“El arte es una cuestión de experimentación”, dice en un momento de Simulacro un dramaturgo que comanda el casting para una futura obra. La frase, si bien grandilocuente, está en sintonía con la película a la que pertenece, último trabajo del realizador Gustavo Postiglione exhibido el jueves por la noche en la plataforma Octubre TV. Exhibido y filmado, puesto que se trató de una aventura inédita en el terreno audiovisual nacional y con pocos antecedentes en otras partes del planeta: una película “en vivo”; es decir, una cuya emisión fue simultánea al rodaje, anulando toda distancia temporal entre la creación y su estreno. Durante casi 80 minutos, Lara Todeschini, Claudia Schujman y Gustavo Guirado se pasearon por el teatro del Complejo Cultural Atlas de la ciudad de Rosario interpretado a una actriz, un reputado director y una periodista, siempre seguidos de cerca por el responsable de El asadito y un pequeño equipo técnico que, instantes después, veían en la plataforma lo mismo que cualquier espectador desde el sillón de su casa.

Filmada en blanco y negro, Simulacro es hija de estos tiempos pródigos en nuevos formatos y exploraciones. Difícilmente el consumo de películas y series sea igual que hasta marzo del año pasado en la “nueva normalidad”, esa promesa recostada en un horizonte cada vez más cercano. Aunque la idea surgió antes del parate obligado por la pandemia, tal como contó el director a Página/12 el último domingo, los largos tiempos muertos de abril y mayo terminaron de dar forma a un relato que transcurre en su totalidad entre el escenario y los vestuarios de un teatro, con tres personajes directamente involucrados con la disciplina.

Si a eso se suma un despojamiento de la etapa de posproducción (la orquesta a cargo de la musicalización también tocó en vivo), es inevitable preguntarse si fue una película o si cayó en los tentáculos del “teatro filmado”. Pero el uso del espacio, el relato encapsulado en un único plano secuencia -elemento de concepción netamente cinematográfica- y la presencia de un director eligiendo qué entra o qué sale del cuadro, qué se deja afuera o qué información se da, distancia a Simulacro de la experiencia teatral. Aunque se habla de teatro, pero también de otras cosas.

La primera imagen es la de una actriz frente a un vidrio que la separa de una cámara manejada por un dramaturgo, en lo que es la parte final de un casting para un rol que originalmente ella nunca había pensado en interpretar, hasta que la cancelación de varios viajes y trabajos la obligaron a rumbear por otros caminos. Un camino conocido, dado que apenas culmina el casting empiezan a charlar con la confianza y cercanía de quienes se conocen desde hace tiempo. Los reflejos en el vidrio son propios de dos seres fragmentados, con personalidades que muchas veces deben adecuarse al contexto antes que seguir los impulsos y deseos.

La charla continúa debajo del escenario y lentamente empiezan a correrse de lo profesional para pasar por otros temas más íntimos. Algunos de esos temas son de indudable pertinencia temporal, como la soledad, el encierro y las nuevas rutinas impuestas por la pandemia. Otros, en cambio, tienen un largo recorrido en el universo artístico, ya sea en el cine o el teatro, como el proceso artístico, la composición interpretativa y la necesidad de un tercero para reflejar en él méritos propios. No parece casual que entre los afiches que decoren una pared esté el de Opening Night. Como en el clásico de John Cassavetes, Simulacro ensaya un camino inverso a la mayoría de las películas haciendo de su historia una consecuencia de las decisiones de sus personajes, y no al revés. A fin de cuentas, para Postiglione el escenario no es solo el lugar donde se trabaja el texto y las actuaciones. La vida misma es una gran puesta en escena, una simulación tanto o más grande que lo que pueda ocurrir en una pantalla.