Es raramente en primera intención que el sujeto en crisis consulta al psicoanalista. La crisis no se presenta a priori como una condición favorable al establecimiento de la transferencia. Los lugares que más habitualmente acogen a los sujetos en crisis son médicos, psiquiátricos, sociales, policiales, judiciales, etc.

Sin embargo, para el sujeto en crisis, la entrada en el marco analítico transpone esta crisis de un espacio donde nada la limita, a otro donde se ofrece la posibilidad de una escucha distinta y de la palabra. Transponer es distinto que desplazar. Es tratar de circunscribir la crisis al marco del análisis, incluso si este resulta un contenedor imperfecto. Subrayo este espacio del marco analítico como lo ha desarrollado Kernberg para los estados límite, que ponían el marco analítico a prueba. Poder localizar la dimensión subjetiva de una crisis, de una urgencia, hacer que los acting-out puedan hablarse y no hacer ruptura por un pasaje al acto es un paso decisivo. El analista, haciéndose destinatario de esta demanda desordenada, a veces agitada o amenazante, intenta anudar la crisis al campo del Otro.

¡Este desorden se escucha! Lo que no quiere decir que el analista sugiera que él pueda cambiar algo. Solamente, él está ahí, incluso designado por su impotencia, está ahí como interlocutor. No tiene que mostrarse de otra manera; no tiene la solución a la crisis. El analista se abstendrá de usar la sugestión tranquilizadora que pasa por una seducción que desplaza la transferencia sobre quien promete un porvenir sin crisis. Tomar la crisis por el lado de la promesa es ir hacia la puesta a prueba de la transferencia y el callejón sin salida donde se juegan los acting-out, tanto del analista como del sujeto. Es el principio mismo del descubrimiento freudiano y de los errores de los que Freud nos hace partícipes en el análisis de ciertos casos de su práctica, Dora por ejemplo. Si el psicoanálisis funciona, subraya Lacan, es porque este poder de sugestión es eludido, el analista no desea en lugar del otro, no ejerce un poder de seducción.

En francés existe la palabra “criser”. Ella tiene la particularidad de insistir sobre un estado marcado por la repetición y una vivencia singular en la que el sujeto siente que pierde el dominio de sí mismo. Es como si el sujeto desapareciera detrás del estrépito del desorden que lo invade. Todo lo arrastra sin que pueda hacer nada.

El acto del analista busca tocar el punto que convoca en el sujeto lo que, en él, puede aún engancharse en medio de todo eso que lo sobrepasa; la parte que puede responder, aún, en él.

Así, lo hemos subrayado con la sugestión, la cuestión no es tranquilizar, prometer, recurrir a la confianza; el acto apunta a movilizar lo que hace que el sujeto puede rehacerse a partir de lo que, en él, se sostiene aún. Es decir que a lo que se apunta en la crisis no es la coacción, a hacer callar lo que se dice en lo inarticulado, sino a extraer de ello una palabra que pueda ser retomada por el sujeto en un lazo transferencial.

Con el traumatismo, como con la crisis, algo de la temporalidad ha sido tocado. Una cuestión se plantea: cómo traer a una sesión lo que de este tiempo se encuentra roto, acelerado, ralentizado, coartado, etc.

El tiempo en la sesión analítica define menos una temporalidad que un espacio: el de la sesión donde puede desplegarse toda la gama de la subjetividad del analizante. Este tiempo, en referencia a la sesión, delimita sus entornos y su articulación topológica. Si bien la cura se ordena a partir del tiempo de la sesión, no se reduce a él. Así, “estar en análisis” implica el anudamiento, a partir del espacio de la sesión, de momentos diferentes marcados por los efectos producidos por el acto del analista. El analizante experimenta el trabajo en la cura y, a menudo, testimonia de ello. Se encuentra allí lo que, de la crisis, se ha “transpuesto” en la sesión.

 

*Miembro de ECF y de la AMP. Fragmento. Texto completo en Virtualia n°39.