Cuando el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ganó las elecciones hubo quien lo caracterizó (dicho con nuestras propias palabras) como una suerte de “león imperialista herbívoro”. Básicamente un neo keynesiano, promotor del mercado interno y posiblemente ajeno a la clásica política belicista de su país. Esa lectura ahistórica quedó desmentida en menos de tres meses.

La mayor potencia bélica del mundo continúa la tradición o la exacerba, ya se verá.

La jerga de los mandatarios estadounidenses es ilustrativa. El presidente Ronald Reagan, hombre cultivado en Hollywood, designó “Guerra de las Galaxias” a uno de sus funambulescos proyectos. Trump se llena la boca apodando “la madre de las bombas” a la terrible arma que se disparó contra Afganistán. Ya había bombardeado Siria, todo en menos de 90 días de gestión.

Los pretextos sobre el ataque son fútiles: su función no es convencer sino atemorizar.

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Toda gesta belicista yanqui tiene precedentes similares: la denuncia por el uso de armas químicas contra el gobierno sirio semeja a la realizada contra el presidente iraquí Saddam Hussein.

El gobierno argentino, rápido para los mandados, condenó el uso de armas químicas en un comunicado de varios países de la región que ni Brasil suscribió.

La madre de todas las bombas, hasta el cierre de esta edición, no suscita reacciones, comentarios, por ahí da ternura.

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Distintas versiones de derechas salvajes, discriminatorias, chauvinistas, expulsivas prosperan en los países del centro del mundo. El odio al diferente, la agresión a los migrantes son políticas expandidas.

En este mes, el presidente Mauricio Macri se reunirá con su colega Trump. Es de desear que no incurra en los alineamientos serviles que en su momento encarnó el ex presidente Carlos Menem. Contradicen los mejores momentos de la política exterior argentina y generan peligros.

América del Sur es la región más pacífica del planeta, otro legado del denostado populismo: sin guerras internas, sin cárceles “a lo Guantánamo” para prolongar el largo brazo represor de Estados Unidos.

La Canciller Susana Malcorra es una funcionaria curiosa, dentro del Gabinete. Por un lado y a su favor, tiene experiencia internacional.  Conoce el métier, a diferencia de los CEOS aterrizados en la función pública. Pero, a la vez, es casi una delegada del Departamento de Estado en el Palacio San Martín. Y viene incurriendo en errores serios como lo fue su candidatura a titular de las Naciones Unidas, que mezcló en exceso con su gestión.

El presidente tampoco la ayuda, por ejemplo, cuando lanzó una mentira sobre avances en las negociaciones por las islas Malvinas, enérgicamente desmentido por la primera ministra británica, Theresa May.

Es difícil quedar a resguardo de la acción depredadora de Estados Unidos. Para procurarlo, dentro del acotado marco de lo posible, es esencial mantener distancias.

Habrá que ver si la cordura prima sobre el alineamiento automático del macrismo y sobre la pulsión lamebotas de tantos presidentes argentinos de derechas. Crucen los dedos los agnósticos, recen los creyentes…