Desde Barcelona

UNO Domingo 14 de febrero, Día de San Valentín, y Rodríguez no está enamorado de nadie y nadie lo quiere a él. Lo que lo sitúa en perfecto estado de ánimo para afrontar nuevo episodio de poco seria serie con demasiadas temporadas en el aire y en la que no se entiende nada porque nadie se entiende con nadie. La serie es Política Catalana y, de nuevo, elecciones. Ahora con añadido de efectos especiales de virus diferente al que ya de por sí portan los candidatos. Y, como tantos, Rodríguez no se siente apreciado por los dirigentes sin dirección locales y él no siente cariño por ninguno. Está cansado de ellos. Le suben la temperatura, le producen migrañas, no puede olerlos ni gustarlos. Malos síntomas, sí. Y llueve y frío. Y ahí está hace días: el sobre no con cartita romántica sino con boleta de voto. Y ahí, también, la tentación de no salir de casa, de no votar por primera vez. Porque Rodríguez (a diferencia de tantísimos compatriotas) nunca faltó a las urnas desde que tuvo edad para hacer saber su voluntad. Muchas veces no sirvió de nada; otras descubrió que su elegido no demoró demasiado en aliarse con aquel a quien decía no soportar; algunas sintió una alegría que enseguida mutó a la sospecha de que se estaban riendo de él. Pocas cosas tan desilusionantes como la ilusión electoral. Pero, aun así, también, la convicción (inculcada por los espumarajos de ira que expedía su abuelo, quien vivió y sobrevivió a Franco, cada vez que se comunicaban crecientes porcentajes de abstención) de que el único modo de cuidar a la democracia es ejerciendo derecho como si se tratase de obligación. A la democracia --para que no enferme y deje de respirar -- se la cuida e inmuniza votando. Pero, claro, hace rato que la democracia no lo cuida a Rodríguez. No sólo no lo cuida sino que, además, le presenta un poco romántico casting de impresentables que no lo representan y lo defraudarán. Y, además, ahora, también hay que cuidarse de resultar elegido por virus y nuevas cepas (y cómo es posible, se dice Rodríguez, que si esos idiotizantes smart phones hasta permiten marcar ritmo cardíaco o salir a cazar pikachus aún no incluyan app para votar por móvil sin necesidad de moverse de casa). De seguir así, piensa Rodríguez, pronto se votará por variantes de coronavirus. Cada partido adjudicará alguna de ellas a rivales o patrocinará alguna de las cada vez más numerosas vacunas. Y, entonces, habrá que rogar por que toque la más leve o la más efectiva en las peores circunstancias que se recuerdan y en las que (dentro de siglos o milenios, de seguir por aquí) muchos repetirán un "qué suerte que no me tocó vivir/morir entonces".

DOS En cualquier caso, ya es mediodía y Rodríguez sigue leyendo la flamante y formidable adaptación a comic de Matadero Cinco de Kurt Vonnegut de Ryan North (guion) y del barcelonés Albert Monteys (dibujo) y a quien Rodríguez no dudaría en votar para president de la Generalitat, siendo tanto más talentoso que cualquiera de los elegibles que anduvieron dando vueltas y aullándose mutuamente en debates o desde mítines. Todos con sus mascarillas, no para protegerse sino, como si fuesen bozales, para protección de los demás.

Y, sí, la novedad/boom del "Efecto Salvador Illa" en el PSC: hombre de Pedro "El Pedrino" Sánchez y hasta hace poco Ministro de Sanidad entendido, en principio, como cuota/cupo catalán en Moncloa con cartera de pocas competencias. Pero ¡pandemia! Y --de improviso-- ganando más bien improvisado y poco competente protagónico de quien se alaba su "buen talante y no discutir" como logro principal y acaso único.

Y así las encuestas acertaron un casi empate a tres (PSC-Esquerra-Junts) y, de ahí, la posible posibilidad de repetición de elecciones. Y las f(r)acciones independentistas peleadas en plan Montescs y Capullets (pero con mayoría absoluta si se unen en el nombre de su separatismo). Y --hi ho-- la irrupción en el ya aullante Parlament de la ultraderecha vociferante de Vox como cuarta fuerza que (mal que le pese a Rodríguez) hará aún mucho más "ocurrente" al paranormal panorama local. Y la caída libre de Ciudadanos y del PP. Y la CUP y En Común Podemos (y el cada vez más desquiciado e impotente vicepresidente Iglesias denunciando "anormalidad democrática") más o menos como siempre. Y (no habiéndose salvado Verano, Navidad y lo que venga) sálvese quien pueda.

TRES Ante todo lo anterior, la vonnegutiana odisea del sobreviviente del bombardeo aliado a Dresde en la Segunda Guerra Mundial --Billy Pilgrim yendo y viniendo de la Tierra al planeta Tralfamadore y "desprendido del tiempo"-- pone a Rodríguez de humor justo para hacer frente y march a la jornada. Después de todo, en Matadero Cinco, se explica: "Yo, Billy Pilgrim, moriré, siempre he muerto, y siempre moriré el 13 de febrero de 1976". Es decir: no en el mismo año pero sí un día antes del 14 de febrero en el que Rodríguez ahora duda si tendrá algún sentido salir de la jaula del zoológico cada vez más extraterrestre que es su propia vida, sintiéndose tan alien, y arriesgarse a que el bicho se le meta dentro y no le rompa el corazón pero sí los pulmones.

CUATRO El único consuelo para Rodríguez es que --más temprano que tarde-- todos serán cadáveres políticos. Con jugosas jubilaciones, sí; pero nada es perfecto. Y Rodríguez vuelve a leer en viñetas aquello que escribió Vonnegut: "Todos los momentos, el pasado, el presente y el futuro, siempre han existido y siempre existirán... Cuando un tralfamadoriano ve un cadáver, todo lo que se le ocurre pensar es que la persona muerta se encuentra en malas condiciones en ese momento; pero sabe que aquella misma persona puede encontrarse estupendamente en muchos otros momentos. Ahora, cuando oigo decir que alguien ha muerto, me encojo de hombros, simplemente, y digo lo que los tralfamadorianos dicen acerca de los muertos: 'Así son las cosas'".

Las cosas son así, piensa Rodríguez.

CINCO Y Rodríguez se acuerda de lo que alguna vez postuló George Orwell, quien luchó Guerra Civil en Cataluña y vivió para contarlo luego de recibir un tiro en la garganta que lo dejó afónico de por vida pero con suficiente aliento como para proponer la "utopía pesimista" (lo de "distopía" no se usaba por entonces) de ese cada vez más omnipresente 1984. Así pensó Orwell: "El futuro, o al menos lo que entendemos como futuro inmediato, nunca está de parte de los hombres sensatos sino de los más fanatizados".

 

Y Rodríguez recuerda que San Valentín, negándose a renunciar a su fe, acabó martirizado (molido a golpes y decapitado) por pulgar abajo del emperador Claudius "Gothicus" II. Con igual ánimo (más crédulo que creyente, pero nunca dudando de su abuelo) Rodríguez finalmente fue a votar. No tuvo que esperar nada, no había nadie, faltaba poco para último turno: contagiados y cuarentenados y fiscales de mesa con trajes como de sci-fi. Ahora (los noticieros informan de que la participación se "desplomó" y de que uno tuvo más votos pero otro suma más escaños y que a ninguno le dan los números para formar gobierno porque aquel...) Rodríguez se prepara para recibir el premio del correspondiente castigo, de nuevo, todos los momentos, cada vez más desprendido.