Las medidas sanitarias del gobierno argentino son criticadas por una parte de la sociedad considerando que se están atacando o cercenando sus libertades individuales, fenómeno que con igual vigor se manifiesta en el plano internacional.

Nuestra intención es pensar esta conducta desde el psicoanálisis que califica estas manifestaciones como la rebeldía del niño o el adolescente frente a la autoridad paterna, ejercida en este caso por el presidente que pone ciertos límites a fin de sortear los peligros que origina la pandemia. Se trata de preservar la salud y evitar las pérdidas de vidas.

Escuchamos en entrevistas a manifestantes contra estos cuidados decir: “a mí nadie me va a decir que es lo que tengo que hacer”, “yo soy lo suficientemente grande para que me digan que es lo que me conviene”. En un medio de comunicación, un periodista decía: “Estoy con las pelotas llenas de la cuarentena, quiero salir y volver cuando se me canta las pelotas y no cuando me diga el Presidente”, expresando su aspecto infantil del quiero-puedo, creencia omnipotente del niño y adolescente, ignorando que la realidad de la pandemia amerita un límite a ese deseo. No todo lo que deseo se puede, esa castración simbólica impuesta por “papá” Presidente, genera frustración y el deseo de manifestarse en oposición a esas medidas. Lo que pasa es que en un nivel emocional inconsciente se confunde el conflicto infantil con el padre con la figura presidencial. O sea, se actúa como un niño siendo un adulto.

Este mismo periodista al tiempo contrajo la covid-19 tan rechazada y entonces expresó: “Estoy bien, pero es una forma de decir. Estoy roto. Pasé un momento horrible en esa semana internado”. “Estuve completamente solo, solo, no pude ver a nadie. Es una enfermedad tremenda. Ni la cara de los médicos, todo muy impersonal” La realidad lo chocó, se le impuso.

No podemos dejar de referirnos a un fenómeno que observamos en nuestro país y en muchos otros países del mundo. La rebelión juvenil a los cuidados. Vemos que los jóvenes se reúnen en multitudes sin observar medidas de aislamiento, distancias recomendadas ni uso de barbijos. Lo hacen en plazas, playas, bares o en fiestas clandestinas. Es cierto que quieren socializar, que están hartos de las restricciones y que el llamado a modificar este comportamiento no da resultados. Pero desoír las advertencias de que su conducta es dañina para sus padres, abuelos y adultos mayores que constituyen la población de riesgo nos inclina a pensar que el amor a sus mayores no es suficiente para protegerlos de la muerte. Nos decía Arnaldo Ravskosky que los padres (además de otros males) se deshacen de la joven generación enviándola a la guerra. ¿Por qué no pensar como expresa Sigmund Freud que los hijos desean inconscientemente y a veces conscientemente la muerte de los padres para ocupar su lugar en la familia, el negocio, la empresa o sencillamente sacarse de encima la autoridad de los mismos?

*Psicólogos.