el cielo, y en medio de todos ellos, de todos los jugadores empecinados en volar más alto que nunca, Dios que aparece. El joven e iluminado Dios guía una pelota entre muchas piernas que la disputan, las alas de sus pies sortean todas las trabas, que nadie le robe la pelota, sus pies se detienen palpitantes en un punto estratégico que millones y millones miran expectantes en ese momento en el mundo. Y Dios, con ojos de Dios y pie izquierdo de Dios, patea la pelota, la pelota zumba haciendo un recorrido perfecto para entrar en el arco en el lugar exacto.

El arrebato es mundial, un éxtasis en masa de volumen incalculable, un momento único que la memoria del mundo atesorará para siempre. El acontecimiento apoteósico está hecho a la medida de la fantasía universal, la proyección en el héroe que vence todos los obstáculos y llega a la meta triunfal. El héroe conquista el Arco de Triunfo.

Doblegar al rival, vencer la amenaza que frena todas las intenciones de conseguir un objetivo, una pretensión que anida en cada movilización humana. El fantasear vencer, obtener la victoria, conseguir un logro contra lo frustrante de lo real concreto.

Y el Dios terreno siguió su camino sin perder nunca la potestad extraterrenal ganada en aquel México, consolidada en Nápoles. Su gambeta y la patada geniales no perderá eficacia jamás en la fantasía colectiva, que las evocará una y otra vez en cuanta ocasión convenga .

El cacique maya-quiché Mahocotah se transformaba en águila, adquiría su visión y vuelo cuando la situación lo requería.

Poder, como el héroe, transformarse y adquirir capacidades extraordinarias ; una transformación semejante vuelve a un ser irreductible.

Al Dios Sol de los quechuas, Dios también llamado Inti, se lo representaba con la forma de una elipse de oro, el oro y las formas geométricas nunca perdieron vigencia para representar el poder, al Dios de la camiseta número diez se lo asoció eternamente a la esfera de oro, la pelota mágica, la de valor máximo en el ranking mundial, ideal para impresionar al Dios del cielo.

Dios al toque para entablar con él una conversación (también se dijo que el Dios terreno ni bien llegado al cielo volvería a la tierra por incompatibilidad) . Conversar con Dios, con su doble dada su imagen y semejanza, conversar con él en paridad de rango.

Con su mejor estilo rebelde y su desenfado y bronca intactos, el Dios terreno no pierde la oportunidad, habla en el cielo sobre los feos, sucios y malos, los aportados por las élites y sus lugares mullidos y brillantes. Repite las palabras que dijo tantas veces en la tierra, sobre los ricos de este mundo que tienen acceso a la puerta de oro creyendo que lo tienen por derecho natural, y la cierran ignorando todo lo que sucede al otro lado, palabras que el Dios terreno dice intentando aflojar sus bisagras y ribetes de destellos diamantinos; palabras seguidas por las mayorías aquí, y allá, y mucho más allá también, por las que le levantan altares en el mundo.

Palabras dichas por el Dios terrenal directamente en la oreja de Dios celestial a ver si esta vez las escucha y mueve un dedo para colaborar.